¿Esperando a la amiga americana?
La manera en que la ansiedad aumentaba mes a mes en Bruselas en este año electoral global fue tan fascinante como pavorosa. La amenaza clara y presente de una segunda e híper vitaminada administración Trump se convirtió en una auténtica pesadilla de la prospectiva geopolítica en los despachos bruselenses.
Si bien las elecciones europeas y el consiguiente cambio de guardia quinquenal de las instituciones nos dieron algo de respiro, la desastrosa performance de Biden en el debate del 27 de junio llevó la angustia al paroxismo.
Idea fija: Europa sola, lastrada por unos Estados Unidos aislacionistas y disfuncionales, no podría mantener el status quo occidental con guerras abiertas en Ucrania y Oriente Próximo y una guerra comercial en ciernes con China. Nos situaríamos en primera línea para caer por el precipicio de la historia.
Con un inicio de verano tan ominoso, las vacaciones de la Eurobubble están resultando inesperadamente placenteras gracias al efecto Kamala. Las encuestas en estados clave ya apuntan a remontada y la campaña de Trump parece no encontrar la manera de adaptarse a la nueva situación. Pero ¿está justificado el alivio europeo?
En primer lugar, deberíamos tener cuidado con nuestra comprensible complacencia estival pues como demuestran las últimas y políticamente intensísimas semanas en los EEUU, las circunstancias pueden cambiar dramáticamente en cuestión de horas.
Aunque Trump parezca de repente a contrapié, su victoria es aún perfectamente posible en el intrincado sistema electoral estadounidense en el que el camino a la presidencia pasa por dos grupos de estados en regiones particulares en disputa (los llamados sun belt y rust belt).
Baste mencionar las elecciones de los años 2000 (del aciago recuento en Florida), 2016 (en las que Hillary Clinton perdió con casi 3 millones de votos de ventaja) y 2020 (con una parte relevante del electorado republicano convencido de que las elecciones les fueron “robadas”) para ilustrar que cualquier cosa puede pasar entre el segundo martes de noviembre y la toma de posesión en enero de 2025.
En segundo lugar y, especialmente relevante para la Eurobubble, debemos de preguntarnos, en el caso de que ganase, cuán buena sería para Europa una administración Harris. Es decir, ¿le importa Europa a Kamala? Los antecedentes no son particularmente halagüeños. Las administraciones demócratas desde Obama han mostrado un interés menguante en Europa con un énfasis claro en el Pacifico, tablero del nuevo gran juego hegemónico con China.
Aunque Kamala Harris quizá sepa qué teléfono marcar, muchos en Washington DC tienen claro desde hace años que no hace falta llamar a Europa para mover piezas.
Más allá de la tectónica de placas geopolítica es necesario considerar el impacto de las políticas económicas de una Administración Harris en la UE, especialmente a la luz de la presentación de su plan económico el pasado viernes.
El foco en la carestía de la vida combinado con un patente continuismo con la política económica de Biden no apunta a una situación en demasía virtuosa. La Inflation Reduction Act (IRA) acaba de cumplir dos años y sigue configurándose como un muy efectivo instrumento para atraer inversión a los EEUU, muy posiblemente en detrimento de inversiones en la UE, incluso por parte de empresas europeas.
A muchos no se nos escapa que en un escenario librecambista global la ruptura de las negociaciones del Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP en sus siglas en inglés) en 2016 nos sitúa en una dinámica inexorable de creciente conflicto comercial que no beneficia en absoluto a la UE.
En definitiva, la Comision von der Leyen II tendrá que demostrar pronto una gran sutileza a la hora de colaborar con nuestro amigo americano.
Ángel Álvarez Alberdi es director de la oficina de LLYC en Bruselas