La Lotería es una actividad que escapa a la racionalidad económica y que está llena de paradojas. Aunque la vemos como un juego, en rigor la Lotería es un sabotaje intelectual para la llamada Teoría de Juegos, que en realidad debería llamarse “Teoría de las Decisiones”. La Teoría de Juegos supone que las personas actuamos racionalmente intentando maximizar nuestro beneficio y la Lotería es todo lo contrario. No sólo porque los matemáticos han demostrado que la posibilidad de ganar es bajísima, sino porque aunque alguien comprara todos los billetes, el sorteo sólo reparte una proporción de lo recaudado. De hecho, la Lotería de la Navidad, que mueve más del 0,3% del PIB, es una de las que mayor proporción reparte, casi un 70%. Este año, 2.310 millones de euros.
Pese a esto, los españoles siguen jugando. Se estima que casi un 75% de la población lo hace en Navidad. Figuramos entre los cinco países del mundo que más juega.
La Lotería tiene un trasfondo fiscal y tributario. Y debe ser el único ingreso fiscal que los españoles depositan descorchando cava. El Sorteo de Navidad nació en Cádiz en 1812 para financiar la guerra contra los franceses. En su magnífico trabajo Loterías: un estudio desde la nueva sociología económica (Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008), el profesor Roberto Garvía recoge la famosa cita de sir William Petty que sostiene que los jugadores “son tontos que se engañan a sí mismos, personas que tienen excesiva confianza en su propia suerte, o que creen en adivinos o astrólogos”. El libro de Petty, publicado en Londres en 1662, se titulaba Tratado de Impuestos y Contribuciones… y se puede leer aquí.
Adam Smith creía que la incapacidad de los jugadores para determinar exactamente la probabilidad de ganar explicaba el afán por el juego, y Alfred Marshall pensaba que estos errores eran fruto de la emoción que sentían las personas al apostar. Otros economistas han retorcido la función de utilidad de la riqueza intentando dotar de racionalidad algo que no la tiene y el resultado es un fiasco.
Marx creía que la Lotería era un ingenioso instrumento de dominación capitalista que hacía creer al obrero que un billete para un sorteo era más eficaz que la acción revolucionaria.
Así que, de la misma forma que el economista Richard Thaler aconseja a la escuela racionalista la posibilidad de emplear con éxito la psicología para describir ciertos fenómenos económicos, el profesor Garvía acertó de pleno al plantear su estudio sobre la Lotería desde la perspectiva de la sociología económica.
Los españoles jugamos por imitación, por lealtad al grupo y por impulso.
Garvía encontró que la Lotería es un acontecimiento social entre los españoles. Jugamos no porque vayamos a ganar, sino porque nos gusta hacer cosas en grupo, es parte de nuestra tendencia al comportamiento gregario. En el Sorteo de Navidad el número de personas que juega en compañía o que socializa sus apuestas a través del intercambio de participaciones se eleva al 72% cuando el resto del año es el 50%.
Jugamos mucho por una multitud de factores. Por imitación, por lealtad y por impulso. Por imitación porque los que sienten mayor aversión al riesgo acaban jugando porque temen que “toque” en el trabajo o en la familia y ellos se lo pierdan. Por lealtad, porque una vez que alguien se une a una peña o grupo, abandonarlo parece una deslealtad. Y por impulso porque la adquisición del billete de lotería es un acto impulsivo que se ve favorecido por la alta disponibilidad del producto. Y la Lotería de Navidad española ya está en todas partes a través de internet.
Este año, el hecho de que nunca antes había salido un 'gordo' acabado en 13 hizo buena la Falacia del Apostador
La Lotería está plagada de fenómenos curiosos. Como la Falacia del Apostador o Falacia de Montecarlo, por la que se presume que los hechos del pasado afectan a los del futuro. De hecho, esta falacia estuvo muy presente en este sorteo porque antes del mismo hasta la propia presidenta de Loterías había destacado que nunca había salido un gordo terminado en 13. Esta falacia afecta a los que juegan al mismo número y que nunca les ha tocado. En un suceso aleatorio, la probabilidad de que salga un número que ha tocado antes es la misma que la de un número que no ha salido.
También está estudiado el efecto de la tienda ganadora. Las ventas de un puesto de Lotería que vende un gordo se incrementan entre un 12% y un 38% y aunque este efecto se diluye a lo largo del tiempo permanece muy alto durante 40 semanas.
Volviendo al trasfondo fiscal y tributario de la Lotería, recuerdo que, en 2011, cuando Zapatero planeó privatizar la Administración de Loterías, el PP, entonces en la oposición, se mostró escéptico. Recuerdo a Cristóbal Montoro preguntándose extrañado: "¿Para qué quieren privatizar un impuesto?" Él lo resolvió a su manera: mantuvo la Lotería en manos del Estado, pero elevó el porcentaje que se lleva Hacienda de los premios.