El cuerno de la abundancia de los bancos centrales se había derramado sobre nosotros en los veinticuatro últimos meses (doce billones de dólares a los que añadir otros cuatro billones en avales de los estados) y mucha gente pensaba que estábamos a punto de empezar otros locos años veinte.
En realidad, los locos años veinte han sido los veinte últimos años…
Los tiempos están cambiando. Siempre están cambiando, pero hay veces que se aceleran. Se nota mucho en que empiezan los ajustes de cuentas. Y ya le va tocando a Alemania en general y a Angela Merkel en particular.
Comienzan a menudear los titulares de este estilo: "Los tontos útiles de Putin" (con este añadido: "La invasión rusa de Ucrania equivale al rechazo de una generación entera de políticos de todo el espectro"). Hasta un alemán, Hans Werner Sinn, economista muy influyente y conocido, y muy crítico con la política monetaria del BCE, se suma al coro ajusticiador: "El fiasco energético de Alemania".
Hay que reconocer que tienen razón. Angela Merkel salvó la Eurozona al apoyar políticamente a Mario Draghi y sus políticas monetarias cuantitativas (eso estará siempre en su haber, aunque prolongara el apoyo más allá de lo debido), pero falló estrepitosamente al aceptar las políticas de cerrar centrales nucleares y pasar a depender, energéticamente hablando, del gas ruso.
¡Qué decir de los Verdes alemanes y de su antecesor al frente de la Cancillería, Gerhard Schroeder, al que, veinte días antes de la invasión de Ucrania, Rusia ha nominado como miembro del consejo supervisor de Gazprom (aunque el nombramiento no será efectivo hasta el 30 de junio) tras haber estado ocupando la presidencia de Rosneft (segunda petrolera rusa) desde 2017!
¡Qué diferente ejemplo del de otros líderes socialdemócratas del pasado! Al laborista Harold Wilson se le veía de mayor, y ya con Alzheimer, ir, acompañado de su secretaria/enfermera, a recoger todos los meses el cheque a la Cámara de los Lores (era Lord temporal)
Los políticos del presente serán juzgados dentro de diez años con igual o mayor severidad por no haber atajado a tiempo el brote inflacionario actual. ¿Por qué diez años y no dos o tres? Por ponerse en lo peor: diez años es lo que tardaron en EEUU y en Europa durante los años 1970s en tomar las medidas idóneas para terminar con aquella crisis económica crónica.
A EEUU le costó hacerlo entre 1970 (año en que su presidente, Richard Nixon, obtuvo del Congreso poderes extraordinarios en el terreno económico con su Plan de Estabilización) y 1981 en que el presidente de la Reserva Federal atajó la crisis subiendo el tipo de interés del interbancario a un día hasta el 19% (el tipo preferente de los bancos para el dólar llegó al 22%) ya con Ronald Reagan como presidente electo del país. Habían pasado no solo diez años sino tres (casi cuatro) presidentes distintos de dos partidos políticos diferentes.
Los políticos del presente serán juzgados dentro de diez años con igual o mayor severidad por no haber atajado a tiempo el brote inflacionario actual
Las primeras medidas extraordinarias de Richard Nixon llevaban ya algunas de las características de las aprobadas por Pedro Sánchez la semana pasada: ambas se llaman igual: "Plan de Choque"; ambas con una vigencia de tres meses; ambas limitan precios: las de Nixon congelaban precios y salarios y las de Sánchez limitan el precio de los alquileres y congelan el empleo en las empresas.
Si aquellas fracasaron, estas fracasarán también. Aunque no vaya a ser fácil verlo, como tampoco lo era de manera inmediata verlo entonces. De hecho, en el año siguiente al Plan de Choque de Nixon, el IPC bajó en EEUU de 4,5% a 2,6%, lo bastante como para que volviera a ganar las elecciones en 1972. Pero su repetición de las medidas en 1973, cuando la inflación volvió a subir de nuevo, fueron un fracaso total: al abandonar la presidencia en agosto de 1974 (por el Watergate) el IPC anual era de 12%.
Aquí, en España (con un mal llamado Plan de Choque que, en realidad, es un Plan Amortiguador) y también en otros países europeos, se está bonificando el consumo de los derivados del petróleo a los que se tiene acceso en las gasolineras. Primera estación (de servicio en este caso) para repetir el viacrucis de los años de la estanflación.
Cada vez que se produce el aniversario destacado de una gran crisis surge la pregunta: ¿hemos aprendido algo? Mi respuesta siempre es la misma: NO. Y ahora, medio siglo después de aquellos comienzos de la estanflación resulta muy evidente: los gobiernos no aprenden. Es más, no quieren aprender. El populismo puede más que ellos. Su propio populismo, da igual cual sea el color político que tenga el gobierno.
Porque populista es la medida de rebajar 20 céntimos en el combustible con carácter general a quien reposte en las gasolineras. Equivale a que nos devuelvan 20 céntimos ya gastados para que podamos volver a gastarlos. Parece una medida propia del País de Jauja…
Es una manera diáfana de evidenciar de qué forma se retroalimenta la inflación desde el propio gobierno. O de los propios gobiernos ya que en el resto de Europa se toman medidas parecidas. Todos juntos hacia una prolongación innecesaria de una crisis ya de por sí muy grave y que, a este paso, se convertirá en crónica.
La receta para el desastre.
No sabíamos que esa iba a ser la verdadera 'Agenda 2030': procrastinando en la toma de medidas adecuadas hasta que llegue ese año. Una agenda tan larga como la de los años 1970s, y por la misma negativa de los gobiernos a tomar las medidas pertinentes a tiempo.
Queda inaugurada esta década que será, si las cosas no cambian mucho, clónica de la de aquellos años. Solo los jugadores y los juguetes serán distintos.
¡Bienvenidos a la casa de muñecas!