"Hay 200 sinónimos de 'puta' en el diccionario": la mujer que denuncia el machismo de la RAE
En 'Mujer tenías que ser', la investigadora feminista María Martín Barranco repasa las 23 ediciones del diccionario y lo que éste dice sobre las mujeres y sus cuerpos.
2 octubre, 2020 01:02Noticias relacionadas
“Debajo de una manta, ni la hermosa asombra, ni la fea espanta”. “Fea con gracia, mejor que necia y guapa”. “La suerte de la fea, la guapa la desea”. “Ninguna es fea por donde mea”. ¿Les suenan estos refranes? ¿Sabemos qué tienen en común todos ellos? “Mujeres observadas, tasadas y evaluadas como objetos”, dice la abogada e investigadora feminista María Martín Barranco en Mujer tenías que ser (Catarata), un libro que repasa las 23 ediciones del diccionario y lo que éste dice sobre las mujeres y sus cuerpos. Trata de analizar, con gracia e ironía, cómo se trasladan los mandatos de género desde la sociedad a las mujeres y niñas a través del lenguaje: imprescindible.
“Mujer pública” es “prostituta”; “hombre público” es “aquel que tiene presencia e influjo en la sociedad”. “Puta la madre, puta la hija y puta la manta que las cobija”: un dulce viaje al siglo XVII que venía a referirse a un “defecto que tienen todas las personas de una misma familia”. Y así, con todo.
Lo vemos muy claro, sencillamente, en la definición de “mujer” y hombre” de la 23ª edición revisada del diccionario, que no ha variado desde 1884. “Mujer” es “persona del sexo femenino” -antes de eso, desde la 1ª edición de la RAE, eran “criaturas racionales del sexo femenino”-; pero “hombre” es “ser animado racional, varón o mujer. Ej. El hombre prehistórico” en su primera acepción, y ya en la segunda, “varón, persona del sexo masculino”. Vaya.
Se lo preguntamos a la experta: ¿por qué “hombre” nombra a la humanidad y “mujer” sólo a la mujer? “Se supone que es una decisión puramente gramatical que obviamente no es tal: ‘hombre’ nombra a toda la humanidad porque fueron hombres quienes decidieron que eso nombraba al ser humano en su totalidad. Hombre como centro del universo. Fue una decidió ideológica, no lingüística”, sostiene Martín Barranco.
El masculino ¿genérico?
No obstante, el tema que más escuece a las masas es el del “masculino genérico”. El “neutro”. “Esta cuestión es la que despierta más pasiones”, ríe la experta al teléfono. “Nos han enseñado que dentro de lo masculino estamos englobadas las mujeres, pero dentro de lo femenino, sólo nosotras. El patrón ideal es el del hombre, las mujeres somos como un equipo secundario. Es como el fútbol y el fútbol femenino”, sostiene. “Yo pienso que esa decisión se tomó en un momento determinado del tiempo, tampoco hace tanto que el masculino ha sido utilizado como genérico, dado que no había representación femenina en la sociedad. Las mujeres no teníamos voz”.
“Ahora quieren seguir nombrándonos bajo la gramática de los siglos XVII y XVIII, pero estamos en el siglo XXI. La gramática se puede cambiar, porque la hacen las personas, y como la Academia tiene que recoger el uso de los que hablamos español, si nombramos a las mujeres, no habrá nada que se oponga. La RAE no es prescriptiva -aunque al final lo haga todo el rato-“, relata. “Lo que hay que hacer es hablar. Yo pienso que no estamos incluidas y nos incluyo siempre que puedo. Nos incluyo nombrándonos. No sólo utilizando genéricos que no molesten, como ‘alguien’, o ‘quien’, o ‘personas’, que a veces son una buena estrategia para no desdoblar todo el tiempo”.
Apunta la autora que no se trata de jugar a “la venganza de las Mendas”, en guiño a La venganza de Don Mendo. “No porque nosotras no nos hayamos sentido incluidas en el genérico tenemos que vengarnos usando sólo el femenino. La gramática podría incluir una regla numérica. ¿Mayoría de hombres? Masculino genérico. ¿Mayoría de mujeres? Femenino genérico. Y cuando no se sabe, nombramos a hombres y mujeres, y no hay ningún problema. No es lingüística, es política, porque las herramientas lingüísticas par actuar existen”.
De la puta a la histérica
En su libro habla de todos los sambenitos, de todos los grandes tópicos que se han echado a hombros de la mujer por los siglos de los siglos y amén: la puta, la mula, la estúpida, la histérica, la charlatana. ¿Cuál de estos arquetipos terribles cree que sigue más vigente? “El ‘puta’ es omnipresente. Somos putas para todo: si queremos estar con muchos hombres, si no lo estamos. En el libro cuento que la primera vez que me llamaron puta me dijeron ‘puta estrecha’: fue increíble cómo nos pueden reprochar una cosa y la contraria. Hay casi 200 sinónimos de puta en el diccionario, se dice pronto. No estoy segura, pero creo que no hay ninguna palabra con tantos sinónimos”.
Continúa: “Para los prostitutos hay un par de sinónimos, y siempre en tono simpático, canallesco, como pícaro: ahí ‘Don Juan’”, explica. “También hay comportamientos repugnantes que obviamente han definido señoros, como ‘baboso’, que es ‘hombre enamoradizo y molestamente obsequioso con las mujeres’. Tú sabes perfectamente cómo es la mirada del hombre que pasa por tu cuerpo de una forma que te repugna. Una mujer jamás habría hecho esa definición. Ya no es solamente las palabras que se usan, sino cómo están recogidas en el diccionario: vale que esté, pero defínemela bien”, lanza.
A muchas le faltan la marca de “discriminatorio”, porque la marca de “sexista” no existe. Como mucho “vulgar” o “culto”. “Hay un resistencia a marcar las palabras adecuadamente, no está entre sus prioridades. En la Academia apenas hay mujeres. Es la pescadilla -que no el rape- que se muerde la cola”.
El "coñazo"
¿Cuáles son, a su juicio, los machismos lingüísticos más presentes en el habla actual? “He detectado en los últimos meses algo que me ha llamado mucho la atención, porque en los entornos en los que me muevo no se usa tanto, a pesar de que son entornos variados: la palabra “coñazo” se ha vuelto a poner de moda, con ese significado despectivo de ‘esto es una lata’. De repente es omnipresente. También en el diccionario llama mucho la atención la pésima definición de cunnilingus: “Aplicar la boca a la vulva”. Aplicar, ¿qué parte, querido? ¿Para qué? Es sexista”.
Hablemos de la composición de la RAE: 474 académicos en su historia, sólo 11 de ellos han sido mujeres. ¿Cree la experta que la RAE, para resarcir la desigualdad histórica y cumplir efectivamente la ley Orgánica 3/2007, debería empezar a incluir sólo a mujeres? “Hice un análisis detallado de la RAE y de la pertinente modificación de estatutos que debería hacer. Por ejemplo, una acción positiva a favor de las mujeres para que hubiera, al menos, un 40-60%. O que no se entrase únicamente por cooptación, es decir, que alguien de dentro te proponga”, detalla.
“Podría haber una terna, o una propuesta interna y otra propuesta de la sociedad civil. O que los puestos no fueran vitalicios. Llega un momento en el que es complicado que una institución donde el sillón es hasta la muerte pueda adaptarse al signo de los tiempos. Hacen un esfuerzo, eh, pero todo pasa por el aro de su mirada androcéntrica, así que…”, resopla.
¿Intervenir la RAE?
¿El Gobierno, que también financia a la RAE, debería intervenir? “La RAE es una institución privada pero con financiación pública, así que yo sería partidaria de decir: para que tú tengas mi financiación pública tienes que cumplir estos requisitos. Necesitamos más transparencia y más igualdad”. Se refiere también a la “Constitución feminista” que presuntamente hizo la RAE, o, mejor dicho, a su informe lingüístico. “La liaron parda. Era un despropósito, se contradecían y se inventaban categorías, como ‘masculino inclusivo’, al que dejaron de llamar de repente ‘masculino genérico’”.
Ahora sí, ¿qué hacer, si como decía Chloé Delaume, ‘el lenguaje siempre ha sido un coto privado’ y ‘quien posea el lenguaje, tendrá el poder’? “Las mujeres tenemos que quitarnos la caspa que la RAE nos cuela y tomar conciencia de la manera en la que hablamos. Tres puntos: 1. Toma de conciencia de la necesidad, de que el lenguaje es importante, de que sirve para cambiar el mundo. 2. Adquisición de herramientas, que aquí cojeamos. No es desdoblar todo el rato, “españolas y españoles”… es utilizar el lenguaje inclusivo sin necesidad de destruir el idioma. 3. La práctica. Esto nos lleva toda la vida”, mantiene.
En cuanto a este último punto, añade que las mujeres “tenemos que adquirir soltura y ser conscientes de que la manera en la que hablamos es muy personal, es casi como la huella dactilar: es fácil saltarte artículos, quitar un ‘todos’ o un ‘nosotros’, usar el plural que necesitamos… de tanto hacerlo, tu cerebro se va modificando para usarlo con la rapidez que necesita, para no hacerlo ágil ni pesado y para que no deje de ser correcto”.