El libro más famoso de la última crisis fue Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera de Reinhardt y Rogoff. El título se burla del hábito humano de pensar que las cosas puedan ser distintas a pesar de que hagamos siempre lo mismo. Ayer, cuando se supo que George Soros había declarado en Sri Lanka que la situación actual le recuerda “a la crisis de 2008”, ocurrió lo contrario: muchos pensaron que esta vez pasará lo mismo aunque las circunstancias sean distintas.
La diferencia fundamental entre 2008 y 2016 es el brutal activismo de los bancos centrales. La Reserva Federal de EEUU, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra han inyectado tanta liquidez en los mercados que una situación como el credit crunch del verano del 2007 es difícil que hoy vuelva a ocurrir. Esa crisis de liquidez fue el primer indicio de los problemas de solvencia que afloraron en 2008. Pero ahora la inundación monetaria es tal que es muy difícil descubrir quién no lleva bañador en esta piscina.
¿Puede producirse un batacazo? Imposible asegurarlo, pero si lo hay, de ninguna manera será igual. Será peor. Hoy tenemos más deuda porque hemos creído que los problemas de endeudamiento se resolvían tomando más dinero prestado. Las Haciendas públicas son frágiles y ni hablar de la situación de los países emergentes. No hemos resuelto las dudas sobre la falta de crecimiento en el hemisferio norte. En todo caso, pase lo que pase en los próximos años, los bancos centrales tendrán que jugarse a fondo porque su nivel de exposición hoy es tal que no podrán ponerse de perfil. Quizá pueda dudarse de que formen parte de la solución de la próxima crisis, pero de lo que no cabe duda es que si la hay estarán entre los causantes.
Los problemas más acuciantes hoy son los riesgos que plantean las economías de China y de Brasil. Los dos son de muy distinta naturaleza. China está reformando a fondo su economía, dejando de ser un país productor de bienes e importador de capitales para convertirse en una economía de consumo, basada también en los servicios. Como consecuencia, está convirtiéndose en una exportadora de capitales. Más que su mercado de valores, que en realidad está manejado por un puñado de amiguetes -como quedó claro en la crisis de agosto pasado-, el problema chino es el diferencial entre la cotización del Yuan en China y el Yuan offshore, en el extranjero.
La modernización china es de manual. Pero no es lo mismo liberalizar el mercado de capitales en Chile o Austria que hacerlo en China, donde las inercias son enormes.
La situación de Brasil luce mucho peor. Ahí no están reformando ni modernizando nada, simplemente están luchando por sobrevivir. Están pagando las consecuencias de la falta de realismo de Dilma Rouseff y de su partido, de un mal diagnóstico económico que fue incapaz de advertir que las circunstancias globales habían cambiado y de una serie de taras institucionales que creían superadas, como la corrupción.
Brasil es clave para España. Es el segundo país que más contribuye al beneficio del Banco Santander (un 19%), sólo por detrás del Reino Unido. Para Telefónica, Brasil aporta el 22,5% de su beneficio. Repsol, Sacyr, Dia, Abertis, Mapfre, Gas Natural Fenosa… todas han invertido en el gigante sudamericano. Es difícil que el Ibex remonte si Brasil no remonta por una simple regla de tres.