Esta semana, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, participó en el Frankfurt Forum sobre la geoeconomía de Estados Unidos y Europa, organizado por el Atlantic Council. En la entrevista realizada por la subdirectora del centro de análisis Bruegel, Maria Demertzis, Lagarde dijo lo que ya esperábamos, pero también sorprendió con determinadas declaraciones.
Lo esperable era que omitiera la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) durante la pandemia, a través de compra de activos y de operaciones de crédito. Ni hablar de la distorsión en el mercado financiero generada por las decisiones de política monetaria para sobrellevar la crisis del 2008, cuando se facilitó la compra de deuda soberana por los bancos comerciales nacionales para limpiar el balance del Deutsche Bank.
Ella insistió en atornillar el mensaje exculpatorio: en Estados Unidos la inflación es de demanda, no está tan ligada a la subida de precios energéticos y los efectos sobre los salarios es mucho mayor. Por el contrario, en la eurozona tenemos una inflación de oferta, explicada en un 60% por los precios energéticos (electricidad, gas y productos derivados del petróleo), y los efectos sobre los salarios es mucho menor.
La inflación, en tanto que pérdida de valor de la moneda, es un fenómeno monetario que se traduce en subidas de precios, o en inflación de otros activos financieros como la deuda pública, etc. Por eso, las medidas de política monetaria del BCE tras la pandemia han generado un aumento del gasto y de la deuda pública, que van a hacer muy difícil afrontar la crisis y la recesión que, muy probablemente, llegará.También por eso, las medidas que el BCE está tomando son drenar dinero del sistema mediante subidas de los tipos de interés. Al estilo clásico.
La explicación de Lagarde es sensata: el BCE tiene el mandato de garantizar la estabilidad de precios. Ni el pleno empleo, ni el crecimiento económico. Y la razón es que las consecuencias de la inflación son mucho más dañinas para la ciudadanía que la ralentización de la economía y el aumento del desempleo.
Las medidas de política monetaria del BCE tras la pandemia han generado un aumento del gasto y de la deuda pública
Siendo un mandato tan claro e importante cabe preguntarse por qué el BCE no ha cuidado más diligentemente esta estabilidad de los precios de la eurozona. En diciembre del 2021, la inflación en la eurozona cerraba en el 5%. El aumento del precio de la energía se ralentizaba. Por el contrario, la subida interanual de los precios de los alimentos frescos en diciembre era del 4,7%, frente al 1,9% del mes de noviembre.
No solamente eso, al excluir el impacto de la energía, los alimentos frescos, el alcohol y el tabaco, la tasa de inflación subyacente se mantuvo en el 2,6%, que hoy resulta bajo, pero entonces, diciembre del 2021, era la lectura más alta de la historia. ¿Por qué no se tomaron medidas?
Lagarde responde. Recuerda que en diciembre del 2021 el BCE decide poner fin al programa de compras de activos en el marco del Programa de Compras de Emergencia frente a la Pandemia (PEEP). Pero también reconoce que hubo errores en los modelos empleados para proyectar la inflación futura. “Como todos los centros de investigación, probablemente porque utilizábamos los mismos modelos”, afirma.
Y continúa, como encogiéndose de hombros explicando que en los libros de texto los cuellos de botella desaparecen con el tiempo, y los precios de la energía que suben anormalmente, vuelven a la normalidad. Y, ¡oh, sorpresa!, la realidad no se ciñe a los libros de texto. Viniendo de toda una presidenta del banco más importante de la Unión Europea, estas declaraciones me parecen muy decepcionantes. Especialmente porque a mí me gustan los modelos, siempre que se sepan usar, y no se les confieran poderes que no tienen.
Lagarde reconoce que hubo errores en los modelos empleados para proyectar la inflación futura
La misma persona habla de la “sabiduría colectiva” de la entidad que preside, que proclama que es independiente del poder político, para justificar que son ellos y no otras instituciones quienes definen qué deuda pública de cada país es o no “sostenible”.
Una ojeada a la historia del los bancos centrales nos muestra que, desde su nacimiento, los bancos centrales han estado al servicio de los estados, y ahora de un gobierno económico supranacional.
De hecho, lo que hoy en día es el Bank of England, el banco central del Reino Unido, logra el monopolio de emisión de moneda a mitad del siglo XIX a base de hacer favores al gobierno de turno. ¿No es ese el espíritu que subyacía a la decisión de facilitar la compra de deuda soberana por bancos comerciales en el 2008? ¿No se trataba de evitar salpicar a la economía alemana?
Pero la frase que más me gusta es en la que explica que para trabajar con las expectativas de inflación no solamente hay que tener en cuenta los modelos sino también el escenario.
Los bancos centrales han estado al servicio de los estados, y ahora de un gobierno económico supranacional.
Me recuerda a la anécdota de una persona que ocupa un alto cargo en el consejo de un importante banco que me decía: “Hemos calculado el escenario perfecto coherente con el modelo de predicción que hemos elaborado”. Resulta que, de la misma forma que algunos economistas retuercen los datos hasta que “canten” lo que sea menester, también se pueden diseñar escenarios al servicio del modelo. Y ese es el problema, que hemos terminado enamorados de la herramienta.
Por supuesto, todo es culpa de Putin. Hay que intervenir precios, rechazar nucleares, aumentar los impuestos, subir los salarios de los funcionarios y gastar lo más grande en campañas. De los fondos europeos, que se sabía que iban a repetir la misma escena, o del maltrecho Estado de derecho, en el que quien la hace no lo paga, aunque haya una sentencia judicial de la más alta instancia, ya hablamos otro día.
De momento, seguimos haciendo camino al andar, decisión a decisión hacia la estanflación. Y, de todo corazón, daría cualquier cosa por equivocarme.