El drama de la crisis experimentada por la economía española a raíz de la pandemia no es con serlo el número de empresas y de empleo destruidos, la insostenible situación de las finanzas públicas o cualquiera de las múltiples consecuencias socioeconómicas derivadas de la Covid-19 y de sus secuelas.
El principal problema al que se va a enfrentar España es al aumento de la brecha entre su PIB per cápita y el del promedio del existente en la UE-27 y en la Eurozona. Ese diferencial que no ha logrado cerrarse en los últimos 40 años corre el peligro de abrirse de manera significativa y de consolidarse. En otras palabras, el nivel de vida de los españoles tiende a alejarse del de sus socios europeos y será muy difícil acercarlo de nuevo al de ellos.
Si se mide el PIB per cápita español en términos de Paridad del Poder Adquisitivo con relación al Índice UE-27=100 elaborado por Eurostat, aquel habría caído 5 puntos del 91 al 86 en 2020 respecto a 2019, 14 puntos por debajo del promedio europeo. Si se calcula en dólares constantes, como hace el FMI, el descenso en ese mismo período sería del 10%. En ambos casos se estaría ante la mayor caída del PIB per cápita experimentado en la Unión Europea, incluidos, los tres grandes estados de la misma: Alemania, Francia e Italia. Estos datos ilustran de forma muy gráfica el deterioro de la posición económica de las familias españolas, que aún no se habían recuperado en 2019 de los daños causados por la Gran Recesión.
El principal problema al que se va a enfrentar España es al aumento de la brecha entre su PIB per cápita y el del promedio del existente en la UE-27
Desde hace más de medio siglo, antes y después de su entrada en el Mercado Común primero y en el Euro después, España no ha logrado alcanzar el PIB per cápita medio de la UE. Ahora bien, los períodos de crisis o, para ser precisos, de recesión se vieron seguidos por ciclos expansivos en los cuales la economía española siempre experimentó tasas de crecimiento superiores a la media europea y a las registradas por las mayores economías del Viejo Continente. Esto permitía compensar en parte los mayores ajustes a la baja anotados en las fases recesivas y avanzar en el proceso de convergencia real.
Está dinámica o, mejor, este patrón histórico se ha roto de manera clara en esta crisis. La economía nacional se contrajo, como siempre, más que la europea, pero, como nunca sucedió, está recuperándose con menor intensidad que ella.
Esto se traduce en un deterioro sin precedentes del PIB per cápita y, a la vista de la evolución de la actividad, de una débil recuperación sin que sea descartable una nueva inflexión a la baja o su estancamiento. En otras palabras, las condiciones económico-financieras de los españoles empeorarán respecto a las disfrutadas por el resto de los europeos.
Esa situación resulta más alarmante si se tiene en cuenta otro hecho inédito: el hundimiento de la productividad del factor trabajo en un contexto de paro elevado y de bajísima creación de puestos de trabajo.
Esto tampoco había sucedido jamás en los ciclos anteriores a éste y plantea dos hipótesis inquietantes: primera, ceteris paribus, la reducción del desempleo se traduciría en un declive aún mayor de la productividad; segunda, los salarios han de ser muy bajos si se quiere generar empleo en el sector privado, sobre todo, en los segmentos de él sometidos a la competencia internacional.
El descuelgue de la recuperación europea plantea un problema crónico de España: el de su atraso relativo. Se crecía con vigor en los auges, se caía con intensidad en las crisis y no se lograba converger con los niveles de vida y de ocupación no ya de los países centrales de Europa, sino del promedio europeo. Esa dinámica no ha cambiado y esta crisis tiene el riesgo de agudizarla.
La República Checa, Lituania, Chipre, Eslovenia ya tienen PIB per cápita superiores al español cuando partían de posiciones mucho peores que la de la Vieja Piel de Toro.
El declive hispano no obedece a ninguna enfermedad crónica ni incurable, sino a la incapacidad-imposibilidad de sostener en el tiempo políticas económicas de disciplina macro y de reformas micro orientadas al mercado y al crecimiento.
Esto es lo que permitió a Irlanda pasar de ser un país subdesarrollado, a convertirse en una economía prospera, competitiva capaz de producir riqueza y bienestar para todos. En España, los Gobiernos de centro derecha nunca han avanzado lo suficiente en ambas direcciones y los de izquierda han frenado o desandado el camino abierto por los primeros.