Uno de mis profesores solía decir: “Hay una institución milenaria que procura la educación de los niños, el cuidado de los enfermos, la protección de los ancianos y a través de su actuación promueve la prosperidad de sus vecinos: no es el Estado, sino la familia, que a diferencia del Estado hace todo esto por amor, sin cobrarnos impuestos”.
He recordado esto tras leer Hillbilly, una elegía rural, publicado este año por Editorial Deusto. The New York Times lo describió certeramente como el libro que explica la victoria de Donald Trump. Desde hace meses que entre los sociólogos y politólogos se habla de este relato que se lee como una novela pero que no es tal y que Roger Domingo, el siempre alerta editor de Deusto, ha logrado que sea traducido al español.
Estas son las memorias de James David Vance, un norteamericano blanco de 32 años, que cuenta cómo logró escapar de la miseria económica y social en la que se encuentran muchos de los habitantes de la zona de los Apalaches, donde sin embargo sobreviven valores como la lealtad, el patriotismo y el apego a la violencia y a la grosería verbal.
Candidato a ser "basura blanca"
Vance describe una familia desquiciada en un escenario decadente. Su madre, convertida en tal por un embarazo adolescente, cae en la droga y va cambiando de compañeros continuamente, trasladando a sus hijos de un lado a otro de un territorio donde los trabajos manuales van desapareciendo por la competencia global. Su familia, sin embargo, no es lo suficientemente pobre como para acceder a los servicios sociales que hay en su comunidad. Así, miran con envidia las estrategias que emplean los más miserables para reunir ayudas públicas que al final les proporcionan un pasar más confortable que él que ellos tienen.
A través de la descripción de la vida de sus abuelos y sus tíos, se ve como Vance tenía en su poder todos los billetes para convertirse en lo que llaman “basura blanca”, un descendiente de irlandeses o escoceses sin formación, alcoholizado y carne de presidio. El relato está trufado de datos sociológicos que el autor cita oportunamente. Lo milagroso es que Vance acabara estudiando Derecho en la prestigiosa Universidad de Yale.
Responsabilidad personal y familiar
La principal razón del éxito de Vance no fueron las instituciones públicas (que entraban en acción demasiado tarde), ni las ayudas sociales (que beneficiaban a estratos más bajos que el suyo y con otro tipo de problemas), sino el amor y la fortaleza de un miembro de su familia: su abuela. Cuando Vance dejó de vagar de una casa a otra con las distintas parejas de su madre y permaneció en la de su abuela, logró la tranquilidad suficiente para concentrarse en acudir a la escuela, estudiar y establecer lazos de afecto con vecinos, compañeros y amigos.
El autor no hurta el cuerpo a la responsabilidad individual. Pone muchos ejemplos de cómo la falta de disciplina y la irresponsabilidad personal lleva a sus vecinos a perder empleos o a tomar malas decisiones. Pero la obra pone de manifiesto que el primer elemento corrector se encuentra en las familias.
Muchas veces, los científicos sociales creen que son grandes planteamientos institucionales los que mejoran las sociedades y olvidan a la familia. Ésta, tenga la forma que tenga y por mucho que su composición se distancie de la que tradicionalmente hemos conocido, sigue siendo la institución clave de nuestras comunidades.
Las instituciones frente a la cultura
Sin embargo, estudios recientes han descubierto que cuando el Estado y sus instituciones alcanzan un elevado grado de hegemonía en la sociedad, la familia y su capacidad de inculcar el respeto a las normas se debilitan. El caso del Reino de los Kuba en África central, que floreció entre los siglos XVII y XIX es aleccionador. Los Kuba llegaron a tener un Estado muy desarrollado, con su burocracia, policía, ejército y Hacienda, instituciones que sus vecinos no desarrollaron. Esto permite a los científicos comparar a los kubanos con los demás.
En La Evolución de la Cultura y las Instituciones: Evidencia del Reino de los Kuba, los profesores Sara Lowes, Nathan Nunn, James A. Robinson, y Jonathan Weigel constataron que, pese a haber desarrollado un Estado muy avanzado, los kubanos tienen menos propensión que sus vecinos a respetar las reglas y están más dispuestos al engaño y al robo.
Los autores sugieren que, en este caso, pudo producirse un efecto expulsión, es decir que el Estado suplantó o sustituyó a las familias en determinadas tareas de formación o que los padres consideraron que ya no era necesario inculcar a sus hijos el respeto a las normas porque pensaban que el Estado (las instituciones) se bastaba para ello. La conclusión es que cultura e instituciones no siempre son complementarios y su interacción puede generar efectos indeseados.