Quedan días para que el año 2023 acabe y comience en 2024. Es un momento que muchos utilizan para hacer un recopilatorio de libros que han leído, noticias llamativas que han sucedido, o para mostrar en unos cuadros la evolución de las variables macroeconómicas que nos dicen algo de la salud económica de nuestro país. Otros confeccionan listas con los deseos para el próximo año, las promesas que se pretenden cumplir, las novedades que nos trae este nuevo período.
Cada año, miramos si estamos mejor o peor. Y yo no voy a ser menos.
Personalmente, creo que el año 2023 ha sido el año de la mentira, por muchas razones. No solamente es un año en el que nos han mentido abiertamente y lo hemos consentido. También es el año en el que nos hemos mentido más y mejor, a nosotros mismos.
En este año, más que en otros, el dato se ha pervertido, no porque se den datos falsos sino porque dependiendo del período considerado y de la interpretación, puedes lograr que apoyen lo que te parezca. Y unos y otros los usan como comodín de sus políticas económicas. Todo vale.
Así que los españoles de a pie, escuchan los datos como quien escucha los anuncios de perfume: “Hay muchos mundos, pero están en ti”, y ni se plantean qué quiere decir eso. Los ciudadanos de a pie solamente saben que ya no pueden ahorrar (o no tanto), que buscar alquiler en las grandes ciudades (Madrid, Barcelona y Málaga son las tres peores) es un auténtico infierno, que vamos a pagar más impuestos y que los niños cada vez salen peor preparados del colegio.
Pero, sobre todo, los españoles de a pie hemos asistido, primero con incredulidad, y después con franca resignación, a las mentiras que nos han querido contar. Mentiras económicas y mentiras políticas. Y, aunque no nos acordamos, porque la mente humana, que está fabricada para sobrevivir, dispone de un recurso maravilloso para lograrlo, como es el olvido, toda esta erupción de mentiras comenzó en la pandemia. Fue entonces cuando se nos dijeron todas las mentiras posibles para ensuciar al adversario político, para ocultar la incapacidad para tomar medidas impopulares pero necesarias, para narcotizar a la población que estaba sumida en un drama social sin parangón.
Los españoles de a pie hemos asistido, primero con incredulidad, y después con franca resignación, a las mentiras que nos han querido contar
Y, desde entonces, la estrategia ha sido repetir la jugada. Las circunstancias inesperadas en el entorno internacional han acompañado la pantomima: la pandemia vino con una crisis logística imposible, una subida de los precios de la energía, y la invasión rusa de Ucrania, que llevo esa subida mucho más allá, dando lugar a una inflación que nos ha azotado a todos.
Por descontado, aquellos países que mantuvieron cierta disciplina fiscal, que no derrocharon en peajes políticos y que estuvieron más pendientes de salvar la economía, pasaron todos estos acontecimientos negativos pero de otra manera. Nosotros hemos ido desperdiciando oportunidades, una tras otra. La más grande, sin duda, la ayuda europea. Todavía hoy, el Tribunal de Cuentas critica la opacidad de la gestión de los Fondos Next Generation, y advierte del alto riesgo de doble financiación de los Ministerios de Educación y Cultura. No queda claro qué dinero llega a los destinatarios finales.
La inversión en I+D+i, como dice el profesor Rafael Pampillón, va “en busca de la productividad”. El desglose indica que la privada es baja y la pública es muy dudosa. Realmente, confiar en la inversión pública, sabiendo que los gobiernos no son actores en el mercado, sino reguladores (buenos o malos) del mismo, es muy ingenuo. Por eso es importante plantear seriamente qué sería necesario para recuperar la confianza de los inversores.
Mientras nos dicen que todo va bien, que vamos como una moto y que la Seguridad Social tiene superávit, los datos nos dicen que en el 2023 el déficit crece y que el gasto en Seguridad Social ha aumentado respecto al 2022 en casi un 10%.
Esta semana hemos sabido que, para aumentar los ingresos del gobierno, las empresas cotizarán por los becarios no remunerados. ¿Cuántas empresas van a poder permitirse el lujo de emplear a becarios, que por definición no están cualificados, por los que tienen que pagar?
El sector empresarial está en horas bajas. Y todo el mundo sabe que los datos positivos incluyen las ayudas gubernamentales. Es como medir la estatura con los tacones puestos.
El sector empresarial está en horas bajas
Pero también nosotros nos dejamos mentir. Preferimos agarrarnos al “es que todos son iguales”, comparar mentiras cuya diferencia de grado es notable, y afirmar convencidos de que “no podemos hacer nada”, en lugar de plantearnos, seriamente, por qué siguen mintiéndonos, de manera cada vez más obscena. La respuesta, siempre, es “nos mienten porque pueden”.
Nadie dentro de su partido les va a frenar, ni fuera de su partido. Y si un juez alza la voz es amenazado. Y si un periodista lo hace es denostado. Nos preguntamos por qué hay bulling en los colegios cuando en política es la norma general. La mentira política, desde mi punto de vista, es inadmisible.
Pero no podemos obviar que hay diferentes tipos de mentira y distintas maneras de mentir. En lo que quiero poner el foco es en la impunidad, en la obscenidad, en la complicidad de la ciudadanía, polarizada, anestesiada y muy harta del ruido político.
Sin embargo, esa es mi esperanza. Cuando la gente tiene que salir adelante y el ruido político lleva a la desesperanza, las personas, por puro instinto, tienden a organizarse por su cuenta, a salirse del marco de referencia.
Este año he tenido la oportunidad de conocer a Victor Domínguez, Marc Urgell y al equipo de Racks y Racks Lab. Eran unos jovenzuelos youtubers por los que nadie daba un duro y que son empresarios puros. No esperan caerte bien o mal, simplemente ofrecen algo en el mercado que le gusta a muchísima gente, especialmente la más joven. La gente vota con los pies, como ellos que se fueron a Andorra, y con su dinero, como quienes les compran.
Hay luz, no al final del túnel, sino fuera del túnel. Feliz año 2024 para todos.