El anuncio por parte del presidente Sánchez de un nuevo plan estratégico para la recuperación y transformación económica (PERTE) dedicado a incentivar la fabricación de chips y semiconductores con una dotación económica de 11.000 millones de euros, hecho durante la primera jornada del foro Wake Up, Spain! organizado por EL ESPAÑOL ha generado numerosos comentarios acerca de la necesidad de modernización del tejido productivo de nuestro país.
La idea de tratar de atraer a la industria de los semiconductores a un país como España es obviamente interesante: todos los países actualmente rivalizan por ello, y la carrera no es en absoluto sencilla, sobre todo cuando partes con muchos años de desventaja.
Hace algunas décadas, mientras nuestro país apostaba de manera decidida por la construcción, otra economía entonces similar a la nuestra en tamaño y número de habitantes, Corea del Sur, apostó por la tecnología y los semiconductores.
El resultado es evidente: en el 2000, el PIB de España superaba al de Corea del Sur, pero a lo largo de los últimos 20 años, mientras España se ha contraído en cuatro ocasiones, Corea del Sur ha mantenido siempre una tendencia al alza, y hoy, tras rebasar a España en 2013, su economía es la décima del mundo. La evolución no es casual, y refleja que la tecnología se ha convertido en la variable más importante que condiciona la economía, en cada vez más sentidos.
Que los microchips y semiconductores se han convertido en un elemento fundamental de la economía actual es completamente evidente: hoy se incorporan como componentes a la práctica totalidad de los aparatos electrónicos, y una crisis en su suministro se convierte en una auténtica debacle. Por otro lado, su proceso de fabricación requiere mano de obra especializada y no es especialmente sensible al coste debido a una importante automatización.
Para un país como España, en el que el talento en ingeniería es relativamente abundante y la relación calidad-precio de sus graduados es beneficiosa frente a otros países de su entorno, la cuestión tiene, sin duda, mucho sentido.
Ahora bien: atraer la inversión de las compañías dedicadas a este tipo de productos no es en absoluto sencillo. Hablamos de una industria compleja y muy desagregada: quienes diseñan los chips no es el mismo que quien fabrica la maquinaria para que, a su vez, sean fabricados por otras compañías, y sean ensamblados y probados por otras.
En esa cadena de valor, las distancias, además, se miden en nanómetros, y cuantos menos, mejor: todo lo que tiene de interés la fabricación de chips punteros de un nanómetro, lo tiene de aburrido y de no especialmente rentable la fabricación de chips obsoletos de quince nanómetros, por mucho que sigan teniendo demanda y que muchas industrias los instalen.
En esa cadena de valor, las distancias, además, se miden en nanómetros, y cuantos menos, mejor
En ese contexto, lo que nos encontramos es que la súbita epifanía del gobierno español y su decisión de apoyar la fabricación de semiconductores contrasta con los muchos años y el muchísimo dinero que países como el Reino Unido, Taiwan, Estados Unidos, los Países Bajos o, más que ningún otro, China, llevan haciendo lo mismo de forma cuantitativamente más significativa.
En el mundo de los chips, España es prácticamente una recién llegada que pretende salir al mercado y resultar atractiva, cuando otros países llevan apoyando a esa industria y viéndola como estratégica muchísimos años. ¿Podemos hacerlo? Sí, pero no va a ser sencillo.
¿Dónde está el elemento fundamental para que esta estrategia funcione, y podamos ver en España fábricas de chips y generación de empleo especializado? La elección de socios. Que España sea capaz de utilizar esa dotación económica para atraer y facilitar la inversión adecuada, con los socios adecuados.
Por el momento, España no aparece en ninguno de los planes de desarrollo de factorías anunciados por los actores relevantes en esta industria, y hacer que aparezca no va a ser tarea sencilla. Va a necesitar no solo de dinero y de voluntad política, sino también de flexibilidad en la formación y de todo lo que conlleva el establecimiento de las condiciones adecuadas para este tipo de empresas.
Modernizar el tejido productivo de un país es algo complejo que no se hace simplemente a golpe de anuncio y de PERTE. Los PERTEs pueden ser importantes en cuanto a lo que tienen de expresión de voluntad política, pero tienen que acompañarse de mucho más.
La respuesta de Elon Musk, que algo sabe de energía y de visión de futuro, a una noticia de Slashdot en la que se referenciaba el anuncio de la futura inversión española en chips, es clara y concisa: los chips están muy bien, pero lo que España tiene que hacer sin duda es centrarse en las placas solares y en producir energía para el resto de Europa. Algo para lo que, por cierto, hay otro PERTE.
Si un país como España es capaz de construir componentes de placas solares de manera competitiva - hoy construidos mayoritariamente en China - y dedica suficiente suelo a la construcción de granjas solares, suelo que además puede dedicarse también a otros usos, podría realmente marcar la diferencia. Que un país como Alemania apueste por el sol más que España es sencillamente innombrable. Y que gobiernos anteriores se dedicasen a poner estúpidos impuestos al sol, una expresión de cómo de mal puede llegar a hacerse las cosas en nuestro país.
Ahora toca ver cómo se nos da pasar de los PERTEs a la realidad.