Nos encontramos en un ciclo de obsolescencia organizativa en el que la velocidad del cambio es mayor de lo que muchas empresas pueden asumir y gestionar. Los cambios son cada vez más frecuentes y mucha culpa de esto la tiene la tecnología.
El ser humano tiene una pasmosa capacidad de adaptación, pero el esfuerzo en aprendizaje para adaptarse a la demanda del mundo es cada vez mayor. Necesitamos ayuda. Y aquí juegan un papel clave los datos, esos activos digitales intangibles que cada vez son más necesarios y relevantes para las empresas y la sociedad. Debemos ser conscientes de que los datos a día de hoy forman la estructura del mundo. Muchas de las decisiones políticas, económicas y sociales son producto de los datos, pudiendo llegar a decir, en este sentido, que a menudo incluso deciden por nosotros.
La ingente cantidad de información que proviene de los datos es cada vez mayor, tanto que muchas empresas no tienen las capacidades adecuadas para gestionarlos eficientemente, desperdiciando gran parte de su valor para la eficaz toma de decisiones. Si bien la aplicación de datos y análisis se está convirtiendo en un requisito previo para el éxito, según un reciente informe, menos de un 40% de las organizaciones utilizaba hasta el pasado año conocimientos basados en datos para impulsar el valor empresarial y la innovación.
En este contexto, y según el mismo informe son cada vez más, un 50% de las compañías, las que ven en los datos la clave a la hora de tomar decisiones. Y, en este sentido, buscan la forma más adecuada para recolectar y analizar estos datos como parte de su estrategia para optimizar los procesos de negocios y predecir eventos, con la idea de poder adoptar medidas preventivas y acciones estratégicas en pro de la empresa. Y es que dentro de los procesos de toma de decisiones es de vital importancia la capacidad de anticipar eventos futuros. Además, para ello necesitamos algún mecanismo que evalúe si las decisiones que se toman son justas o no, e incluso si son éticas.
Por eso, toda organización debe armarse con la tecnología adecuada para llevarlo a cabo, y en este ecosistema el big data y la inteligencia artificial son las herramientas fundamentales para trabajar con ellos. Así mismo, no debemos olvidarnos del cloud cuya flexibilidad le hace un compañero de viaje imprescindible en los grandes proyectos que implican la gestión de grandes cantidades de datos.
Esto no significa que se deba dejar todo el peso del avance en estas tecnologías, los directivos son la pieza clave y deben tener mentalidad de datos para guiar a las organizaciones por el camino correcto en lo que se refiere al uso de los mismos. Hay mucho más en juego para las empresas que no actúan: desde las operaciones hasta las ventas, la participación del cliente, los ingresos y la rentabilidad. Aquellas que puedan monetizar los datos y convertirlos en activos prosperarán y las que no lo hagan se quedarán atrás. En este sentido se aprecia un gran interés en el mercado, especialmente en sectores como el de los seguros y la banca, sobre todo para poner orden a sus infraestructuras de datos, con enfoques modernos de gobierno del dato.
A día de hoy, ya son muchos sus campos de aplicación y los sectores que saben cómo aprovechar estos macrodatos: desde el marketing, para analizar y conocer el comportamiento de los usuarios en tiempo real; en la propia producción, donde se emplea para realizar análisis predictivos y corregir los factores que afectan la calidad de uno de los componentes; en la logística, como herramienta para planificar y optimizar problemas de tráfico o adaptarse a las necesidades de los usuarios; e incluso en el campo de la investigación, para facilitar el análisis y comparativa frente a posibles soluciones que el ser humano no sería capaz de resolver en poco tiempo.
Unido a estos procesos de selección, análisis y transformación a los que obliga el big data, surge un aliado perfecto y otra de las herramientas esenciales en el ecosistema empresarial, la IA, que ayudará a gestionar toda esta información. Su aplicación apoya a las compañías a la hora de automatizar parcial o totalmente el análisis (interpretar, entender), de la ingente cantidad de datos que manejan el big data, liberando al ser humano de muchas de esas tareas. Pero una vez más, el conflicto, llegados a este punto será evaluar su “peligro”. Es decir, delegar en la tecnología la toma de ciertas decisiones o solución de problemas futuros ¿podría rebasar la línea de lo correcto y lo ético?
*** Antonio Chamorro Caballero es director de Estrategia de atSistemas