Rosa Ferré

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Rosa Ferré, mano derecha de Francesca Thyssen: "Queremos que el arte esté en las mesas donde se toman las decisiones porque es transformador"

Conversamos con la codirectora de la fundación Thyssen-Bornemisza Art Contemporary TBA21 sobre sus proyectos y su faceta más sostenible.

8 agosto, 2024 01:20

La codirectora de la fundación Thyssen-Bornemisza Art Contemporary TBA21 es una convencida del papel nodal del arte como transformador y su influencia en y de cualquier aspecto social, humano y medioambiental. El día que Rosa Ferré me habló de las mariposas monarca entendí que la excepcionalidad era su campo de actuación.

Me contaba que estos lepidópteros migran en manadas todos los años desde el sur de Canadá hasta México y se apasionaba explicando que las que salen no son las mismas que llegan. Tal vez tocan la meta las tataranietas, pero estas guardan en la memoria la historia ancestral familiar resumida en la ruta que han de recorrer. 

Me conmocionó su manera de contar y su interpretación, en realidad, de la exposición que presentaba en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza la artista filipino-canadiense Stephanie Comilang. A través de las obras contenidas en En busca de la vida, explicaba los movimientos coloniales y las crisis migratorias entre España y Filipinas a través del viaje de los insectos.

Descubría así una de las facetas más sensibles de esta filóloga catalana, que ha sido jefa de exposiciones y de actividades culturales del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), así como directora artística de Matadero Madrid, antes de incorporarse a TBA21 que codirige con Markus Reymann desde 2022.

Semanas antes me había hablado de otras migraciones, las de las obras, y su cambio d.c. (después del covid) porque su movimiento también ha cambiado. Porque a.c. (antes del covid) cualquier comisario decía "quiero estas cien obras, aunque vinieran de Filipinas y las tenía. Ahora ya no, entre otras cosas porque los transportes cuestan una salvajada. Por otro lado, está la cuestión de la conciencia de la necesidad de sostenibilidad, de no traer piezas del otro lado del mundo si puedes exponer una que tienes cerca".

He aquí la faceta sostenible de Ferré. Lo contaba además en un lugar excepcional, en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A). Allí, la fundación recoge hasta el 30 de marzo de 2025 la exposición Ecologías de la paz, en la que más de cuarenta artistas dan contenido al concepto de paz más allá de su dicotómica guerra.

Es uno de esos cambios de pantalla al que acostumbra la fundadora de TBA21, la coleccionista y filántropa Francesca Thyssen-Bornemisza, prestidigitadora del arte más allá de su propia esencia. 

Rosa aboga por un cambio cultural y está a favor de las cuotas.

Rosa aboga por un cambio cultural y está a favor de las cuotas.

¿Cómo llega una filóloga al mundo expositivo?

Yo tenía un profesor de literatura comparada, Claudio Guillén, hijo del poeta Jorge Guillén, que fue clave en mi desarrollo. Aprendí muchísimo de él, también como persona. Siempre explicaba que a lo largo de la vida tienes pocos temas que te interesan y acabas dándote cuenta de que están conectados o de que en el fondo son uno mismo.

Por ejemplo, yo he estudiado mucho las vanguardias rusas o la revolución rusa, lo sé todo sobre Stalin... y he llegado a la conclusión de que lo que me interesan más son los cambios sociales o cómo las revoluciones que te parece que solo son sociales son también culturales y tienen un correlato en el arte.

En el caso de la revolución rusa es evidente, porque se crea un universo nuevo desde cero, con un correlato entre las utopías y la estética que me interesa mucho. Desde la Revolución hasta la muerte de Stalin se vivió un momento estético increíble, interdisciplinar, en el que trabajaban juntos músicos, escritores, científicos... Eso, intuitivamente, me atraía mucho. Lo he estudiado también en el 68 donde se produjo un cambio de paradigma, de ideas, pero también literario y estético.

Cuando entré en el CCCB, en 2012, me di cuenta de que se hablaba solo desde el punto de vista de una cultura muy relacionada con las humanidades, entendida en un sentido muy clásico, sin reconocer que la ciencia es cultura.

Me dieron mucha libertad e hice por ejemplo en 2014 una exposición sobre los datos, 'Big Bang Data', y su importancia en el futuro. Me gusta la idea de ver una exposición como algo experiencial. No poner cuadritos uno al lado de otro, sino que entres en un espacio y salgas transformado.

"Trabajamos en espacios de libertad, frente a la imposición. Y damos voz a las mujeres artistas"

Dentro de tu itinerario, de tu vida, ¿qué significa TBA21? 

Desde TBA21 vivo esa visión del arte como experiencia, porque mi conexión con Markus Reymann es absoluta y compartimos la idea de qué es lo que el arte puede hacer, que no es ilustrar ideas, sino crear. Y es hacerlo a través de espacios más claros, más complejos, pero más experienciales.

Te voy a poner otro ejemplo de otra experiencia en el CCCB, en 2017. Fue una pieza preciosa, una obra de teatro documental, Después del fin del mundo. Pusimos un tanque de medusas y la mitad de los visitantes entraba por un lado y la otra, por el otro. Era muy dura la pieza. Te preguntaban quién pensabas que sería la persona de la sala que moriría antes y todos miraban a los otros. Y era para que se entendiera que las medusas nos van a sobrevivir. Y hablaba de la contaminación, pero de una manera súper experiencial, uniendo arte, literatura, investigación…

Cuando llegué a Matadero, me inventé el Instituto Mutante de Narrativas Ambientales. Hicimos un proyecto muy bonito que se llamaba El Jardín Mutante de Matadero y pusimos a estudiar a científicos por qué forma una isla de calor dentro de Madrid. Si la ves por satélite siempre está absolutamente roja. Porque no se pensó cuando se rehabilitó que debía tener espacios de sombra. Entonces se calienta y por la noche no le da tiempo a enfriar.

Teníamos días de 50 grados. Y demostramos que el cambio climático tiene que tratarse de una manera interdisciplinar y que la cultura tiene un papel súper importante en él. Entonces nos trajeron medidores de temperatura, intentamos hacer un jardín para absorber CO2 y para refrescar el ambiente. Pusimos incluso macetas que se movían buscando la sombra. 

¿Somos suficientemente didácticos para que el público entienda este concepto de la sostenibilidad como un todo? 

Yo creo que sí, desde luego, en el campo expositivo. Incluso en los montajes, es muy difícil encontrárselos con muchísimos materiales de un solo uso. Otro ejemplo son los almacenes, que es un tema básico, porque tienen que estar climatizados, con un gran gasto de energía. Y Francesca es muy consciente. De hecho, siempre nos dice que ahora hay que repensar cómo coleccionar.

Porque, por ejemplo, compras una instalación enorme que la vas a ver en una exposición en los próximos cinco años y el resto del tiempo está gastando energía... En este sentido, se está trabajando en un proyecto muy interesante para repensar los almacenes y convertirlos casi en espacios expositivos, almacenes abiertos, donde preparar actividades, conferencias, ver piezas.

Hablas mucho de inclusión y de diversidad, ¿cómo encuadras ahí el género?

Como algo fundamental. Nosotros trabajamos desde una perspectiva ultrafeminista. Con mucha naturalidad. Lo damos por supuestísimo porque lo tenemos muy asumido. Trabajamos en espacios de libertad, frente a la imposición. Y damos voz a las mujeres artistas.

Yo por ejemplo estoy a favor de las cuotas. Tengo una amiga muy lista que me dijo una vez que la igualdad en el arte existirá cuando haya una mujer que sea medio tonta, incapaz, con un buen trabajo en un museo, en una institución cultural, haciendo otros trabajos al margen y cobrando tres sueldos.

Las mujeres tenemos que estar demostrando todo. Y luego se nos pide que seamos siempre las mediadoras en los conflictos, que eso también es como otra violencia. Porque se supone que tú tienes que ser la que pacifica.

¿Crees que en un futuro, igual que hablas de las vanguardias rusas o del 68, nuestra época se describirá como la revolución de la pandemia o de la sostenibilidad? 

Yo creo que se necesita un cambio cultural. Y las instituciones culturales y los artistas han de ayudar a que surja. Hay tecnologías capaces de mejorar muchísimos aspectos que la gente no quiere aceptar. La sociedad tiene que ir al mismo tiempo que esas tecnologías.

¿Cómo de resistente es el mundo del arte a la inteligencia artificial?

Hay posturas muy radicales de artistas que piden que la prohíban porque piensan que les puede quitar la creatividad o la autoría, si les cogen imágenes. Pero todo el mundo sabe que las herramientas son como las uses, ¿no? Es decir, pueden dar de sí cosas maravillosas y todos los artistas lo han hecho siempre.

Nosotros, por ejemplo, en uno de nuestros grandes proyectos, 'Organismo', estamos hablando de ecología y también de las tecnologías. Tenemos que repensar todos los sistemas, no solo el material, porque al final es muy difícil ahora hablar de las cosas desconectadas.

"Hoy tenemos un problema no solo climático, sino también con la imaginación. Nos faltan imaginarios positivos"

Se trata de cambiar la manera de pensar.

Para eso creamos 'Organismo', para que la gente tenga una aproximación diferente a todo en su vida. O sea, ni siquiera es para que tenga una aproximación diferente al arte, sino para que intentemos pensar a través de lo que llamamos inteligencia colectiva de otra manera. Y eso va a ayudarnos en cada una de nuestras prácticas de una manera más inclusiva.

Hoy tenemos un problema no solo climático, sino también con la imaginación. Nos falta diversidad. Nos faltan imaginarios positivos hacia los que dirigirnos. Vamos a trabajar, aunque ahora nos duela y no nos beneficiemos, hacia un futuro que será mucho mejor. Casi todo lo que hace TBA 21 va en esa línea.

¿Cómo conceptualizar ese papel transformador del arte en el cambio social e individual?

TBA21 me ha ayudado muchísimo porque tanto Markus como yo, aunque tengamos prácticas y experiencias diferentes, compartimos la misma idea de lo que puede hacer el arte. Y no es un instrumento. Yo soy una gran defensora del poder transformador de la creación en el sentido de que cualquier cosa que no tenga que ver con la producción, con el consumo, con lo inmediato es súper transformadora.

Para mí el arte tiene en sí mismo una capacidad simbólica, transformadora, que permite crear comunidad, reflejarte, incluso preguntar, decir no entiendo qué es esto, pero me cuenta algo. Lo veo en un sentido muy amplio. Nosotros creamos espacios para el arte en contextos interdisciplinares.

Y muchas de las piezas hablan de cuestiones muy vinculadas a lo social o a la justicia social, o a otras maneras de ver el mundo desde diferentes culturas, o a la ecología pura y dura, o sea, a la naturaleza, que es una manera de hacerlo muy distinta a como hemos creado siempre, generando una barrera increíble entre lo que somos y el mundo. Estamos todo el rato o destruyendo o construyendo sin ser capaces de habitar.

Nosotros somos una fundación de arte total. Y por eso, por ejemplo, desde Academy, nos interesamos por los océanos, porque son nuestro sumidero de CO2 y nuestro creador de oxígeno. Y sin ellos nos vamos a morir. O sea, que o lo empezamos a pensar o va a ser muy grave. 

Y queremos que el arte esté en las mesas donde se toman las decisiones. Nosotros colaboramos con artistas y científicos. Por ejemplo, hemos trabajado la polución marina, que es un asunto muy desconocido.

Uno de nuestros temas es el ruido dentro del agua. Y no solo porque vuelve locos a los animales, sino porque no se pueden reproducir, no se escuchan entre ellos. Hay un ruido dentro del agua impresionante. Y esa contaminación acústica brutal tiene pésimas consecuencias para el ecosistema en general.

Las fundaciones, sobre todo cuando son familiares filantrópicas, buscan la trascendencia, ese qué va a pasar cuando yo no esté. Y mi sensación es que TBA21 va mucho más allá. No solo es la familia, es la sociedad, el planeta… 

Si nosotros conseguimos que en una conferencia de los océanos, por ejemplo, la cultura tenga algo que decir habremos conseguido lo que queremos. Creemos que el mundo no puede seguir funcionando sin otro tipo de pensamiento mucho más inclusivo y poético. Porque parece que se le ha ido quitando al ser humano su faceta creativa, su faceta expresiva; estamos muy uniformados y eso conduce a una más fácil manipulación. Creemos que el arte es un agente político. 

Eso queda bastante claro en la última exposición Ecologías de la paz, en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A), en Córdoba.

En efecto, esta exposición trabaja para cambiar las ideas o para decir que la violencia no es solo la de las bombas, sino también la que se ejerce contra los demás, contra la gente a la que no das voz.

Además de Organismo y de Academy, ¿qué otros proyectos hay que destacar en TBA21, los más transformadores y que van a tener más recorrido?

Yo creo que hay una cosa muy importante en TBA21 que no tienen otras fundaciones y es que dedicamos tiempo, energía y dinero a crear espacios de trabajo un poquito más amplios de lo habitual. Nosotros hablamos con comisarios, que crean grupos interdisciplinares de trabajo, invitan a artistas y a otra gente a proyectos que algunos tienen tres o cuatro años de duración.

La temporalidad y ser un espacio de mucha libertad nos diferencia, y quienes han participado de estos procesos lo valoran muchísimo. Eso de apoyar durante tres años una investigación es impensable, salvo en becas institucionales.

"Hay una polarización del discurso que ya es imposible. Casi no se puede ni hablar, es muy difícil"

Si hablamos de Objetivos de Desarrollo Sostenible, parece que el 17, el de las alianzas, es básico para vosotros.

Hemos cambiado muchísimo nuestra manera de ver las alianzas. Ahora estamos creando una especie de alianza de fundaciones y de instituciones que tenemos objetivos muy parecidos, que nos interesa trabajar con un tipo de artistas muy centrados en la investigación o con cuestiones sociales. Trabajamos un poco más a largo plazo y para que sea sostenible el trabajo de los artistas por hacer piezas de calado.

¿Cómo ves, la fundación a largo plazo?

Tenemos la voluntad de que la colección se quede en España. Yo creo en la cultura del riesgo, no hacerlo va en contra de la evolución. Y no es solo atribuible a lo público; es general y en Europa hay falta de riesgo total, con un peligro de manipulación y de polarización del discurso que ya es imposible. Casi no se puede ni hablar, es muy difícil. Yo, por ejemplo, no tengo redes.

No me parece un espacio interesante para mí. No me interesa el eslogan ni el aforismo. Estamos además ante otro problema que es la superficialidad, la falta de libertad y la autocensura.

La cultura tiene que estar ahí para decir no entro en esto. Y para mí lo más valiente es la gente que dice "no" en el día a día, en las pequeñas cosas. Y la Fundación en eso es muy coherente.

Tú te identificas mucho con sus valores… 

Sí, es supervaliente hablar de paz, creer en la posibilidad de darle contenido a una palabra que la hemos vaciado a base de bien. Y me parece radical el trabajo de cambio desde abajo, con comunidades con las que trabajamos muchísimo, desde lo local, que es súper transformador.

Y es un pensamiento que no está vinculado al consumo, a la producción o a la competencia. El arte a veces es un ecosistema demasiado cerrado. En eso los museos y la mediación de arte tienen que dar un salto, porque hay otros formatos mucho más inclusivos, más divertidos, igual de transformadores.