La inmigración es uno de esos temas serios pero politizados que, con el tiempo, se han convertido en la esencia del virtue signalling por parte de todo el arco político. Los de izquierda más radical son favorables a acoger, tutelar, subvencionar y atender a los inmigrantes legales, y facilitar la legalidad a los ilegales para no tener que tomar medidas contundentes. Los de derecha más radical exigen regular la inmigración para poner límites y deportar a los ilegales y a los legales que incumplan la ley española de manera automática.

Además, los primeros son condescendientes con la “pluralidad” y exigen respeto a sus costumbres, mientras que los segundos se quejan de que se ataca la religión y las costumbres occidentales mientras se protege la cultura que viene de fuera.
Dudar es interpretado por unos y otros como una prueba evidente de que eres un facha o un zurdo, dependiendo de la tribu política que te juzgue.

Leía en una red social que “la gente tiene miedo de señalar los malos argumentos de su propia tribu, porque teme que sus compañeros lo interpreten como una traición. Por eso, las tribus no suelen tener ningún control de calidad sobre sus creencias, salvo el que les proporcionen sus enemigos, sin los cuales, se vuelven locos”. Una gran verdad que impide el pensamiento crítico.

Yo soy partidaria de la libre entrada y salida de mercancías, personas y capitales. Creo que el talento y las ganas de trabajar que viene de fuera se debe valorar y atraer. Creo que la delincuencia es mala, tanto si es perpetrada por los de aquí como si los delincuentes son los que vienen de fuera. Creo que las situaciones de guerra sacan lo peor de cada uno y que hay que ayudar a que no suceda, especialmente por los niños. Los hijos de la guerra y la posguerra española (de ambos bandos) me lo enseñaron.

Pero reconozco la ambigüedad donde aparece. Siendo española, entiendo muy bien las contradicciones humanas. Porque los españoles fuimos conquistados y conquistadores, albergamos las tres culturas y La Inquisición, queremos independencia y solidaridad interregional, defendemos un nacionalismo y rechazamos otro nacionalismo. Somos expertos en sorber y soplar, a la vez.

Porque los españoles fuimos conquistados y conquistadores, albergamos las tres culturas y La Inquisición, queremos independencia y solidaridad interregional

Por eso no me extrañan las posturas contradictorias también en el tema de la inmigración. Sin embargo me parece muy importante que abordemos las diferentes facetas que componen un problema tan complejo y que ya está afectando a ámbitos como el laboral, el educativo, el socio-cultural y la seguridad ciudadana.

Para empezar hay que recordar que a los inmigrantes les da lo mismo las buenas intenciones de los gobiernos: buscan mejorar su situación. Unos por medios legales y honestos y otros no. Todos ellos llegan al país de destino con sus hábitos, costumbres y cultura. Y muchos no están dispuestos a abandonarla. Y ese rechazo es tanto mayor cuanto más diferente es la cultura del país que te recibe. La cosa se pone más fea aún si tu cultura fomenta el odio al otro, el desprecio a las mujeres o justifica la violencia.

Escribo esto mientras se celebran Las Fiestas del Emigrante en un precioso pueblo de Jaén, de donde emigró casi la mitad del pueblo en los años 60 a Alemania, Francia y Suiza, principalmente, para sacar a sus familias adelante. Los emigrantes de mi pueblo probablemente tenían costumbres diferentes a las de los países que les acogieron, pero cumplían la ley y se hicieron a las nuevas costumbres. No crearon barrios en los que la policía no podía entrar, ni presionaron para imponer sus tradiciones por cualquier medio.

No se me escapa que lo que el Gobierno español ha hecho hasta ahora es facilitar la llegada de inmigrantes de todo tipo. Recordemos cuando la tenencia de un “bonobús” era suficiente para demostrar la residencia. O el mercado de licencias matrimoniales.

Desde hace años llegan mujeres embarazadas para que, al dar a luz en España, puedan quedarse también. Ir ampliando los supuestos de arraigo, como en el año 2022 que se ampliaron con el arraigo por formación o las ayudas son un buen reclamo para quienes no tienen para vivir en su país. Vienes de cualquier manera y al cabo de dos años hay caminos para quedarte. Seas quien seas.

La cosa se pone más fea aún si tu cultura fomenta el odio al otro, el desprecio a las mujeres o justifica la violencia

Estos y algunos incentivos más similares han permitido que se desarrollen verdaderas mafias que extorsionan a inocentes prometiéndoles un paraíso inexistente y cobrándose en dinero o en prostitución de mujeres y niños. Un negocio miserable.

También lo es el negocio de los menores. Con romper el pasaporte antes de llegar y afirmar que se es menor es suficiente para ser tutelado. No es extraño que hayan aumentado el número de menores no acompañados y, paralelamente, el de residencias para albergarles. Y los datos dicen mucho. Hay sólo un 6% de mujeres. El resto son hombres. Si añadimos la nacionalidad, del total de menores no acompañados varones, el el 87% son africanos: el 68% previenen de Marruecos, el 9% de Gambia, el 6% de Argelia y el 4% de Senegal.

Estos menores forman parte de una población de inmigrantes ilegales que asciende vertiginosamente.

Y no. No hay recursos para todos. España está a la cola del crecimiento en cuanto a la renta de las familias se refiere, estamos a la cola de la OCDE en poder adquisitivo, lideramos los niveles de desempleo y, de acuerdo con el índice AROPE de Eurostat, España es, por primera vez, el país de la zona euro con mayor riesgo de pobreza. Pero no es sólo eso. También está en qué sociedad queremos.

¿Va todo esto en contra de mis principios liberales? No lo creo. Que el Estado retire su omnipresente mano y sus atractivos incentivos y veamos qué sucede.

Para colmo de ambigüedades, los mismos que no quieren regularizar la inmigración para discriminar entre las personas que vienen de buena fe y las que no, también echan pestes el turismo que atrae a turistas de cualquier clase que vienen a masificar nuestras ciudades. Y eso que los turistas nos dejan dinero y levantan nuestras economías.

Merece la pena pararse a pensar qué estamos haciendo y a dónde nos lleva.