¿De verdad todavía hace falta un Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia? Pues lamentablemente sí, y se celebra hoy. Porque, a pesar de que las mujeres representamos casi al 60% de los graduados universitarios en España, este porcentaje baja drásticamente cuando se analizan las carreras tecnológicas y de ciencias puras.
Puede que piense que el hecho de que las mujeres tiendan a elegir otras ramas formativas, como la salud y la comunicación, se debe a una simple cuestión de gustos y que no tiene nada de malo que un género tire para un lado y el otro, para otro. Pues se equivoca en ambas cosas.
En primer lugar, que las mujeres no se inclinen tanto por carreras de ciencia y tecnología es un fenómeno que se asienta sobre distintas desigualdades históricas. Basta con buscar mínimamente para encontrar pruebas empíricas de las brechas que sufren las mujeres en ciencia y tecnología.
Y si hace un breve repaso por la historia, detectará innumerables ejemplos que lo corroboran, como el efecto Matilda. Si aún no lo conoce, le animo a que lo descubra y se plantee qué habría pasado si Einstein hubiera nacido mujer.
Pero, aparte de que las científicas y tecnólogas merecen los mismos derechos y oportunidades que los hombres por una simple cuestión de ética, esta falta de diversidad de género en la academia y en la industria también tiene efectos negativos para la economía y la sociedad en su conjunto.
Las empresas con mayores niveles de diversidad son más productivas, adquieren un mayor valor de mercado e ingresan más
Está dicho hasta la saciedad, pero voy a repetirlo: las empresas con mayores niveles de diversidad son más productivas, adquieren un mayor valor de mercado e ingresan más. Obviamente hay muchos factores involucrados en esta ecuación, como que las plantillas más diversas pueden ser un síntoma para los inversores de que se trata de compañías mejor gestionadas. Además, las empresas que se toman en serio la diversidad suelen asociarse a mejor ambientes laborales, los cuales, también favorecen la productividad.
Pero el fenómeno que más me fascina sobre la diversidad es su capacidad para impulsar la creatividad y la resolución de problemas. ¿Recuerda la fábula de los seis sabios ciegos y el elefante? Su problema era que, al no compartir la información que cada uno tenía, eran incapaces de darse cuenta de que estaban ante partes distintas de un mismo animal. Ahora, imagínese que todos ellos hubieran estado analizando la trompa y ninguno fuera consciente del resto de la criatura.
Pues en el ámbito académico y corporativo pasa más o menos lo mismo. Ante un mismo problema, un equipo diverso en género, conocimientos, edad y casi cualquier cosa que se le ocurra tendrá una mayor capacidad de análisis y planteará un abanico de soluciones mucho más amplio.
Pero, cuando todos los trabajadores están cortados por el mismo patrón, pueden pasar cosas como que una persona con un solo apellido no pueda registrare en una plataforma porque su diseño obliga a introducir el primero y el segundo. Esta situación se ha producido en infinidad de servicios en España, simplemente porque ninguno de los diseñadores pensó en las necesidades de los usuarios de origen anglosajón.
Puede que este ejemplo no le parezca demasiado importante, pero refleja un fenómeno que se repite y amplifica en cada nuevo avance, producto y servicio. Las brechas que impiden que haya más mujeres científicas y tecnólogas, y los retos a los que se enfrentan las que lo logran son responsables de la escasa (por no decir nula) innovación en tecnologías exclusivamente femeninas, conocidas como femtech.
Ya sea por ética o por puro interés, queda claro que necesitamos más mujeres científicas y tecnólogas
Mientras cada vez más empresas se suben al carro de la carne cultivada en laboratorio, varias mujeres emprendedoras llevan años luchando para conseguir financiación y apoyos para replicar este enfoque en la leche materna. Y la start-up NextGen Jane tardó cerca de un lustro en recibir inversión suficiente para desarrollar una prueba diagnóstica para la endometriosis a partir de la sangre menstrual.
Lo bueno es que parece que las cosas están empezando a cambiar. El año pasado y por primera vez en la historia, el Premio Nobel de Física fue a parar a dos mujeres y ningún hombre, la inversión en tecnologías femeninas no para de crecer, y se estima que en 2025 el valor de la industria femtech rozará los 50.000 millones de euros a nivel mundial.
Ya sea por ética o por puro interés, queda claro que necesitamos más mujeres científicas y tecnólogas capaces de seguir por este camino. No obstante, estos pequeños avances hacia la igualdad amenazan con fomentar el negacionismo, ese en el que hombres y mujeres, al igual que los sabios ciegos, tiran de su propia experiencia para afirmar que estas brechas no existen.
Lo sé de buena tinta porque, cuando escribí sobre el machismo en la historia de los Nobel, me tocó tragarme unos cuantos comentarios (todos de hombres) sobre lo equivocada que estaba. Así que parece que nos quedan Días Internacionales de la Mujer y la Niña en la Ciencia para rato. O quizá no, no sé, ¿hay por ahí algún sabio ciego que quiera contradecirme?