Uno de los problemas del Corredor Mediterráneo es que no se ha explicado adecuadamente su importancia para todo el país. Si vives en Asturias o Badajoz probablemente creas que se trata de una infraestructura concebida para beneficiar a Andalucía Oriental, Murcia, la Comunidad Valenciana y Cataluña. Pero no es así… si se hace de forma correcta (cierto, lamentablemente ese no es el caso). Ejecutada con visión estratégica, su función debería equivaler a la de la Via Augusta en los tiempos de Roma. Un gran eje vertebrador, gracias a su conexión con otras redes de la Península, del tráfico de mercancías del Mediterráneo y el Atlántico hacia Centroeuropa (Via Agrippa) y el Norte de África (¿sería posible concebir un túnel marítimo Tarifa-Tánger en el futuro?). 

Si no se habilita ese Corredor Mediterráneo, se impondrán alternativas mucho menos eficientes para el tren de mercancías. Y en esas estamos. Embriagados de dejadez. Una infraestructura de ese nivel pone a prueba la pericia innovadora de los cuadros técnicos de la Administración y de los dirigentes políticos. No es un asunto de marketing, ni del club de la comedia. Respecto de los primeros, no hay dudas. España es una potencia en ingeniería civil, y el equipo de especialistas del Ministerio de Fomento lo tiene claro desde hace muchos años: hay que construir una nueva doble vía (una para pasajeros y otra para mercancías) alejada de la costa unas decenas de kilómetros, y conectarla con el Atlántico, a través de un eje central que llegue hasta los puertos portugueses de Sines y Lisboa, y con el Cantábrico, a través de otro eje ferroviario con Santander y Bilbao. Es la pericia innovadora de nuestros dirigentes políticos lo que definitivamente se echa de menos en este asunto clave para nuestra economía.

Hoy la realidad es que el Corredor Mediterráneo va camino de convertirse, no ya en una Via Augusta, sino en una nacional de segunda. Los votos, parece ser, los dan los pasajeros, y aunque  mejorará la velocidad, ni siquiera será un AVE completo. Y nada de mercancías. La carga de los puertos del Mediterráneo y el Atlántico se subirá a Europa a través del hub logístico de Álava. Una solución posible, pero mucho menos eficiente, que hará que España pierda el factor ubicación que tanto le beneficia en las grandes rutas marítimas. Y así vamos. Consultoras como McKinsey vienen predicando desde hace años que las infraestructuras logísticas condicionarán la ubicación de las actividades innovadoras y la atracción de talento. A España parecen darle urticaria las mercancías. Lo que le va es viajar rápido en tren, muy rápido, en círculos hacia ninguna parte.

EUGENIO MALLOL es director de INNOVADORES