El despacho en el Contenedor Cultural de la vicerrectora de Cultura de la Universidad de Málaga, Tecla Lumbreras, está inutilizable. Se encuentra repleto de cuadros, instalaciones artísticas por hacer, libros, materiales para exposiciones. Al fondo, en una pared blanca, han escrito una dedicatoria y firmado los alumnos que han pasado por allí como becarios: "Cualquier locura que nos podamos imaginar ahora, Tecla ya lo hizo en los 80", reza una de ellas.
Tecla Lumbreras Krauel (Málaga, 1954) fue una apasionada de los tebeos de niña, hippie en su adolescencia, comunista en sus años de universitaria, música callejera en París durante la Transición y agitadora cultural en la capital de la Costa del Sol desde entonces.
Recuerda con especial cariño sus años en el Colegio de Arquitectos, cuando Málaga vivió "su particular movida" en las artes plásticas; pero también reivindica sus cuatro años como directora del Área de Cultura de la Diputación Provincial o su labor desde hace ocho años en el Equipo de Gobierno de la UMA. Realiza esta entrevista en el jardín del Contenedor Cultural; donde organizan eclécticas fiestas, talleres y actividades de todo tipo.
¿Cómo nace en ti la inquietud cultural?
Tuve la suerte de tener un padre muy interesado por la cultura. Mi padre, además de su trabajo, pintaba. Era un lector empedernido. Desde pequeña, yo recuerdo que mi padre siempre traía los últimos tebeos, y se metía en la cama después de comer y se ponía a leerlos. Nosotros éramos nueve hermanos, y estábamos allí todos esperando a que terminara de leer para ponernos. Si vas a mi casa, ves que hay un interés muy grande por los libros, por el arte. Hay muchos cuadros. Mi padre era vasco, de Bilbao, y mi madre era alemana: una mezcla explosiva. Era una persona muy creativa, que no tenía nada que ver con lo que era la ciudad. A lo mejor sí con una burguesía, pero de extranjeros que aterrizaron aquí en Málaga.
Mi abuelo era consignatario de buques en Bilbao, vino a Sevilla primero y luego aterrizó en Málaga. Mi padre trabajaba con él en el puerto. Y mi madre venía de los primeros alemanes que vinieron a Málaga, en el siglo XVIII. Venían de Rostock, que es una ciudad al norte de Alemania. Tenían aquí negocio de vinos, pasas; flipaban con este clima. Decían: "Yo me quedo aquí". Mandaban al hijo mayor de la familia para que aprendiera el negocio. Había varias familias alemanas y se casaban entre ellos.
Mis padres nunca me dijeron a qué hora tenía que volver a casa. Nunca. Todas mis amigas tenían que estar a las nueve de la noche, y yo hubo un momento que pensé: "Será porque no me quieren". Pero luego dije, "¡Oh, qué maravilla! Esto es estupendo". Era más moderno. De hecho, mi madre una vez se olvidó de mi hermano Carlos en el jardín y se dieron cuenta por la noche, haciendo el recuento de todos los hijos. No había esa superprotección que hay ahora. De hecho, yo, cuando terminé la facultad, me fui con mi novio como para quince días a París, porque teníamos una amiga que estaba haciendo allí una tesis doctoral sobre (Maurice) Merleau-Ponty, un filósofo. Fuimos para quince días y yo llamé a mi madre desde una cabina y le dije "Mamá, que me voy a quedar". Me quedé dos años allí y ella vino como a verme al año. Ella era de la teoría de que si no hay noticias, buenas noticias. Si no me llama, será porque está estupendamente... como era. Y eso que no sabía que yo me había ido con mi pareja, creía que yo estaba sola allí.
Entiendo que esa educación tan libertaria y cultural no era la norma en la Málaga y la España de entonces. ¿Recuerdas la ciudad muy distinta la de ahora?
Era muy casposa, muy provinciana, y claro, además estábamos en la dictadura. Yo primero en el COU, me hice hippie; y luego, cuando entré en la facultad, comunista; porque mi novio, José Miguel, pues también se hizo comunista. Yo iba un poco contracorriente y mis años de facultad fueron muy activistas, porque las facultades no eran como ahora. Claro, teníamos a Franco, los profes eran los más antiguos, y los alumnos luchábamos por cambiar eso: salíamos en las manifestaciones, íbamos a repartir panfletos, a hacer pintadas. Cada vez que había un conflicto laboral en la ciudad, los obreros lo tenían más difícil porque si salían podrían quedarse sin trabajo y los universitarios eran los que nos trabajábamos el tema.
Recuerdo un encierro en la facultad, no sé por qué motivo, en el que nos quedamos toda la noche allí. La gente llamaba a sus padres diciéndole: "Papá, mamá, que me voy a quedar estudiando con un amigo". Tenían unos rollos... Yo llamé a mi padre y le dije: "Mira, que me voy a quedar encerrada en la facultad", directamente. Cuando salimos del encierro por la mañana, íbamos José Miguel y yo del brazo, y a él lo cogieron, porque era un líder estudiantil y una persona muy brillante. No es como ahora: entonces, te jugabas el tipo, y a él lo metieron en la cárcel por el encierro. Fuimos por toda Málaga, por el Centro, explicando lo que había pasado, que habían detenido a un compañero y le habían puesto una multa de 100.000 pesetas. Éramos bastantes y conseguimos el dinero para sacarlo de la cárcel.
Yo fui a verle allí a la cárcel. Era muy jovencilla, allí solo había maleantes y yo recuerdo que le dije: "Joder, esto es como una película". Le sentó fatal, me dijo que no, de película nada, esto es el mundo real y estoy aquí. El dramaturgo Miguel Romero Esteo, que fue nuestro maestro de teatro cuando éramos jóvenes, me llamó por la noche y me dijo: "Tecla, he pensado que, con el dinero que habéis recogido, mejor le compráis una guitarra estupenda y se la lleváis a la cárcel. Lo dejáis allí, pero así se va a dedicar a la música y va a dejar el tema de la política. Va a desarrollar lo que realmente le gusta, ser músico y compositor".
"La mejor Universidad informal que yo he conocido fue vivir dos años en París"
De hecho, cuando fuimos a París, al principio estuvimos limpiando casas en los Campos Elíseos y luego unas oficinas de una productora de películas de serie B. Flipábamos y todo lo que tiraban —carteles, recortes de películas— lo cogíamos. Una vez recogí en la basura de una casa de subastas un rulo para guardar dibujos y me lo llevé a mi casa. Nunca lo abrí hasta que volví a Málaga, y había falsificaciones de Elmyr de Hory, el falsificador del que Orson Welles hizo la película Fraude. El caso es que José Miguel decidió probar a tocar en el Metro de París y volvía con la funda de la guitarra llena de francos. Dejamos la limpieza en aras de la música: él tocaba y yo pasaba el platillo. Por la música, vivimos dos años estupendamente.
Yo se lo cuento a mis alumnos para que vean. Ahora soy vicerrectora de Cultura, y la mejor universidad informal que yo he conocido fue vivir en París esos dos años. Vivía además al lado del Pompidou —ahora aquí tenemos su franquicia, pero no es lo mismo— y de un centro de experimentación musical. Todo lo aprendimos allí. Por eso, creo que el Erasmus es el mejor programa que ha creado la Unión Europea.
Entiendo que en ese momento, finales de los setenta, había un mundo de diferencia entre lo que había aquí y lo que había allí.
Sí. De Málaga salíamos a las ocho y media de la tarde y llegábamos a las ocho de la mañana a Madrid, de allí íbamos a Barcelona, y de Barcelona, en autobús, a París. Recuerdo perfectamente que iban dos chicos delante nuestra en el autobús que de pronto se morrearon y dijeron: "Vive la liberté!". Era como pasar del blanco y negro al color. Aquí estábamos en la autarquía, totalmente fuera de lo que estaba ocurriendo en Europa. Fue una maravilla: allí veía parejas gais y lesbianas que iban cogidas a la mano
Aparte, vimos en el Pompidou desde a Maurice Béjart —que era un director de danza contemporánea, que no habíamos visto en nuestra vida, con una gran capa de plumas de pavo real— hasta a Dalí en persona repartiendo panfletos en solidaridad con los trabajadores del centro, que estaban en huelga; vi Un perro andaluz en una gran cama allí tumbados... Claro, esas cosas, aquí, como que no.
Yo me hubiera quedado, de verdad, para siempre. Estuvimos a punto también de irnos a Nueva York, porque nos dijeron que Nueva York era lo más en ese momento... Pero José Miguel, sobre todo, dijo que tendremos que volver si queremos trabajar en un trabajo bueno. Nos volvimos, pero yo me hubiera quedado y me hubiera ido a Nueva York.
"Miguel Fernández-Cid decía que, más allá de Madrid, hubo dos ciudades que vivieron su particular movida: Vigo, con la música, y Málaga, con las artes visuales"
Es interesante el momento en el que esa generación que lucho por las libertades y tuvo todas esas inquietudes contraculturales, de algún modo, tiene que cristalizar con la Transición y la democracia en algo con cimientos, algo más institucionalizado.
A nosotros el golpe de Estado de 1981 nos pilló en París. Nos quedamos asustados. José Miguel dijo: "Tenemos que volver a España a defender". Yo dije: "Mira, mejor nos quedamos aquí y recibimos a los que vengan". Pero nos volvimos para preparar oposiciones de institutos, que él las sacó pero a mí me suspendieron en el último examen. Me salió dar clases de latín y de griego en una academia y allí, de pronto, una antigua compañera me dice que un colectivo de artistas está buscando a alguien que le lleve el tema de exposiciones y ventas de unas carpetas que hacían de grabado. Hicimos unas cosas estupendas allí, en el colectivo PAM. Un día vinieron dos arquitectos que llevaban la comisión de Cultura del Colegio de Arquitectos y me dijeron: "Tecla, ¿tú quieres llevar la galería del Colegio de Arquitectos? ¿Cuánto te pagan aquí?" Yo, como era una ingenua, les dije la verdad. Me ofrecieron el doble y allí estuve 10 años llevando la galería del Colegio de Arquitectos. Hicimos cosas súper rompedoras ahí. Miguel Fernández-Cid decía que, más allá de Madrid, hubo dos ciudades que vivieron su particular movida: Vigo, con la música, y Málaga, con las artes visuales. Hicimos exposiciones por primera vez que no se veían: una galería de fotografía —entonces, era raro—, de diseño de moda, de fisiculturismo, maquillaje, tatuaje...
¿Esa Málaga a la que volviste era ya distinta a la que dejaste, tan provinciana? A mí me llama la atención que entonces una institución como el Colegio de Arquitectos arriesgase tanto.
Gracias a eso, cambiaron incluso su imagen asociada con el desarrollismo salvaje de los 60 y 70. Llegó una generación también de arquitectos jóvenes que estaban con la labor. Hicimos cosas durante diez años que eran maravillosas.
¿Notaste tú entonces ya en ese momento que sí que había más disposición y más inquietud por el salto generacional, quizás?
Sí, y el Colegio estuvo abierto a la modernidad. Me dejaron hacer todo lo que se me ocurría. Y gracias a eso, el Colegio fue el centro de la movida. Mira que estaba en El Limonar, que no era fácil que la gente se desplazara hasta allí. Después hubo una crisis en el 93 y, como siempre, ¿por dónde recortan? Por cultura, claro. Como ahora.
"Antes bajaba al Centro y me encontraba a los amigos, iba a tiendas de toda la vida, a bares en los que conocíamos a los dueños. Ahora es todo para turistas"
Muchas veces, en el relato de la ciudad, da la sensación de que todo se ha inventado ahora y en los 80 y 90 esto era una descampado.
Para nada. Al revés. Ahora lo que se ha hecho son franquicias. Pero en esa época eran artistas de aquí. También trajimos artistas de Madrid, europeos, colectivos de artistas holandeses, daneses, alemanes. Venían en el coche con la obra, los alojábamos aquí y durante un tiempo trabajaban y hacían. Es como la residencia de los artistas.
¿Hay cosas que a día de hoy en el ecosistema cultural de Málaga echas en falta que sí hubieran en ese momento?
Sí. Vamos a morir de éxito. Se está expulsando también a la gente del Centro. Yo antes bajaba y me encontraba a los amigos, iba a las tiendas de toda la vida, iba a los bares, que conocíamos al dueño y a los que iban. Tú ibas sola y daba igual, te encontraban. Pero ahora es todo para turistas, que no son viajeros. Estrella de Diego dice que la diferencia entre un turista y un viajero es que el turista viene con todo organizado, todo pagado, billete ida y vuelta. Mientras que el viajero —y hubo muchos viajeros románticos que vinieron aquí en el siglo XIX— es el que lleva el billete de ida, pero no el de vuelta. Si ve que le encanta, se queda. Como me ocurrió a mí cuando fui a París.
¿En aquel momento, la sociedad civil era más partícipe de ese auge cultural?
Fueron unos momentos en todo el país... Por ejemplo, estaba el programa de La edad de oro, de Paloma Chamorro. Eso ahora mismo sería impensable. Y la gente que iba al programa salía fumando porros, una cosa que ahora mismo sería políticamente incorrecta. Había músicos, gente del cine, gente del teatro, la poesía, arquitectos. Gente mucho más libre, más abierta, tanto nacionales como extranjeros.
"Teatinos teóricamente se creó para que vivieran los estudiantes, pero es que está carísimo. Los alumnos ahora viven en la barriada de El Cónsul, y yo digo que lo próximo será Los Asperones"
Tras el Colegio, me llamaron del Hotel Larios, que acababan de inaugurar, para que lleváramos las relaciones públicas. Organizamos conciertos, pases de modelos, hicimos muchas cosas. Luego, monté un espacio propio, La Buena Estrella, en el centro Málaga Plaza. Y, estando allí, me llamaron de la Diputación para llevar la dirección del Área de Cultura. Hicimos cantidad de cosas, fue la primera vez que la Diputación fue con un stand en Arco, la feria de arte. Teníamos cine, música, teatro, poesía. Llevamos también a realizadores malagueños al Círculo de Bellas Artes de Madrid. Creo que fue una época también buenísima.
Antes de eso, me presenté a una plaza en la facultad y la saqué. Renuncié para estar una legislatura en Diputación y ya luego volví. Luego, hace ocho años me llamó el rector, que yo ni lo conocía ni sabía, y me dijo que le gustaría que formara parte del equipo de Cultura. Le dije que estupendamente, que era mi pasión.
Antes, estando en la Facultad de Comunicación, como es lo que me gusta, creé Galería Central. Allí, teníamos un equipo de alumnos y voluntarios, que ahí es donde aprendían de verdad a hacer una nota de prensa, vídeo, foto... Era aplicar en la práctica lo que se enseñaba en la facultad. Y los alumnos, además, lo hacían sin darles créditos ni nada, por la cara. Estaban encantados. Yo les decía: "Me da igual que mañana tengáis clase o que tengáis que entregar un trabajo. Esto se inaugura mañana, si nos tenemos que quedar hasta las 3 de la mañana montando, nos quedamos". Y nos quedamos. Además, yo era la primera que me subía en la escalera para colgar, y ellos todos mirando. Hasta que un día les dije: "Oye, soy mayor. Haced favor de subiros vosotros a la escalera y yo, miro".
¿Dónde sentiste más capacidad de acción real, de tener efecto en la sociedad? ¿En el Colegio, desde lo público, desde la Universidad?
Para mí, en el Colegio de Arquitectos. Tenía mucha energía, mucha pasión. Claro, fueron los años para mí. Pero es verdad que he tenido mucha suerte y en todas partes me han dejado ser así. Ha sido fundamental la gente que ha estado por encima mía. Aquí, en el Contenedor Cultural, tenemos todos los martes cine; miércoles, artes escénicas; los jueves, música. Luego tenemos tres talleres bonitos: de teatro, de poesía y de danza contemporánea. Los hacen aquí en el jardín.
Tenemos un vecino que —fíjate que hay una avenida grande— sistemáticamente, cada vez que hacemos algo fuera, llama a la Policía. Llegan los agentes y yo procuro entretenerlos, decirles que si quieren tomar una cervecita. Me dicen: "No, señora, nosotros no bebemos en acto de servicio". Digo, bueno, pues baile; los entretengo. Tengo que enterarme quién es el vecino, ir a hablar con él e invitarle aquí, que seguro que se lo pasa pipa.
"A lo mejor a los jóvenes les resulta más raro lo que yo hago que lo que ellos hacen a mí. No me asusta para nada"
Muchas veces la gente de joven tiene muchas ganas de liarla y hacer cosas nuevas, de arriesgar; pero conforme va avanzando en la vida, pues prefieren quedarse tranquilitos, con sus cosas. Claramente no es tu caso.
No, no es mi caso. Porque para mí, la cultura es una pasión, es una forma de vida. Yo he trabajado mañana, tarde y noche; pero es que disfruto y aprendo también de vosotros, de la gente joven. Eso me mantiene en el siglo XXI, porque mi mundo y su mundo no es el mismo ya. La única forma de estar en el mundo es darles voz, saber que es lo que ven, sus deseos, su aspiración. Son como mis niños. Yo no tengo hijos, no quise tenerlo, porque sabía que era renunciar también a mi pasión.
Ahora, la gente joven lo tiene muy difícil para crear una familia y la juventud se alarga también. Yo lo veo aquí, en el campus de Teatinos, que teóricamente se creó como un espacio para que estuvieran las facultades y también vivieran niños y profesores, pero es que está carísimo. Hasta aquí, lejos del mar, venden apartamentos turísticos. Los alumnos ahora viven en la barriada del Cónsul, y yo digo que lo próximo será en Los Asperones. No pueden pagar lo que cuestan aquí los pisos de estudiantes: una habitación no más cuesta 400 o 500 euros. ¿Qué familia, que tenga a lo mejor dos o tres hijos, puede pagarlo?
Son problemas que tiene la ciudad, y que hay que plantearlos seriamente. La gente joven lo tiene muy difícil. Yo les cuento mi vida para que vean que, si tú tienes una pasión, antes o después encontrarás tu camino y tus posibilidades.
Y en ese diálogo intergeneracional, ¿ha habido algo que te haya costado entender de las nuevas juventudes?
No, a lo mejor a ellos les resulta más raro lo que yo hago que lo que ellos hacen a mí. No me asusta para nada.
¿Y eres optimista? Respecto a la sociedad, respecto a Málaga, respecto al futuro.
Yo confío muchísimo en la gente joven. Luego, la situación que estamos viviendo de la guerra en Ucrania o el auge de la ultraderecha me dan mucho miedo, porque parece que no tenemos memoria. Parece que de pronto se discuten cosas que ya se supone que teníamos más que conseguidas.
Respecto a la ciudad de Málaga, el problema es que ha apostado por los museos franquicia, pero hay poco espacio para los creadores locales o nacionales. Tienes que crear un tejido cultural también, que la gente viva la cultura como una seña de identidad, como algo suyo. Si no, ¿qué sentido tiene un museo Picasso? Picasso, gracias al cielo, nació en Málaga: un artista internacional que revolucionó la historia del arte. Pero ¿hasta qué punto los demás, la ciudadanía, lo vive así? Es verdad que los gabinetes pedagógicos y didácticos de los museos están trabajando ese tema: los niños, la gente joven. Yo pregunto en la facultad, ¿habéis ido al Picasso? Dicen: "Sí". ¿Cuántas veces? Una, cuando estaban en el instituto que los habían llevado. Un ejemplo: en Viena, con la pandemia, ha sido la propia ciudadanía quien ha mantenido la ópera, el teatro o los conciertos. Para ellos, la cultura de verdad forma parte de su identidad.
Aquí, desgraciadamente, hay pocos empresarios. La iniciativa en tema de cultura solo es pública, pero también tiene que ser privada. Y de la ciudadanía, que viva la cultura como algo sin lo que no puede vivir.