La feria ISE (Integrated Systems Europe) celebrada recientemente en Barcelona nos ha ofrecido una demostración del impulso que vive el sector audiovisual y también una cata de lo que puede ser, en un futuro no muy lejano, vivir rodeados de pantallas y hologramas.
Aún no somos conscientes del efecto que está teniendo la globalización de la industria cultural y creativa sobre nuestra manera de entender el mundo y ya tenemos ante nuestros ojos indicadores de que este proceso puede sufrir un aceleramiento colosal.
Las redes sociales y las plataformas de streaming, junto con la movilidad creciente de las poblaciones, ya están transformando, sin que apenas hablemos de ello, nuestras culturas y nuestras identidades. Pocas cosas resultan más complicadas que decir qué características definen o son propias, en la actualidad, de la cultura de los habitantes de un determinado lugar. Por grande o pequeño que sea el territorio al que queramos mirar, vemos que en él viven gentes con orígenes y biografías de lo más diverso y con intereses, por lo que se refiere al entretenimiento y el consumo de productos audiovisuales, más diversos todavía. Y a la vez muy próximos a los intereses de otras personas situadas a miles de kilómetros más allá.
Sin darnos cuenta, estamos disminuyendo el tiempo que dedicamos a relacionarnos con nuestra comunidad más próxima, aunque sea como meros espectadores, y aumentamos nuestra presencia en la esfera pública transnacional. Cada vez son más los adolescentes que pasan importantes cantidades de horas a la semana conectados con adolescentes de otros puntos geográficos. Y cada vez es mayor el tiempo que jóvenes y no tan jóvenes dedicamos a seguir personajes y productos audiovisuales con origen en países con los que teníamos un contacto limitado hace a penas unos años.
Es innegable que este proceso transforma nuestra manera de entender el mundo y nuestra identidad. Fomenta que cada vez seamos más ciudadanos del planeta y menos de un territorio en concreto. Y a la vez, nos impulsa a relacionarnos con gentes con intereses similares a los nuestros y a aislarnos de aquellos que, viviendo en lugares próximos, tienen intereses, gustos o puntos de vista diferentes.
Esta última es la parte perversa de la globalización de contenidos: las telecomunicaciones nos permiten acceder a casi cualquier contenido o persona. Pero los algoritmos nos ofrecen constantemente nuevas dosis de lo que saben que ya nos gusta, sean productos culturales, referentes u opiniones, y nos ocultan todo aquello que pueda alejarnos de nuestra zona de confort. Nos mantienen en nuestro nincho.
Yo vivo en un piso relativamente pequeño con una pantalla de televisión enorme. Su tamaño, en relación con la medida del salón, es lo primero que sorprende al entrar en él. “Es que un día me cansé de mirar pantallas y decidí que, después del trabajo, ya no quiero mirar más, lo que quiero es ver. Que la imagen me envuelva”, digo a quien que pregunta por ello.
Pues la feria ISE nos mostró que estamos haciendo pasos acelerados en esta dirección: hacia un mundo, en el que las pantallas cubren las paredes, los techos y los suelos de los hogares y son omnipresentes en fachadas, pavimentos y todo tipo de superficies situadas en la vía pública. Un mundo donde en cualquier rincón te puedes encontrar un holograma y vives immerso en producción audiovisual, sin que sea necesario llevar gafas. La versión física, real, tocable del metaverso.
En la que puedes vivir en la ciudad y que las paredes de tu casa parezcan ventanas con vistas a un gran lago o a cualquier otro paisaje. En la que, en un día caluroso, puedes tener la sensación que, si das dos pasos más allá, refrescarás tus pies en un río de agua transparente.
Donde todo lo que te rodee podría ser estrictamente de tu gusto y acorde con tus preferencias. Y puedes interactuar con ello.
La revolución que está viviendo el sector audiovisual es formidable. La tecnología está evolucionando a gran ritmo y esto va a suponer necesariamente un gran salto en el sector de los contenidos. Su capacidad de generar empleo y riqueza seguirá en aumento. Y su impacto en nuestra manera de ver y estar en el mundo seguirá creciendo. Sin duda es una oportunidad que hay que aprovechar a todos los niveles. Pero abramos bien los ojos: quien decida qué se emite en estas pantallas, decidirá cómo vemos el mundo.
*** Gemma Ribas Maspoch es consejera de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals.