Uno de las lecciones de teoría economía más importante es la diferencia entre una visión estática de los fenómenos, y una visión dinámica. La primera es más fácil de explicar, sirve para analizar puntualmente, pero es mucho menos realista. La segunda representa la realidad, el ser humano, el entorno, todos ellos cambiantes.La primera es lineal y nos dice que “si A, entonces B” y por tanto, hay una receta que se puede aplicar cuando falle algo. La segunda requiere de soluciones más sofisticadas.
Pero, a cambio, nos pone delante de los ojos la temporalidad de los fenómenos y del comportamiento económico. Somos conscientes del corto plazo y del largo plazo. Le debemos a Alfred Marshall (Principios de Economía, 1890) incorporar al análisis económico matemático los escenarios del corto plazo y del largo plazo.
Por desgracia, esa perspectiva sigue siendo estática y no transmite una de las características más relevantes de la economía: es dinámica. Es un sistema de elementos que se relacionan entre sí en el que todo está cambiando todo el tiempo. Así que lo de “si A, entonces B” tiene que incorporara muchas cosas más: el entorno, los participantes, etc.
Cuando los economistas nos planteamos el progreso económico, entendido como el crecimiento de las variables económicas más relevantes unido a la mejora institucional, sabemos que no vale con analizar si la inflación, el desempleo o el PIB creció en los ´últimos veinte meses, o veinte minutos. Hay que analizar la tendencia, las circunstancias que la explican, el comportamiento del entorno, y por supuesto, hay que hacer un ejercicio “futurista” y tratar de prever la evolución de todo ello en el tiempo.
De ahí que los economistas seamos expertos es supuestos. ¿Qué pasa si Rusia cede? ¿Qué pasa si tal o cual legislación europea se relaja? ¿Qué pasa si gana Trump por mayoría? ¿Qué pasa si Maduro desaparece de la presidencia venezolana? ¿Cómo pueden afectar todos esos supuestos a nuestra economía?
¿Qué pasa si gana Trump por mayoría? ¿Qué pasa si Maduro desaparece de la presidencia venezolana?
Pero no solamente el factor tiempo es relevante en el análisis macroeconómico. También lo es para consumidores y productores. Ambos tienen necesidades cambiantes en el tiempo y recursos limitados, así que toca planificar sin olvidar que nos movemos en un entorno de incertidumbre.
Esta reflexión es necesaria para entender la gravedad de una tendencia firmemente asentada: el cortoplacismo. ¿Cómo se generaliza una visión miope en una sociedad? Con los incentivos adecuados. Los partidos políticos trabajan para ganar escaños cada cuatro años.
Por tanto, sus propuestas, siempre revestidas de las mejores intenciones, tienen ese horizonte temporal. Y cuanto mayor es la incertidumbre geopolítico internacional, más se empeñan en conservar lo que tienen. Porque, al fin de cuentas, nuestros políticos forman parte del engranaje político europeo y extra europeo. Comparten argumentos, relatos, agenda y eslóganes.
Los empresarios podrían planificar sus inversiones en los negocios más rentables, plantearse expandir sus negocios, formar al personal, etc., si no fuera porque están expuestos a repentinos aumentos de los impuestos, cargas salariales estatales, y en general, penalización del ahorro y la inversión. Frente a ello, se promueve la cultura de la deuda, que es un eufemismo de cultura de la dependencia, como recurso inmediato.
Se promueve la cultura de la deuda, que es un eufemismo de cultura de la dependencia, como recurso inmediato
Pero el cortoplacismo viene de la mano de otras consecuencias de segundo orden. Los jovenes, que no se han criado en un mundo en el que se fomenta el mérito y el esfuerzo a largo plazo, sino la inmediatez en los resultados y la gratificación instantánea, no están dispuestos a tener hijos. El descenso de la población y las terribles previsiones en España pero también fuera de España, nos debería hacer reflexionar. Porque la tendencia de nuestra pirámide poblacional significa que tenemos un problema muy serio con las pensiones, una cuestión que se sabía desde hace varias décadas, cuando mi maestro, Carlos Rodríguez Braun, y yo publicábamos al limón un artículo titulado “Pobres viejos pobres”.
Pero, además del desastre de nuestro insostenible sistema de pensiones, la necesidad de que acudan trabajadores inmigrantes, las implicaciones de ello en el mercado laboral y en el sistema productivo, dependiendo de si acuden trabajadores cualificados o no cualificados, hay una consecuencia que deja una impronta en nuestros jóvenes: no mires al futuro. Y no es culpa suya, sino nuestra, de sus mayores.
Les dejamos una deuda pública enorme sobre sus hombros y les aseguramos que serán ellos y sus hijos los que van a tener que hacerse cargo. Les estrangulamos el mercado inmobiliario y esclerotizamos el mercado de trabajo, de manera que bastante tienen con pagarse un cuchitril o un piso compartido. ¿Cómo van a pensar cómo será su vida en cinco o diez años? ¿Cómo plantearse tener hijos? Entiendo que es difícil renunciar a llevar una vida más “divertida”, viajar, socializar, cuando la sensación es que, por mucho que te esfuerces, el peso de los malos incentivos no te van a dejar apenas alguna probabilidad.
Les hemos enseñado que “todo es gratis” porque siempre podemos pagar con el dinero de otros, que el no pasa nada si el presidente del Gobierno miente para retener su estatus y su poder, que si trabajas pagas impuestos y si falta dinero nunca es porque se administre mal sino que “la culpa es de los ricos”.
Sin embargo, para que haya crecimiento económico sostenido y para que las instituciones se mantengan sanas y nuestro país progrese (económica y socialmente) es imprescindible sustituir ese desánimo por esperanza y esa mirada pesimista por expectativas empresariales, por energía innovadora, a futuro. Necesitamos que los jóvenes crean en su capacidad para lograr un futuro mejor. También en economía.