Una epístola no es exactamente una carta, ni una profecía es una predicción de lo que va a suceder en el futuro, a pesar de lo que suele creerse. Las epístolas de San Pablo eran órdenes de cómo debían comportarse las comunidades a las que se dirigía, y las profecías, algo corriente en el mundo antiguo, y no solo en la Biblia, eran advertencias a los reyes o al pueblo por su mal comportamiento (el griego “propheteia” es el don de interpretar la voluntad de los dioses) no visiones sobre cómo sería el futuro.
Ahora las redes sociales y, sobre todo, Twitter, están llenas de ambas, epístolas y profecías, en las que todo el mundo amenaza a todo el mundo con venganzas de los dioses de la economía, de la ideología o de la guerra por desviaciones reales o imaginarias, y con órdenes e indicaciones sobre lo que hay y lo que no hay que hacer.
Además de todo ello, están también las estimaciones y pronósticos de lo que va a suceder, a base de manejar variables conocidas con el nombre de “estadísticos” o “estadígrafos”, si bien éste último término ha caído en desuso. Y los comienzos de año siempre son pródigos en estimaciones de lo que podría o debería suceder a lo largo de los siguientes doce meses.
La semana pasada comentábamos aquí que el final del año 2022 se había caracterizado por un fuerte descenso de la liquidez monetaria en el mercado americano y que eso había coincido con que las Bolsas, que se habían recuperado entre mediados de octubre y finales de noviembre, habían vuelto a caer durante el mes de diciembre.
A la vez, expresábamos las dudas sobre si esa bajada de la liquidez no sería puramente estacional (propia del momento) pues los bancos hacen acopio de fondos para tener la seguridad de que podrán cuadrar bien y sin problemas el balance del último día del año.
En EEUU los quince primeros días del mes de enero suelen ser de aumento de la liquidez gracias, entre otras cosas, a los pagos que normalmente hace el Tesoro.
También nos preguntábamos si esa liquidez volvería al mercado el primer día hábil de 2023 y ya tenemos la respuesta: la liquidez volvió, de manera que, el viernes de la semana pasada se podía estimar su aumento en 335.156 millones de dólares.
Ni que decir tiene que, con ese aumento de la liquidez, las Bolsas de EEUU pudieron cerrar la semana con una subida de 1,4% (índice general S&P 500) y otro tanto le sucedió a las Bolsas europeas (+6%) cuyo exceso de liquidez se incrementó en la semana en 270.441 millones de euros.
Aunque los primeros días de Bolsa tras el inicio del Año Nuevo pueden dar buenas pistas sobre lo que va suceder a lo largo de los siguientes meses, la muestra de que disponemos es aún demasiado pequeña: de cuatro sesiones en EEUU y de cinco en Europa. Pero lo que sí sabemos es que, en EEUU, los quince primeros días del mes de enero suelen ser de aumento de la liquidez gracias, entre otras cosas, a los pagos que normalmente hace el Tesoro.
De modo que, con ambos elementos de juicio (subida de la liquidez en la primera semana y subida, más frecuente que no, en la primera quincena de enero) no sería nada extraño que viéramos a las Bolsas subir en la semana que se inicia. Y todo, también en parte, debido a que ahora hay una pelea sorda (y a veces estruendosa) entre lo que opina el mercado de deuda pública norteamericana y lo que son los propósitos manifestados por la Reserva Federal, ya que, si ésta ha anunciado que va a seguir siendo muy dura y subiendo los tipos de interés, aquél dice que no se lo cree y que no podrá subirlos tanto como pretende.
La Reserva Federal tendrá que aflojar en sus intenciones de seguir subiendo los tipos de interés en cuanto haya indicios claros de que la recesión ha comenzado.
¿En qué se detecta ese enfrentamiento no expreso? En que mientras que las indicaciones de la Reserva Federal para los mercados monetarios (los mercados de corto plazo) son que ahora el tipo de interés es de 4,50%, y que será más alto en los próximos meses, la rentabilidad de la deuda pública para el plazo de 10 años es de 3,56%.
Eso de que la rentabilidad de los plazos largos sea inferior a la de los plazos cortos es una anomalía que solo suele darse cuando se aproxima una recesión, por lo que los mercados de bonos están convencidos de que la Reserva Federal tendrá que aflojar en sus intenciones de seguir subiendo los tipos de interés en cuanto haya indicios claros de que la recesión ha comenzado.
De esta manera, los mercados de bonos están olvidándose de un apotegma que suelen tener bien presente: “No le lleves la contraria a la Reserva Federal” (“Don’t fight the Fed”, en inglés). Y en ese desafío a la autoridad monetaria se apoyan también las Bolsas para seguir subiendo.
En este momento, hay indicadores económicos de todo tipo que, unos, apoyan la idea de que la economía de EEUU se está desacelerando a toda velocidad (por ejemplo, la encuesta de empleo en los hogares y los indicadores adelantados manufacturero y de servicios) mientras que otros (como la encuesta de empleo no agrícola en las empresas) hablan de un buen dato de crecimiento en el trimestre último de 2022 (la Reserva Federal de Atlanta estima un crecimiento de 0,95% trimestral).
En apoyo de la tesis de una desaceleración o recesión económica global está el comportamiento de las materias primas, que han iniciado el año de manera mucho más mustia que las Bolsas: en la primera semana solo han subido de precio los metales preciosos (el oro +2,4%).
En el extremo opuesto, ¡quien lo hubiera dicho hace unos meses! el precio del Gas Natural bajó en esa misma primera semana: en el mercado de EEUU, un -17%; y en el europeo, un -20%, siguiendo la trayectoria de caída que aquí esperábamos, gracias a la comparación con cómo evolucionó en 2008.
Lo más probable para el año que acaba de empezar es que las materias primas continúen haciendo durante 2023 lo contrario de lo que hicieron en 2022. Es decir, si en 2022 los primeros meses del año (digamos durante el primer semestre) fueron de fuertes subidas de precio mientras que los siguientes, y hasta terminarlo, se caracterizaron porque los precios bajaban, en 2023 sería muy normal que las bajadas de precio se produjeran en el primer semestre y las subidas en el segundo (cada materia prima, por supuesto, con sus propias fechas de final de la bajada e inicio de la subida situadas en diferentes momentos del segundo y tercer trimestre).
Lo visto la semana pasada confirma, de momento, esa expectativa, obtenida sin más que prolongar la comparación que hemos hecho aquí habitualmente con lo que pasó en 2008 y en 2009.
En apoyo de una caída de precio de las materias primas viene la fuerte bajada del 35% que ha tenido el Índice Báltico Seco (que mide el coste del transporte marítimo de trigo, acero, carbón, etc.) en las últimas seis sesiones. En esa caída está influyendo sin duda la expansión de la Covid-19 en China y la consiguiente caída allí de la actividad económica, junto con el hecho de que en enero es habitual que el Índice Báltico descienda.
Concluida la primera semana de negociación del año, las Bolsas y los bonos se enfrentan, pues, desafiantes a la Reserva Federal. Ya lo hicieron en diferentes momentos del año pasado y tuvieron que agachar la cerviz en tres ocasiones, pero son tozudos y están volviendo a intentarlo. Es su instinto de supervivencia el que los empuja a ello.
No es, por lo tanto, mal momento para lanzarles profecías, en el antiguo sentido, advirtiendo “al pueblo de los traders o mercaderes” que están provocando la ira de los dioses de la Reserva Federal. Y de enviarle a ese mismo pueblo una epístola con las recomendaciones (¿órdenes?) pertinentes, que siempre se han expresado en latín con un “caveat emptor!” o, lo que es lo mismo: ¡tenga cuidado el comprador!