Cuando aparece un problema endiabladamente complejo, tendemos a darle patadas hacia delante confiando en que otros lo arreglen o se solucione por arte de magia. Y eso es lo que hemos estado haciendo con la emergencia climática. La hemos pateado tanto que ya solo nos quedan tres años para poder evitar sus peores consecuencias.
Así de tajante ha sido el último informe del IPCC de la ONU. Sus expertos alertan de que nuestra única oportunidad de esquivar los mayores desastres ambientales requiere que las emisiones globales de efecto invernadero empiecen a reducirse a partir de 2025. De lo contrario, jaque mate, humanidad.
Si lo sabíamos desde hace décadas, ¿cómo hemos llegado hasta una situación de ahora o nunca? Tras decenas de cumbres climáticas, foros de Davos y compromisos de empresas y gobiernos, ¿cómo es posible que nuestras emisiones hayan seguido aumentando? Básicamente, porque lo único que hemos hecho ha sido poner parches, como quien pinta una mancha de humedad en lugar de levantar la pared para arreglar el recalo de raíz.
Pero es que reformar una casa da mucha pereza y cuesta mucho tiempo y dinero. Así que imagine lo terriblemente complicado que resulta transformar el sistema energético, productivo y de consumo del mundo entero. La magnitud del cambio climático es tal que el filósofo Timothy Morton lo incluyó en su libro Hiperobjetos: Filosofía y ecología después del fin del mundo, publicado en 2013.
El pensador acuñó el término hiperobjeto para describir precisamente eso, cosas que se distribuyen de forma masiva a través del tiempo y el espacio y cuya totalidad es prácticamente imposible de comprender y abordar por la mente humana. Cosas tan enormes, intrincadas y complejas como los agujeros negros y los vertidos de petróleo.
En el caso del hiperobjeto climático, una de sus claves es que sus amenazas no son iguales para todos
En el caso del hiperobjeto climático, una de sus claves es que sus amenazas no son iguales para todos. Hay quienes se enfrentan a inundaciones constantes y quienes viven en zonas en proceso de desertificación al otro lado del mundo. Incluso hay personas ni si quiera son conscientes de que existe, esas que preguntan "¿dónde está la contaminación que yo la vea?", y que demuestran que no hay más ciego que el que no quiere ver).
Y, por si fuera poco, la complejidad de la propia naturaleza y nuestra dependencia de ella impiden las soluciones perfectas. El remedio para un lugar puede generar un impacto negativo en la otra punta del mundo, reducir las emisiones de un sector puede provocar pérdidas económicas en otros. Por ejemplo, aumentar la superficie arbolada para captar más CO2 limita la superficie destinada a cultivos y ganado.
¿Qué hacemos? ¿Morimos de hambre o de olas de calor y sequías? ¿Evitamos las muertes por polución o dejamos sin energía a países dependientes del carbón como la India? El hiperobjeto del cambio climático se convierte así en un hiperproblema en el que lo único claro es que la ventana de tiempo para arreglarlo es cada vez más pequeña.
Afortunadamente, hay una buena noticia. Aunque los compromisos actuales no sirven ni de lejos para mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 °C, los expertos del IPCC afirman que disponemos de todas las herramientas necesarias para lograrlo y que lo único que hace falta es voluntad política (y dinero, claro).
La hipersolución requiere un amplio abanico de actuaciones
La hipersolución requiere un amplio abanico de actuaciones, desde la transición hacia las renovables hasta la transformación completa de los sistemas productivos. Pero, por mucha innovación que usemos, no servirá de nada si no dejamos de pensar que el planeta y su capacidad de absorber nuestro impacto son infinitos y empezamos reducir nuestro consumo de absolutamente todo.
Esta es una de las grandes críticas de los grupos y activistas medioambientales al principal enfoque contra el hiperproblema climático. Preferido por empresarios multimillonarios como Bill Gates, la estrategia se basa en el tecnosolucionismo, es decir, en confiar en la capacidad de la tecnología para que resuelva nuestros males sin que tengamos que sacrificar ningún aspecto de nuestro día a día.
Y aquí está el error. Puede que los coches eléctricos resulten muy atractivos, pero las mejores soluciones para los desplazamientos por ciudad siempre serán la bicicleta, el transporte público y caminar. Yo incluso empezaría por prohibir los aviones de uso privado y toda actividad que concentre una gran cantidad de emisiones y solo beneficie a unos pocos.
Puede parecer radical, pero, como esta semana ha dicho en Twitter el secretario General de la ONU, António Guterres, "aunque los activistas del clima a veces son descritos como radicales peligrosos, los verdaderos radicales peligrosos son los países que están aumentando la producción de combustibles fósiles".
Eso sí, aunque los ciudadanos corrientes seamos menos responsables de este hiperproblema en comparación con la industria y con los millonarios que en un solo día contaminan por placer lo mismo que nosotros en toda nuestra vida, eso no puede servirnos de excusa para eludir nuestra parte de responsabilidad. Todo suma en cuestión de hiperobjetos.