El Reino Unido sufre una etapa convulsa desde la caída de Boris Johnson y la atropellada llegada de Liz Truss. Una de las primeras decisiones de la nueva primera ministra para intentar recomponer la maltrecha economía británica fue proponer una batería de medidas de la que surgió el caos.

El principal causante de esa inestabilidad fue el anuncio de un recorte de impuestos sin parangón desde los años 80, de 45.000 millones de libras, lo que generó un desplome de la libra esterlina sin precedentes, y finalmente, un pánico financiero en los mercados de deuda.

Las bajadas de impuestos agresivas tienen una enorme ventaja desde el punto de vista económico y es que básicamente incentivan el crecimiento a largo plazo. Por el contrario, tienen el inconveniente de dejar un agujero presupuestario por caída de ingresos fiscales. Lo que se interpretó fue, precisamente, que el ingreso extra del mayor crecimiento económico generado por una bajada de impuestos no compensaría ni por asomo la caída en los ingresos fiscales derivada por la menor recaudación.

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¿Qué ocurre? Que en un contexto normalizado, esa bajada de impuestos debería ir acompañada de una necesaria disminución del gasto público. El problema es que a la vez que Truss bajaba impuestos anunció un programa de incremento de gasto público para subsidiar el daño al consumidor por la crisis energética. De esta forma, se generan dos agujeros fiscales, uno por bajada de impuestos y otro por incremento del gasto público.

A partir de ahí todo se sucedió en cascada. La libra se desplomó con su mayor caída en los últimos cincuenta años. La pérdida de confianza en la divisa, más la preocupante carga que se generaba a futuro motivó que los gilt -la deuda pública- perdieran un tercio de su valor en sólo una semana. Esto llevó a que el Banco de Inglaterra interviniese el mercado para evitar el colapso total de la economía.

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En el epicentro de esa turbulenta agitación se colocaron los fondos de pensiones. Sus enormes carteras, por regulación, tienden a invertir mayoritariamente en deuda pública. Dado que la deuda inglesa perdió un 33% de valor en solo unos días, podemos imaginar el impacto en la valoración de las inversiones.

Para entender por qué pasó esto hay que entender previamente que la legislación británica establece lo que se conoce como liability driven investment o inversión enfocada en los pasivos. Los LDI pretenden garantizar que un conjunto de activos sea capaz de hacer frente al compromiso adquirido en el momento en los que los pagos deben hacerse. Lo que viene siendo un plan definido. Digamos que lo que un LDI busca es balancear el tipo de activos que necesita un fondo de pensiones con el tipo de compromisos futuros que debe atender.

Lo que nadie imaginaba es que fondos que vienen invirtiendo masivamente en deuda estuvieran tan apalancados. La caída de precio de los bonos provocó que los fondos de pensiones con exposición apalancada a este activo empezasen a ver cómo el valor de las mismas caía en picado.

Alcanzaron tal punto que empezaron a recibir margin calls, lo cual llevó a que muchos fondos vendiesen sus posiciones no apalancadas para proveer de liquidez con la que evitar el cierre de las posiciones abiertas en derivados financieros.

El Banco de Inglaterra ha decidido salvar a los planes de pensiones ingleses a costa de seguir incrementando la inflación en el Reino Unido

Así pues, se generó una tormenta perfecta en la que para cubrir la pérdida de valor de la deuda se vendieran activos retroalimentando el problema que generó el pánico y posteriormente la intervención del Banco de Inglaterra, comprando durante dos semanas una cantidad enorme de bonos. Esto ha calmado la sobreventa en los mercados y ha impedido que el pánico, de momento, se contagie.

La cuestión es que la libra esterlina tiene un problema inflacionario bastante grave, problema que se está intentando solucionar con una política monetaria restrictiva. Pero eso implica una venta de activos por parte del banco central, no una compra de activos.

En otras palabras, el Banco de Inglaterra ha decidido salvar a los planes de pensiones ingleses a costa de seguir incrementando la inflación en el Reino Unido. Es posible que más pánicos de este tipo tengan lugar tanto en todas las economías desarrolladas que empezaron a luchar contra la inflación elevada a golpe de hacer más restrictivas las condiciones crediticias.

Cuando esto sucede se está dejando de luchar contra la inflación. Lo que el Banco de Inglaterra ha conseguido es parchear un problema que afecta a una parte del sector financiero inglés, y a sus pensionistas, a costa de todo aquel que ahorra en libras esterlinas. Quienes lo hacen seguirán viendo un empobrecimiento, tanto en los mercados de capitales como por la pérdida de capacidad de compra de bienes y servicios.

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