Es la crónica de una subida anunciada. Los precios en el 2022 iban a subir. Y así ha sido. Entre ellos, los peajes de las autopistas. El Gobierno se estrena anunciando que "salvar" las autopistas va a ser muy costoso para nuestros bolsillos, para el de todos, tanto si las usamos como si no. Por supuesto, el Gobierno se ha remitido a Aznar, ni más ni menos, y echa toda la culpa a los gobiernos populares anteriores. Ciertamente, podemos preguntarnos si el método para conceder las autovías fue limpio y eficiente o no. Yo, además, añadiría otro interrogante: ¿el político que adjudica mal lo nota o se va de rositas? Y, por seguir en la misma linea ¿los gestores de las empresas públicas deficitarias son despedidos, como sucedería en el caso de una empresa privada cuyo gestor fuera un manazas? Claro que no.
Sin embargo, no es que los ciudadanos españoles vivamos de espaldas a nuestro maltrecho bolsillo. Lo que sucede en que nos ha invadido una oleada de buenísimo económico que está teniendo el mismo efecto que la sal en los sembrados. Una ruina.
Así, los mismos que atacan las autovías de peaje y su salvamento con el dinero de todos, entienden que las autovías públicas deben ser "gratis", es decir, pagadas con el dinero de todos. Y esa identificación perversa entre gratuito y pagado por los españoles sirve para exigir casi todo. Pero más viciada aún es la formulación de la pregunta que encierra al ciudadano en un callejón sin salida. "¿Usted no quiere que todo el mundo disfrute de todo lo que usted disfruta?".
La trampa es la siguiente: no se trata de si a mí me gustaría que todo el mundo disfrutara de todos los placeres de la vida, que claro que me encantaría. La cuestión es si eso es posible, cuánto cuesta financiar esos "placeres de la vida", quién se haría cargo. O qué explica que yo, por ejemplo, no pueda alquilar un super yate cada verano y Cristiano Ronaldo sí pueda. Responder a esas cuestiones requiere desprenderse de buenas intenciones y considerar la creación de valor económico, el capital humano, las características del proceso de mercado y de la acción humana y muchas más cosas.
Sobran las emociones, por más que decir eso sea ir en contra de la ortodoxia sobre emocional imperante. Lo demás viene de la mano de la ética, que es mucho más importante, pero que es patrimonio de cada cual. A pesar de ello, se diría que los españoles del siglo XXI son reacios a mirarse al espejo y plantearse su valores personales. Pero no los de la carta de los Reyes Magos, sino los de verdad, aquellos valores que uno refrenda con el ejemplo. Es mucho más cómodo que un gobierno cualquiera, el que toque, establezca los valores del momento de acuerdo con una agenda internacional. No importa si el precio a pagar es tu libertad y, además, tu bolsillo.
Nos ha invadido una oleada de buenísimo económico que está teniendo el mismo efecto que la sal en los sembrados. Una ruina
Porque al estropicio de muchas infraestructuras y casi todas las empresas públicas hay que añadir el tema de los mayores: las pensiones dignas. Cualquier solución que pase por la autoridad es mejor que plantear una sociedad de propietarios de capital, de ahorradores-inversores que diseñen su propio plan de pensiones, cuando tiene cabeza y fuerza para ello.
Y ahí están nuestros pensionistas del futuro, viviendo hoy con la certeza de que su pensión no les va a llegar. O el tema de la educación de los niños y los jóvenes. Mucho mejor el adoctrinamiento del partido político de turno que dejar que los padres decidan si colegio o homeschooling, o tutores vecinales, o lo que sea. Mejor plantear el daño que pueden hacer los padres y, en base a eso, imponer una enseñanza homogénea que rebaja el nivel hasta límites insospechados.
Por no hablar de la inexistente libertad universitaria, de manera que la diferencia entre las universidades públicas y las privadas es que las últimas sobreviven asfixiadas y bajo amenaza permanente. Pero lo que es aún peor: abrir un centro universitario es una verdadera tortura. Y no solo eso: se basa en un sistema de licencias que genera un entramado tumefacto de favores políticos que arruina el proyecto antes de nacer. Qué decir de la no-reforma laboral que no hayamos dicho ya aquí.
No puede olvidarse el buenísimo europeísta. La agenda energética y la digitalización también son dos objetivos cargados de buenas intenciones pero que pueden acabar en papel mojado. ¿Quién a va rechazar el cuidado del entorno, o las bondades del avance tecnológico? Nadie. Pero ¿y el cómo? Queda de maravilla en un titular rechazar que la energía nuclear y el gas sean incluidas en la lista de energías verdes. Incluso puedo entender la necesidad de conceptualizar la etapa actual como "de transición" frente a un futuro más 'verde'. Pero, la realidad, que es cambiante e imprevisible, ha impuesto un frenazo.
La agenda energética y la digitalización también son dos objetivos cargados de buenas intenciones pero que pueden acabar en papel mojado
Para terminar quiero mencionar la nota del profesor Benito Arruñada al proyecto de la llamada Ley de startups, publicada por FEDEA. Una ley que pretende compensar las especiales dificultades de las empresas emergentes innovadoras, pero que difícilmente va a lograr echar las raíces que promete.
Primero, por la dificultad de definir qué empresas entran dentro de esta categoría y, por tanto, de asignar adecuadamente los fondos. Segundo, porque no demuestra los efectos externos positivos que justifican la propia ley. Y, finalmente, por la generación de una capa de grasa burocrática que entorpece la actividad económica y engrosa el gasto, y cuyo objetivo es precisamente identificar las empresas que producen los efectos externos. Muy buenas intenciones pero poca chicha.
El camino económico del Gobierno, empedrado de buenas intenciones, no va a llevarnos a recuperar el tono muscular sino a lastrar, aún más, el progreso económico español, ya afectado por la inflación y el entorno económico internacional incierto.