Gracias a los Lunes Santo siguiendo al Cautivo, Ignacio Jáuregui se sorprendió sabiendo moverse en una procesión en Etiopía. O en Italia. Arquitecto urbanista de diario, escritor viajante entre tanto, con intermedios de gestor cultural, paseante con vocación invisible, malagueño de nacimiento y residencia; su nuevo libro Rituales (Fórcola, 2023) ejerce a medio camino entre el ensayo y la literatura de viajes, con especial énfasis en el gusto por la observación pormenorizada.
En una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga, explica cuál es para él el fino hilo que une Jerusalén y Benarés, la Semana Santa andaluza y un rito africano con los cánticos rebeldes de Irán; las bodas, bautizos y comuniones con un partido de fútbol.
¿Qué es lo que encuentras en los rituales que te empieza a llamar la atención?
Ha sido un proceso gradual. Nunca había planeado un libro de esta índole. Mi rutina consistía en llevar un cuaderno de viajes y tomar notas durante mis travesías. Al principio, lo hacía con gran meticulosidad, luego de forma más suelta, más caligráfica, casi taquigráfica, con la intención de redactar cuadernos individuales sobre cada viaje. Estos cuadernos abordaban diversos temas como arte, arquitectura, sociedad; un poco la perspectiva global de un viajero.
Siempre lidiando con la falta de tiempo, terminé y autopubliqué uno de mis viajes a la India bastante rápido. Tengo otro prácticamente terminado, uno sobre Libia, que aún está buscando editor. Pasaron 15 o 20 años de ese trabajo un tanto infructuoso y me puse a pensar cómo podría hacer un libro con esto. Comencé a notar un tema recurrente en mis escritos. Me he detenido en muchos lugares para observar ciertos aspectos con una perspectiva específica. Al principio, centré mi atención en la arquitectura, luego, en las personas y en actividades comunes y compartidas que resultaban interesantes durante un viaje. Muchas veces estas actividades involucraban rituales religiosos, pero no exclusivamente. Algunas veces eran más ligeras. Sin embargo, empecé a ver un hilo conductor entre todas estas experiencias y comprendí que ahí había una oportunidad de evolución.
Por ejemplo, cuando fui a Jerusalén, ya tenía en mente que escribiría un capítulo extenso que sería parte central del libro. En cambio, Benarés fue un destino que visité antes, pero es un lugar donde los rituales están por todas partes. Mi texto sobre Benarés, con muy pocos retoques y descartes, ha podido pasar casi íntegramente al libro, tal como lo había escrito en su momento.
Siempre me ha movido este tipo de curiosidad, he intentado adentrarme en los lugares para ver qué sucede. Luego, he procurado darle forma literaria a esas experiencias, pero la vivencia ya estaba ahí. He viajado para conocer, para tener diferentes tipos de experiencias. Sin embargo, me he dado cuenta de que la lista de cosas que podrían entrar en el libro era más larga que el índice. Me han sobrado experiencias.
¿Eres practicante de esos rituales? O tu disfrute es siempre en tercera persona.
Para mí, la no participación es una condición, para mantener una perspectiva limpia y objetiva. Personalmente, no soy una persona creyente; aunque, como todos, he participado en nuestro rito colectivo de la Semana Santa. Sin embargo, de eso no escribiría, porque hay un conocimiento demasiado directo del tema, que no coincide con el concepto del libro. La idea es ofrecer la visión de un observador que pasa casi por casualidad y registra lo que ve, manteniendo un cierto nivel de intriga.
Es por esto que el capítulo dedicado al cristianismo me ha llevado más trabajo, dado que no era una experiencia demasiado nueva para mí. Por un lado, me fui a Italia, un país muy cercano y familiar, más primo que hermano. Por otro lado, exploré situaciones de misas más peculiares, como la misa en latín en Londres, en la tradición tridentina, y en las naciones ortodoxas, experiencias que se salen de la práctica más común y cotidiana de un católico español.
Una idea interesante que planteas en el libro es que las culturas se parecen más en sus ritos que en sus visiones del mundo.
Sí, es una idea de Chesterton que a mí me ha servido para darle la vuelta. No se enfadaría porque a él le gustan las paradojas, no le molestaría que yo le diera la vuelta a una de las suyas. Él notó una tendencia entre estos librepensadores de decir que, en esencia, todas las religiones son lo mismo, una búsqueda de la espiritualidad, y que lo que cambia son los aspectos superficiales, los ritos. Sin embargo, Chesterton argumentaba que, no, los ritos son prácticamente los mismos. Lo que difiere es que un budista aspira a la extinción, no solo espera que ocurra, sino que la desea, mientras que un cristiano espera reunirse con Dios en el paraíso. Son las concepciones del mundo las que son muy diferentes. Una vez establecido esto, Chesterton pensaba que había refutado el argumento de la similitud de las religiones y había demostrado que las creencias son primordiales. Pero yo lo veo completamente al revés.
Creo que el gesto es crucial. La elección de la portada del libro me llevó mucho tiempo, pero una vez que tuve la idea, no tuve dudas: una mano encendiendo una vela. Mi problema era representar con una única imagen un libro muy diverso. Pero finalmente, me di cuenta de que el acto de encender una vela está presente en casi todos los ritos, de un modo u otro. Entonces, la idea es que estos gestos básicos coinciden en culturas muy distantes, con textos religiosos o civiles muy diferentes, porque son anteriores. El ser humano primero siente la necesidad de realizar este gesto, que es como el grado cero del rito. El rito sería hacer cosas normales con un extra de ceremonia, con un extra de meticulosidad. Lo que buscan es un sentido de trascendencia o de comunidad.
¿Qué es lo que hay en esos distintos ritos que los hace, aunque aparentemente diferentes, universales?
Creo que donde esto se hace más evidente es en el capítulo que podríamos simplificar llamándolo "bodas, bautizos y comuniones". Comencé a notar que, en lugares muy distantes, hay evidentemente una necesidad básica cuando tienes un hijo: presentarlo a la comunidad, hacerlo oficialmente miembro de la familia, celebrar su llegada y desearle un buen futuro. Esto es muy básico, al igual que el matrimonio, que es proclamar tu amor y tu proyecto de vida en pareja ante los tuyos, o darle un adiós adecuado a un ser querido fallecido, no tirarlo por un balcón, sino realizar una ceremonia de despedida.
Estas ceremonias están presentes en todas las civilizaciones, aunque puedes observar pequeños cambios y la influencia de la civilización dominante. Puedes ver bodas en África donde los participantes visten como en Las Vegas, pero también detalles que son absolutamente locales y arraigados en su propia tradición. Pero al final, el contenido es el mismo: en una boda, se trata de proclamar un compromiso con el futuro y decir: "Estamos juntos, vamos a pasar una vida juntos".
Por eso me emociona ver, por ejemplo, la foto cliché de los recién casados partiendo en un bote hacia el atardecer, ellos solos en la proa. Están representando lo que va a ser su vida. Lo mismo ocurre cuando se rocía agua sobre un niño en un bautizo; te encuentras con este tipo de cosas en todas partes.
Así que cuando asistes a un ritual puramente religioso, con sus ofrendas y peticiones, estás presenciando lo mismo. Es por eso que al final del libro, de una manera un poco exagerada pero que creo que lo cierra bien, recordé las palmas durante la pandemia, una fogata en la oscuridad. Cuando algo te supera, cuando algo te aterroriza, cuando los recursos de tu humanidad no son suficientes, hay una tendencia a girar hacia lo desconocido, hacia lo oculto. Yo no necesariamente comparto este sentimiento, pero lo veo, lo entiendo y me ha gustado escribir sobre ello.
¿El interés por los ritos es también el interés por una conexión con la comunidad que se va difuminando con el sino de los tiempos?
Es posible. Personalmente, soy bastante optimista. Me parecen muy reduccionistas los lamentos sobre la pérdida de conexiones locales y la solidaridad a causa de la globalización, tanto desde la perspectiva conservadora como anticapitalista. Es cierto que se está produciendo una transformación en las costumbres y los ritos, lo cual puede hacer que las generaciones más mayores sientan que todo está cambiando demasiado rápido; pero, al final, los ritos deben servir a las personas, y no al revés.
Por ejemplo, un ejemplo es Halloween, una festividad que ha sido importada de los Estados Unidos y que a veces es criticada porque parece que los niños están celebrando algo que no es suyo. Sin embargo, lo que me parece más interesante es cómo cada año hacen de Halloween algo propio. Estoy seguro de que en 15 o 20 años, el Halloween español tendrá características propias, distintas a las del Halloween americano, porque la vida de los niños será diferente y se involucrarán de diferentes formas. Aunque seguirá llamándose Halloween, cobrará una vida propia.
No eres entonces pesimista con la desaparición de esos ritos.
No lo soy. Creo que este tipo de pensamientos pueden ser bastante narcisistas. Forman parte de una postura moderna que nos hace creer que somos muy especiales... pero la realidad es que no lo somos. La humanidad lleva miles de años escribiendo su historia y millones de años de existencia, y casi todo lo que somos está ya registrado, observado y predeterminado. No tengo ninguna duda de que esos comportamientos que se han mantenido durante milenios van a seguir surgiendo de una forma u otra, porque son una necesidad que el ser humano tiene que satisfacer.
¿Has visto en primera persona muchos de esos paralelismos entre ritos lejanos?
Casi no he visto otra cosa. Me gusta repetir una frase que aparece en una obra que admiro mucho, "Las ciudades invisibles" de Italo Calvino. En un punto cercano al final, después de que Marco Polo ha descrito al Gran Khan cien ciudades, cada una más extravagante y espléndida que la anterior, el Khan dice: "Marco, tú eres de Venecia, ¿verdad? Nunca me hablas de tu ciudad". A lo que Marco Polo responde: "Sire, nunca he hablado de otra cosa".
Tú llevas contigo tu punto de vista. No soy una libélula que va volando por ahí completamente ajena a lo que ve. Llevo conmigo mi crianza, mis conocimientos, mis prejuicios y mi punto de vista. Mi formación ha sido esa, salir el Lunes Snato en el Cautivo entre cientos de miles de personas y saber cómo apartarme, cómo mirar, cómo dejar espacio para un momento de emoción.
Al final, cuando observo otras cosas, encuentro puntos en común, no solo con la Semana Santa, sino también con el fútbol. Cuando observo el fútbol de otros lugares, hago comparaciones con lo que conozco. Por ejemplo, identifico a los equipos: este es el equipo prepotente de la capital, y este es el aspirante que cuenta con el cariño de la gente. Inevitablemente aplico ciertos estereotipos que reconozco. Una vez, mientras seguía una pequeña procesión en un templo en India, lo que más me sorprendió fue encontrar un elefante. Porque, aparte de eso, todo lo demás era exactamente igual.
De los que has podido observar, ¿recuerdas alguno con especial cariño o que te causara especial impresión?
Una costumbre que me resultó sorprendentemente especial, casi rozando lo ritual, es la de cantar bajo los puentes en Irán. Irán es un país maravilloso, me cautivó el nivel de educación, bondad y solidaridad de su gente, del pueblo amargado por un Gobierno. Son personas extraordinarias, preparadas para insertarse en las naciones del mundo en cuanto consigan deshacerse de ese régimen de mierda.
En medio de todas las prohibiciones y dificultades, estas personas, tanto jóvenes como mayores, de ciudad o de campo, se reúnen, a pesar de no conocerse, bajo la sombra de un puente en el cauce seco de la ciudad monumental de Isfahán, y cantan. Uno canta, termina, y el otro retoma la melodía. Es un acto de rebelión potente, porque al igual que mostrar el cabello de las mujeres, la música también está prohibida en Irán, como casi todo lo bello y bueno. He seguido de cerca este tema y he descubierto que, aunque no es el principal foco de oposición, la policía tampoco les deja en paz. En estas circunstancias de rebelión contra el régimen, la forma ligera y despreocupada con la que ocurre este acto de emoción colectiva es admirable.
No es un rito arraigado ni exagerado, sino todo lo contrario: es algo muy sutil. Casi sin autor, la canción flota y se deja ir, para luego reaparecer en otra voz. Termina de forma casi imperceptible, casi sin despedirse. Es algo muy emocionante y desconcertante.