Poco después del fallecimiento de su padre, apenas cumplidos los 14 años, a Luciano Benetton no le quedó más remedio que empezar a trabajar en una tienda de jerseys para sacar adelante a su familia. Ya con buen ojo para los negocios, vio que aquello se dirigía únicamente a hombres de una cierta edad y se propuso relanzar un producto tan clásico como el jersey de lana. Junto a sus tres hermanos menores, Luciano abrió en 1965 una pequeña fábrica en el municipio de Ponzano Veneto, en la provincia de Treviso, que años después se convertiría en uno de los grandes imperios de la economía de su país.
Su historia representa a la perfección el éxito y los límites del emprendedor italiano. Gracias a un amplio abanico de colores, consiguió que los jóvenes italianos de los 70 hicieran de un sencillo jersey la última moda. La compañía fue creciendo, ampliando la producción y ya a finales de la década se lanzó a la internacionalización. El ‘made in Italy’ cotizaba al alza en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos.
En su empresa, junto a Luciano estaban Giuliana, Gilberto y Carlo, quienes hoy, junto a su extensa descendencia, inundan los puestos de consejeros de las empresas del grupo. En un país basado en las pequeñas y medianas compañías, los Benetton encarnaban ese modelo de familia-empresa que tanto atrae a los italianos.
Como buenos empresarios, Luciano y compañía cosecharon unas relaciones privilegiadas con el poder político. Es decir, en aquellos años, con la democracia cristiana. Aunque con el ascenso del Partido Socialista en los 80, tampoco rehuyeron de su círculo de influencias. Los 90 fueron los años del gran escándalo de corrupción de Manos Limpias, que echó por tierra el sistema de partidos de la Primera República, y que “vino acompañado de la exigencia de una mayor liberalización de la economía”, escribe Giovanni Favero, en su libro Benetton, el color del éxito.
Aquel proceso no sólo significó la irrupción en la política de Silvio Berlusconi, con el que después la familia de Treviso también hizo buenas migas, sino además el paso fugaz por el Senado de Luciano Benetton. El mayor del clan ocupó un escaño en la Cámara Alta por el Partido Republicano, un partido histórico que representa un ideal liberal y patriótico.
Y hasta aquí la historia solemne y triunfal, porque es entonces cuando comienzan a vislumbrarse los diques del modelo de negocio familiar. Ya en 1981, habían constituido el hólding Edizione, en el que agruparían sus participaciones empresariales. En 1986 habían salido a Bolsa. Y a partir del proceso liberalizador abierto por Berlusconi, comenzaron a entrar en otros sectores como la agricultura o las infraestructuras.
El imperio Benetton, como una multinacional
En 1995 compraron el 28% de Autrogrill, la compañía de restauración en carreteras, y en 2003 se hicieron con el control de las autopistas, que habían sido privatizadas cuatro años antes. El imperio Benetton se comportaba ya como una multinacional, pero la gestión continuaba al mando de los fundadores, para los que el Consejo de Administración del grupo seguía siendo como una reunión familiar.
Cuando en 2006 se frustró una primera intentona de fusión entre Abertis y Atlantia, la empresa creada para administrar la gestión de las autopistas, los Benetton se llevaron un buen varapalo político. Ellos habían apostado por la operación, pero la negativa del Gobierno socialista de Romano Prodi y su ministro de Infraestructuras, Antonio di Pietro, echó por tierra las negociaciones.
La familia pudo comprobar que no siempre es fácil hacer negocios desde fuera de Roma, por lo que inició una estrategia que otorgaba más poder a gestores privados en el control del negocio familiar. En 2016, Edizione anunció que los empresarios Fabio Cerchiai y Marco Patuano se convertirían respectivamente en presidente y consejero delegado. Mientras que Alessandro Benetton, el hijo de Luciano, sería sustituido como máximo mandatario de Benetton Group por Gianni Mion, histórico administrador de la familia.
Los cuatro fundadores de la compañía siguen vivos, pero el imperio Benetton ha entrado en un nuevo estadio de profesionalización. El sector textil, buque insignia del proyecto, apenas aporta ya una décima parte de los 11.445 millones que ingresó en 2015 el holding empresarial. Las infraestructuras y la restauración tiran a partes iguales de un grupo, que en ese ejercicio obtuvo un beneficio neto de 1.598 millones, aunque sigue acusando el pecado original de su modelo: una excesiva dependencia del mercado italiano.
Todas las empresas del grupo están presentes en decenas de países, pero de los ingresos de 2015, 6.515 millones procedían de Italia, por 1.712 del resto de Europa o 2.807 de América. Los Benetton siguen siendo juez y parte de la economía de su país, pero aún no lo han conseguido fuera. Es lo que se proponen a través de la hipotética compra de Abertis, con la que Atlantia ya ha mostrado públicamente su disposición de llegar a un acuerdo amistoso, que convertiría a la compañía resultante en un gigante mundial de las infraestructuras.
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