Hoy es el Día del Docente. Nadie dijo que todo fuera fácil y Ana Muñoz, una maestra malagueña, se sabe la lección de sobra. Llegó a El Ejido, en Almería, para trabajar, por pura casualidad. Es año de oposiciones y su objetivo era trabajar cerca de casa, en Villanueva del Trabuco (Málaga).
Cuando en la convocatoria de colocación de efectivos de agosto comenzó a elegir sus preferencias de colegio y provincias, solicitó todos los pueblos cercanos porque sabía que con su poco tiempo de servicio, cuatro años, no la escogerían en esta tanda en ningún centro.
Sin embargo, en esa lista de pueblos cercanos estaba El Ejido, en Almería. Y, el primero de la lista estaba el colegio José Salazar, un centro que cuenta con algunas complicaciones y que los profes con más años de servicio suelen evitar por su "mala fama". Ana tenía dos opciones: o tomarse el año como un reto o quedarse en casa y no trabajar este año. Optó por la primera opción: sería tutora de una clase de 4 años.
"Tengo que reconocer que me quedé en shock porque irme a El Ejido rompía todos mis planes e intenté permutar, pero fue misión imposible. Unas amigas que conocen a gente por la zona me estuvieron hablando del centro y todas las referencias que me daban eran negativas", dice la joven.
"Ten cuidado con el sitio en el que aparques o te robarán la antena", "las familias se pelean en la puerta cada día", "cuidado con el tipo de ropa que utilizas", "son todos inmigrantes", le alertaban. Ana no sabía dónde meterse, pero, sin embargo, pensó en que ella ya había trabajado con niños y niñas inmigrantes y "eran una maravilla". "Con que sean igual de buenos me conformo, me decía a mí misma. Los días previos a mi llegada fueron un ir y venir de emociones", reconoce.
El centro
"Mi clase es una especie de cochera muy pequeña en la que para abrir las ventanas utilizo una especie de gancho porque no llego a ellas con mi propio brazo. La ventilación son dos viejísimos ventiladores y tenemos el baño en la calle al aire libre, por lo que cuando llueve los niños acaban mojándose", explica.
Asimismo, otra de las grandes barreras que se encuentra Ana a la hora de dar sus clases es el idioma. En clase tiene a 24 marroquíes y un búlgaro. "La relación familia-escuela es verdaderamente complicada ya que no comprenden nada de lo que les decimos", asegura.
Además, la mayoría de familias no tienen estudios y tienen una situación económica difícil. Se dedican al sector agrario en los invernaderos que abundan por la zona. A veces, Ana y sus compañeros, cuando quieren trabajar algo en particular tiran de imaginación o incluso de su propio dinero, ya que en muchas ocasiones las familias no pueden costear los materiales.
El primer día que entró a su clase, en un principio, quería salir corriendo. Se encontró dos problemas. El primero, el tamaño, que resultaba muy reducido para tanto alumnado. Y, a ello había que sumarle años y años de dejadez por parte del profesorado que había pasado por el aula en años anteriores.
"Como las personas que pasan por el cole no suelen estar más de un año, no se involucran mucho, por lo que había materiales rotos, latas oxidadas que los niños usaban como lapiceros, papeles de cuando se daba patronaje y costura en el cole y un sinfín de objetos acumulados que no tenían sentido en un aula", explica.
Así, se puso a revisar y clasificar todos los objetos que había en clase, reorganizó la disposición de los muebles e hizo una limpieza a fondo con la ayuda de su madre. "Si no, no me hubiera dado la vida", dice. Tras ello, decoró la clase y organizó los rincones. "Esto se supone que es lo que tiene que hacer un maestro en septiembre y no todo lo anterior", confiesa.
Los peques
El primer contacto con los niños fue genial para Ana. "En algunas conversaciones me los pintaron como unos "minigremlins" y son todo corazón, de hecho, son la clase de los corazones, como yo les llamo cariñosamente", cuenta.
En los primeros días han ido adaptándose y aceptando rutinas con las propuestas que Ana les ha ido haciendo siempre de una manera súper positiva. "Se van soltando un poco y ya voy conociendo su carácter, pero por lo que he visto estos días puedo decir que va a ser un año maravilloso", dice.
"Las adversidades se vencen con ganas, optimismo y mucha ilusión", ese es su lema. Está creando dinámicas para vencer la barrera del idioma a través del fomento del lenguaje oral, con un programa de estimulación del lenguaje. "Aprovecho cualquier momento de la jornada escolar para trabajar el vocabulario y la estructura de la frase. Además, todas las mañanas me cuentan qué han hecho el día anterior y también cantamos muchas canciones y leemos poesías", explica la maestra.
Asimismo, en la clase cuentan con carteles con contenidos como los números, los días de la semana, las estaciones del año o los colores. "Y sobre todo fomento el juego, lo que hace que ellos se lo pasen genial y vengan felices al cole, que es lo que realmente me importa", subraya.
Una lección
"Muchas veces pienso que cada vez nos paramos menos a escuchar, tanto a los más pequeños como a los más mayores. Vivimos siempre con prisas, con agobios y sin tiempo para lo que realmente importa", dice la maestra, asegurando que sus corazones son los maestros de disfrutar el "ahora".
Le llama la atención cómo tan pequeños son capaces de esforzarse para que los entiendan y cómo llevan acatando las normas Covid desde el comienzo de la pandemia. Así, la conversación con Ana Muñoz acaba con una anécdota que demuestra la bondad de estos pequeños.
"Me llama mucho la atención que se paren a decirme que soy muy guapa cuando realmente no han visto mi cara por la mascarilla, solo por la expresión de mis ojos ya saben que estoy feliz o me pasa algo. Definitivamente, esos corazoncitos me enseñan a valorar lo pequeño y a disfrutar con lo que tenemos, que no es poco. La vida es simple y somos nosotros los que nos complicamos", concluye.
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