Así fueron las hijas escultoras de Pedro Mena: los tesoros escondidos de su obra religiosa en pleno siglo XVII
Aunque a menudo son olvidadas las figuras femeninas, estas dos mujeres emergen como el ejemplo de que el arte no entiende de género.
20 enero, 2024 11:15En la rica paleta del arte del siglo XVII, donde los grandes maestros como Caravaggio y Velázquez dejaron su impronta, hay artistas que, a pesar de su destreza y talento, han permanecido en las sombras.
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Entre ellos, dos figuras femeninas destacan no solo por su destreza artística, sino también por desafiar las expectativas de su época. Andrea y Claudia de Mena, las hijas del renombrado escultor Pedro de Mena, se convirtieron en pioneras del arte religioso en una época dominada por hombres.
Andrea y Claudia, nacidas en 1654 y 1655 respectivamente, entraron en el convento de Santa Ana de la Orden del Císter de Málaga el 18 de junio de 1671, a las edades de 17 y 15 años. Sin embargo, previamente pasaron por el taller de Pedro Mena donde mostraron su pasión por el arte.
[Las dos hijas escultoras de Pedro de Mena: su obra religiosa realizada en pleno siglo XVII]
El linaje artístico de las hermanas de Mena
Pedro de Mena, un escultor andaluz célebre por su habilidad para esculpir la madera con una maestría sin igual, tuvo un impacto significativo en la escena artística del siglo XVII. Sin embargo, la historia del arte a menudo ha pasado por alto a sus hijas, Andrea y Claudia, que heredaron tanto su genio artístico como su devoción por las representaciones religiosas.
Desde una edad temprana, las hermanas mostraron un interés innato por el tallado de la madera y la creación de obras que transmitieran una profunda espiritualidad. Aunque Pedro de Mena, consciente de las limitaciones impuestas a las mujeres en su época, les proporcionó un taller propio en su hogar, las hermanas de Mena enfrentaron desafíos únicos para establecerse como artistas respetadas.
Andrea y Claudia de Mena se sumergieron en la esfera de la iconografía religiosa, centrándose especialmente en la Semana Santa, un período de intensa conmemoración de la pasión y resurrección de Jesucristo. En un tiempo en que la escultura religiosa era predominantemente un campo masculino, las hermanas de Mena desafiaron las expectativas de género y contribuyeron de manera significativa a la expresión artística de la fe.
Su obra se caracteriza por la sensibilidad hacia la emotividad y la espiritualidad. Tallaron imágenes de vírgenes, santos y escenas bíblicas con una maestría técnica que rivalizaba con la de sus contemporáneos masculinos. Las esculturas de Andrea y Claudia de Mena capturaron la intensidad de la devoción religiosa, transmitiendo la narrativa de la pasión de una manera que conmovía los corazones de quienes contemplaban sus obras.
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La Virgen de la Soledad: una obra compartida
Una de las obras más destacadas de las hermanas de Mena es la escultura de la Virgen de la Soledad. Esta imagen, tallada en madera con una delicadeza que desafía la solidez del material, captura la tristeza y la soledad de la Virgen María después de la crucifixión de su hijo. La expresión facial, los pliegues de la vestimenta y la atención meticulosa a los detalles revelan la maestría técnica de las escultoras.
Lo notable de esta obra es que Andrea y Claudia trabajaron en colaboración para dar vida a la Virgen de la Soledad. Esta colaboración desafió aún más las convenciones de la época, donde la autoría individual era la norma. La Virgen de la Soledad no solo representa la habilidad artística de las hermanas de Mena, sino también su capacidad para trascender las limitaciones impuestas por la sociedad.
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El legado olvidado
A pesar de su contribución significativa al arte religioso del siglo XVII, el legado de Andrea y Claudia de Mena ha sido en gran medida olvidado. La historia del arte, a menudo escrita por hombres y centrada en las hazañas de artistas masculinos, ha pasado por alto a estas talentosas escultoras. Sus obras, que una vez adornaron iglesias y capillas, han sido relegadas a las sombras del anonimato.
Andrea y Claudia de Mena desafiaron las expectativas de su tiempo, dejando un impacto duradero en el mundo de la escultura religiosa. Su habilidad para plasmar la espiritualidad en la madera y transmitir la devoción a través de sus obras merece un lugar destacado en la narrativa del arte del siglo XVII.