En estos tiempos en el que el adjetivo 'icónico' está tan desgastado como suela de zapato de peregrino, recobra su verdadero valor cuando se relaciona con la figura de Lucille Ball.
La reina de las películas de bajo presupuesto en los años 40, llamadas en aquel entonces B-Movies, ha estado presente en el imaginario de los televidentes alrededor del mundo por más de 70 años. Cuando la televisión era un lienzo en blanco, el matrimonio conformado por el músico y actor de origen cubano Desi Arnaz y Ball, que había sido una de las Chicas Goldwyn (del estudio cinematográfico de Samuel Goldwyn), moldearon I Love Lucy.
Se sabe que I Love Lucy sentó precedentes culturales y sociales, se convirtió en un rotundo éxito de audiencia, además creó las bases de la comedia de situación (sitcom). Precisamente en la película Being the Ricardos, el director y guionista Aaron Sorkin recrea a Ball y Arnaz en la producción de la serie mientras se enfrentaban a la acusación hacia Lucy de pertenecer al Partido Comunista.
Sin dudas, Sorkin, como buen cuentacuentos que es, condimentó a gusto su Being The Ricardos hasta obtener un caldo sustancioso interpretado por Nicole Kidman (Lucy) y Javier Bardem (Desi). Todo –o casi todo- vale en la ficción, y desde que se estrenara el mencionado filme mucho se ha hablado y escrito sobre las omisiones y elipsis de Sorkin, que encapsula apenas un episodio ocurrido en 1952 de la que se convertiría en una de las parejas más poderosas de la industria del entretenimiento. El destino pudo haberse torcido.
Es imposible obviar la importancia de ese momento crucial, no es para menos, la historia (la que se escribe con mayúscula) da fe de los estragos que dejó la cacería de brujas del Comité de Actividades Antiestadounidenses en todos los sectores de la sociedad, siendo más evidentes sus consecuencias en el mundo del espectáculo.
Sin ánimo de hacer spoliers, Ball se libró de la acusación y, como diría Desi en tono de broma aquel día memorable de 1952, en el plató de televisión con el público a la espera de la entrañable Lucy, “lo único rojo es su cabellera, pero incluso ni eso es auténtico”.
Allí donde termina la realidad ficcionada de Being the Ricardos, es cuando comienza la escalada de Lucille Ball para convertirse en esa palabra tan desgastada hoy en día pero que en ella recobra todo su valor: un icono.
Comedia como método científico
“No tienes que ser una persona divertida para hacer reír, yo no soy nada graciosa”, dice Lucille Ball en Lucy and Desi, de la reconocida actriz, directora y productora Amy Poehler, un documental que recorre y ahonda en la vida y obra de los Ball-Arnaz, quizás la primera pareja de la industria del entretenimiento que fungía como una marca reconocida y que entraba todas las semanas en las casas de millones de estadounidenses.
En esta película estrenada en el Festival de Sundance y que se verá próximamente a través de la plataforma Amazon, es notable el interés de Poehler en desmenuzar y subrayar varios aspectos desconocidos por algunos y olvidados por otros de la figura de Lucille Ball, uno de ellos es su extraordinaria habilidad de comediante.
La comedia fue para Lucille una especie de último recurso para reinventarse, a pesar de que a finales de la década de los 40 gozaba de cierta popularidad. “Cuando no eres bella ni demasiado brillante, tienes que atraer la atención de cualquier manera”, se le escucha afirmar en Lucy and Desi.
La misma Lucy admite que sus habilidades de comediante no se encuentran en su personalidad, sino que es el resultado de un complejo trabajo de observación, de estudio profundo de los elementos de la comedia, dominio corporal, algo muy cercano a lo científico. Su método le permitió traspasar los límites de la imagen que tenían que dar las mujeres en aquellos años de postguerra.
En ese sentido, Ball fue una pionera, ya que en ese tiempo y más en la televisión, la comedia era un campo minado para las mujeres. Si bien Lucille contó tanto en el programa de radio My Favorite Husband como en I Love Lucy con el invaluable trabajo de los escritores Madelyn Pugh Davis (una de las pocas mujeres guionistas de esa época), Bob Carroll Jr. y Jess Oppenheimer, sin su fino mecanismo de relojería, el resultado no hubiera sido el mismo.
Rompiendo tabúes
El hecho de que todo estaba por hacer en la televisión le brindó a Lucille Ball la oportunidad de romper con ciertos esquemas socioculturales. El matrimonio de ficción Ricardo fue la primera pareja interracial que se vio en la pantalla chica, y todo gracias a que los directivos de la cadena CBS tuvieron que ceder ante la condición de Ball de coprotagonizar I love Lucy con su esposo Desi Arnaz.
Asimismo Lucy logró que se hablara del embarazo en la televisión, una palabra que estaba censurada en los 50, como también contribuyó a que cambiara la narrativa en la que el hombre solía ser el único protagonista. Definitivamente y tal como afirma el legendario guionista Norman Lear en Lucy and Desi, Ball demostró que las mujeres también pueden ser una parte dominante en las historias.
Quizás uno de los cambios más importantes logrados por Lucy fue en lo concerniente a la relación entre mujeres. La directora ejecutiva del National Comedy Center (en Nueva York), Journey Gunderson toma la palabra para recordar que en aquel tiempo la dinámica entre mujeres era más bien antagónica por lo que no existían oportunidades para que las mismas formaran una especie de equipo.
Junto a Vivian Vance (Ethel Mertz en I Love Lucy) esa cultura de enfrentamiento acabó, demostrando complicidad, solidaridad y sororidad. “Fue muy importante para las mujeres ver esa relación en la televisión”, sentencia Gunderson. Años más tarde con The Lucy Show (1962-1968), la dupla Ball-Vance marcaría una nueva diferencia al interpretar a dos mujeres, una viuda y otra divorciada, que crían solas a sus hijos adolescentes, trabajan, salen con hombres, casi como un precedente de Sexo en Nueva York, guardando las distancias.
“Muchas mujeres se identificaron con nuestros personajes”, se escucha la voz en off de Lucy, “eran mujeres, sobre todo con hijos, que intentaban salir adelante sin la compañía de hombres”.
La historiadora Laura LaPlaca recuerda que en aquella época las féminas que salían en la televisión no se divorciaban, no tenían hijos solteras y mucho menos eran emancipadas. “El rol de Vivian Vance motivó pues a varias generaciones de mujeres”, afirma LaPlaca, lo cual cerciora la influencia en el movimiento feminista de la época.
Fuera del plató de televisión, Amy Poehler pone énfasis en una faceta poco conocida de Lucille Ball como lo es la de mentora de nuevos talentos. Apoyó a Carol Burnett, Bette Midler, ambas participan en Lucy and Desi, así como a Joan Rivers o Mary Tyler Moore.
Lucy había crecido profesionalmente en una industria manejada exclusivamente por hombres, en la que las mujeres eran desacreditadas por sistema, colgándoles las etiquetas de “difícil”, “obstinada”, “demasiado fuerte” o “empecinada”. Ball no se escapó de estos calificativos.
En una charla en el marco del Festival de Sundance, Amy Poehler comentó su sorpresa y emoción al descubrir que Lucille Ball supo sobreponerse a tal hostilidad para establecer lazos de unión con otras mujeres en el mundo del entretenimiento.
“Yo me he beneficiado de personas que me han tendido una mano”, comentaba Poehler, “a menudo somos reducidas a meras competidoras y tenemos que comunicarnos más entre nosotras, y hablar más sobre esas colegas u otras mujeres que nos han guiado tal como lo hizo Lucy”.
Con cojones
Es posible que el personaje más difícil de interpretar para Lucille Ball lo encontrara en su propia vida. Tras el divorcio de Desi Arnaz (en 1960), ambos continuaron trabajando hombro a hombro en Desilu Production, que con la compra de RKO Pictures y la producción de diversos shows, ya había dejado de ser una modesta productora independiente para convertirse en un negocio que movía millones de dólares y miles de empleados.
Lucy siempre enfocada en sus procesos creativos, solía desentenderse bastante de los negocios de Desilu (fundada en 1950), pero eso cambió. Llegó el momento en el que a Lucille Ball le agregaron una “s” al final de su apellido, tal como lo recuerda Carol Burnett. Balls, por “cojones”, puede que suene vulgar, pero no podría ser más ilustrativo.
En 1962, después de la salida de Desi Arnaz de la empresa, la comediante se convirtió en la mujer –¡la única!- más poderosa de la industria del entretenimiento frente a la presidencia de Desilu. Entre sus decisiones legendarias figura haberle dado luz verde a proyectos que luego pasarían a la historia tal como Star Trek, Misión Imposible, Los Intocables o Mannix.
Ninguna fémina había ocupado un puesto similar hasta esa fecha, y tal como comenta en Lucy and Desi, al trabajo de estrella de su show se le sumaron las funciones de presidenta. Como a Ball no le interesaba mucho hacer de magnate, y según su hija Lucie Arnaz Luckinbill, tampoco le importaba mucho ser pionera en los negocios, en 1968 vendió Desilu a Paramount. Sin embargo, ya había hecho historia.
Seguramente la próxima vez que veas uno de los legendarios skechts de Lucille Ball, ya no te reirás de la misma manera.
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