Por primera vez en mucho tiempo, repito tema dos semanas seguidas. No es habitual en mí. Pero es que desde el martes pasado hemos vivido una proliferación de opiniones acerca del 'Plan 2050' fuera de lo común. Por otra parte, mi intención la semana pasada era plantear hasta qué punto se puede mirar a los 50 cuando la entrada en los 20 está siendo tan terrible.
Hoy la perspectiva es otra. Y tiene su origen en el final del semestre y en Manuel Hidalgo, economista y amigo tuitero, con quien siempre es tan agradable conversar.
En este semestre, la asignatura estrella es Historia Económica. Como cada año, explicamos, de la mano de Francisco Comín, Albert Carreras y Xavier Tafunell, entre otros especialistas nacionales, los aconteceros de las economías mundiales y el encaje español en las mismas. Así que, como cada año por esta época, muestro cómo la guerra fría entre el bloque pro mercado, capitalista, y el bloque pro planificación, comunista, protagonizaron el panorama económico desde finales de los 40 hasta casi el final del siglo.
En medio estaba España, que vivía una dictadura anti comunista pero planificadora y más ineficiente que la portuguesa o la griega. Aclaremos que la planificación no es patrimonio de la izquierda: el corporativismo es puramente de derechas.
Tras la autarquía y el crecimiento inestable de los años 50, España, por fin, vivió un crecimiento espectacular, gracias al 'Plan del 59' y se colocó entre los 10 primeros países en producción industrial. Pero ¿qué tipo de producción industrial? ¿Cómo de sostenible era ese crecimiento? Son preguntas muy relevantes en las que no vamos a entrar.
Tras el 'Plan del 59', respaldado por las técnicos del FMI y con las bendiciones de las instituciones internacionales, los ministros franquistas se embarcaron en el proyecto de los Planes de Desarrollo.
El espíritu planificador no era nuevo: como señalan en su trabajo sobre la planificación indicativa los profesores Pires Jiménez y Ramos Gorostiza, podemos encontrar antecedentes de instrumentos interventores en los arbitristas del siglo XVII, los ilustrados españoles del XVIII y los administrativistas del XIX. Pero para la economía franquista, acostumbrada a un control asfixiante, los Planes eran algo "moderno".
No en vano, ya habían sido propuestos en otros países desde diferentes ámbitos. Por ejemplo, Jean Monnet, el padre de la Unión Europea, fue también el padre de la planificación francesa que tenía como objetivo la reconstrucción de la economía gala en 1947.
En España los dos nombres protagonistas fueron Higinio Paris y Manuel de Torres. La idea de Paris consistía en intervenir ampliamente en la vida económica sin suprimir el mercado en lo que, de acuerdo con el profesor Salvador Almenar, era una mezcla de "autarquía y keynesianismo castizo".
Y ahora es cuando entra en escena el profesor Manuel Hidalgo. Porque este mismo lunes recomendaba el artículo publicado en Nada es Gratis por José E. Boscá y Javier Ferri, ambos partícipes en alguna ronda de consultas que ha llevado a la publicación del Plan 2050.
Entiendo que la prospección y la planificación no son exactamente lo mismo. Sin embargo, las ideas que apuntan los autores: diagnosticar las debilidades de la economía, enumeración de medidas concretas y apostar por la rendición de cuentas, suena bastante a planificación.
Eso sí, a un plazo mucho más amplio. A mí me parece positivo no agarrarnos al cortoplacismo. Más bien al contrario, la mirada al largo plazo me parece vital. Pero de todas las frases del artículo me llama la atención la advertencia "otra cosa es el uso que se haga de este trabajo", con la que los autores nos destapan uno de los principales problemas del plan.
¿Quiénes van a formar ese Comité para la Producción y el Empleo, independiente y objetivo, que evalúe las políticas del Gobierno y pida rendición de cuentas a los responsables?
Toca mirar hacia atrás y tomar ejemplo de lo que le paso a Manuel de Torres en los años 60. Como cuentan los profesores Pires y Ramos, Torres era un economista liberal, comparado con lo que había, pero la realidad le llevó a ser pragmático, tratando de asegurar que las políticas franquistas fueran lo más eficientes posible.
En 1957, aprovechando el cambio de Gobierno y el clima aperturista, creó la Oficina de Programación y Coordinación Económica (OCYPE), siguiendo la estela del Central Planning Bureaus holandés, impulsado por Jan Tinbergen en 1945. Es decir, pretendía que el nuevo ente simplemente elaborara previsiones macroeconómicas anuales para reducir la incertidumbre en la toma de decisiones de política económica. Un intento tan loable como el de los técnicos que han firmado el documento 2050.
Sien embargo, López Rodó, secretario general técnico de la Presidencia de Gobierno, que susurraba al oído del poderoso Carrero Blanco, fue adueñándose del proyecto de Torres y lo desvirtuó en su propio beneficio, convirtiendo la oficina en la preparación de los planes de desarrollo, que lideró el mismo López Rodó. De esta manera, la OCYPE terminó siendo absorbida en el seno de la Comisaría del Plan y acabó despareciendo.
¿En qué consistió la planificación indicativa desarrollista? Los objetivos de los planes cuatrienales no eran obligatorios, sino "indicaciones" para los agentes privados (aunque sí para los entes públicos).
Se diseñaron acciones concertadas en sectores estratégicos, como la construcción naval, o la siderurgia, de manera que las empresas que invertían en estos sectores recibían beneficios fiscales, subvenciones y financiación privilegiada. Además, existía un coeficiente de inversión obligatoria que cada institución financiera privada debía destinar a los objetivos de inversión de régimen. La conclusión es que España se desarrolló a pesar de los planes y no gracias a ellos.
No es muy difícil imaginar un futuro muy cercano en el que un nuevo López Rodó hackee de manera chapucera los bienintencionados esfuerzos de los expertos en prospección. No suena muy alejado el diseño de carriles voluntariamente obligatorios por los que deben discurrir las inversiones españolas. Sobreviviremos a su pesar, Manuel, también esta vez.