En enero de 1985, III Año de la Era Felipista, apareció en las librerías españolas un texto titulado Crear 80.000 Empresarios. Sus autores eran tres jóvenes liberales catalanes que en el momento de esplendor y de máximo poder del Gobierno socialista realizaron una reivindicación del capitalismo de libre empresa y del poder creador de la libertad individual. Esos osados mosqueteros eran Juan Rosell, un singular Athos cuya distinguida trayectoria profesional y empresarial le llevaría a presidir muchos años después la CEOE; Juan Torras, un prototípico Porthos que se convirtió en uno de los buscadores de talentos más prestigiosos de España y de Europa y el Aramis de la troika, Joaquín Trigo, fallecido esta semana tras una larga enfermedad.
Joaquín simboliza una generación que, a través del estudio, de la razón y de la experiencia transitó de la izquierda radical de sus años universitarios en el tardo franquismo al liberalismo. Su racionalismo crítico, su insobornable honestidad intelectual, su sentido común y su comprensión de la realidad le hicieron abandonar muy pronto los utópicos cantos de sirena del colectivismo para abrazar el ideario de la libertad a cuya promoción y defensa dedicó el resto de su vida.
Trigo fue una mezcla cuasi perfecta, la perfección es iliberal por definición, de la teoría y de la praxis. Era capaz de trasladar los más complejos teoremas y principios económicos a la praxis y plantearlos de una manera clara y comprensible ante cualquier auditorio. Podía ascender con la mayor naturalidad a las alturas de la teoría económica para descender con una facilidad pasmosa a los problemas concretos y cotidianos. Jamás se encerró en la torre de marfil de la academia.
Gallego de nacimiento y catalán por vocación y elección vital, Joaquín combinaba de una manera extraordinaria el humor escéptico de su tierra natal con el seny de la de adopción. Esa actitud le convertía en un adversario temible en cualquier debate en el que su fina ironía resultaba demoledora ante rivales con tendencia a razonar muscularmente más que apoyados en la fuerza de sus argumentos. Era una polemista formidable, de una lógica aplastante pero siempre sin acritud.
Trigo desarrolló una brillante trayectoria tanto en el mundo universitario como en el profesional. Fue profesor de Fundamentos de Análisis Económico en la Universidad de Barcelona y el spin doctor de Fomento Nacional de Trabajo primero, como cabeza del Departamento de Estudios Económicos de la patronal catalana y, después, como su Director General. Cuando Juan Rosell llegó a la presidencia de CEOE, Joaquín se convirtió en el Director General del Instituto de Estudios Económicos, el tanque de ideas del empresariado español.
Joaquín tenía una pluma acerada, fácil y escribió en casi todos los grandes medios de comunicación españoles. Tenía el don de la claridad, de la sencillez y la extraordinaria facultad de integrar el rigor analítico con la capacidad divulgadora. Sus colaboraciones periodísticas resisten algo muy difícil, el tamiz del tiempo, y mantienen toda su frescura y actualidad. Son pequeños ensayos. Nunca rehusó una pelea y siempre la libró con guante blanco.
Trigo era un economista, pero no fue un economicista. Tenía claro que la libertad económica era fundamental, pero ésta formaba parte de un sistema integral de principios, los configuradores de una sociedad abierta, cuya expresión institucional eran la democracia liberal y la economía de libre mercado. Su ideal era el de un orden social en donde cada individuo pudiese desarrollar su proyecto vital conforme a sus valores y perseguir sus propios fines siempre que respetase a los demás.
Joaquín tenía un talante liberal. Estaba abierto a someter sus ideas y planteamientos al examen crítico, pero era firme e implacable a la hora de combatir lo que creía errado. A lo largo de toda su existencia se enfrentó, muchas veces contra la corriente, a las modas e ideas dominantes cuando las consideraba lesivas para la libertad y el progreso. Y esto no ha sido ni es algo habitual en la cortesana escena española en la que el servilismo al poder ha hecho presa en muchos de sus intelectuales y, por supuesto, de los economistas.
Trigo sentía predilección por la Escuela Austriaca de Economía, pero no tuvo la tentación de hacer de ella una secta ni de excomulgar a otras corrientes del pensamiento liberal. El liberalismo era una doctrina minoritaria en las Españas y, por tanto, las disputas escolásticas entre liberales eran estériles y contraproducentes. Por eso, su actitud y su posicionamiento no fueron excluyentes sino integradores. El enemigo era el colectivismo y perderse en batallas bizantinas era absurdo. Los liberales tenían que salir de su zona de confort, la teórica, para librar las batallas del momento.
Durante una década, Joaquín se fue difuminando en las sombras y laberintos de la mente. Ahora se ha ido pero su recuerdo y su legado permanecen y tienen una extraordinaria relevancia: la lucha por la libertad en esta sombría hora de las Españas.