La mezquita y el liceo de Courcouronnes sólo están divididos por un muro y comparten la misma estructura de paneles prefabricados. Bloques grises y anónimos, con la única excepción del alminar, con sus mosaicos azules en la parte más alta.
A media mañana y una hora antes de que abra el templo apenas se ve gente andando por las amplias avenidas de la urbanización. Al lado de la entrada de la mezquita, dos hombres atienden a los pocos clientes en su tienda de alimentación. Fuera, un cartel anuncia que venden productos halal [alimentos permitidos en virtud de la ley islámica]. Apenas pasan coches.
El día después de ver su nombre asociado a uno de los terroristas de la matanza de la sala Bataclan, este distrito de construcciones lineares y aburridas se despierta mudo y desolado. Aquí se crió y aquí vivió hasta 2010 Ismael Omar Mostefai, que hubiera cumplido 30 años el día 21 y se hizo estallar el viernes en el local de conciertos parisino.
"Lo que ha pasado es una lástima. En este liceo han estudiado mis dos hijos. Y nunca hemos tenido problemas", cuenta Annick, una vecina de 59 años que vive a un par de kilómetros de aquí y que siempre compra en esta tienda.
"Le cuento una cosa. Cuando mi hijo era pequeño le pregunté si había niños negros en su clase y me dijo que no. Luego un día fui y sí los había. Los chicos no hacen distinciones. Y nosotros nunca las hemos hecho. No podemos hacer que todo el mundo pague por lo que ha pasado". Annick sólo accede a dar su nombre de pila, porque es funcionaria del Estado y como tal, dice, no podría hacer estos tipos de declaraciones en público.
De nuevo en el punto de mira
Pero ella al menos accede. Los titulares de la tienda halal dicen que no viven aquí y que no tienen nada que decir. Y es algo que pasará a menudo al tratar de entrevistar a hombres de origen árabe en esta ciudad. Las preguntas sobre el atentado producen un cierto fastidio. Quizá la razón sea lo que explicaba unos horas antes un agente de seguridad de origen tunecino en la estación de trenes Gare du Nord: "Para nosotros es muy difícil. No basta con sufrir por el atentado. Parece que también tenemos que justificarnos".
Quizá sea esto o quizá el hartazgo de volver a estar en el punto de mira. Han pasado diez años desde las revueltas que incendiaron durante días las banlieues parisinas, las zonas del extrarradio de la capital, a raíz de la muerte de dos jóvenes que se electrocutaron tras trepar a una subestación eléctrica mientras huían de la Policía.
Alguien denunciaba entonces la "segregación social, territorial y étnica". Era Manuel Valls, el entonces alcalde de Evry, la ciudad pegada (el límite lo marca una calle) a Courcouronnes. Durante sus dos mandatos, Valls probó aquí la política de mano dura contra la criminalidad y la inmigración irregular que abanderó a nivel nacional cuando llegó al Ministerio de Interior. En un libro que publicó entonces hacía un análisis del fracaso del modelo laicista en los suburbios del apartheid.
El mismo diagnostico lo ha vuelto hacer en los últimos meses antes de anunciar, en el décimo aniversario de las revueltas hace dos semanas, nuevas medidas para mejorar las condiciones de vida en las periferias sensibles: promover el acceso a la educación, luchar contra la discriminación en el mercado del trabajo y relevar a los alcaldes que se muestren reacios a la construcción de nuevos alojamientos sociales, vivienda para familias de renta baja. Unos anuncios tildados como 'déjà vu' (ya visto).
También le ha criticado el actual regidor de Courcouronnes, Stéphane Beaudet, elegido por tercera vez con el que era el UMP, el partido de Nicolás Sarkozy, llamado ahora Los Republicanos. En una entrevista al semanario L'Express de hace unos días, Beaudet denunciaba que el paro y el empobrecimiento de la sociedad son desesperantes. "Cada año", declaró, "aumenta un 20% la gente que se inscribe a los comedores sociales".
"A los integristas yo no los veo"
El alcalde estaba sobrepasado este domingo por la atención mediática que se ha abatido sobre su ciudad. "Este terrorista no vivía aquí desde hace ocho años. Nos preguntan si vemos que aumenta el integrismo. A estos integristas yo nos los veo. ¿Cómo podíamos imaginar que este chico que robó unos bolsos años más tarde se convertiría en un terrorista?", afirma en unas declaraciones al diario Le Parisien. "Mi deber es defender mi ciudad, su imagen, sus habitantes".
En Courcouronnes nadie conoce a Ismael Omar Mostafei. Nadie dice conocerlo. "Hace mucho que no vivía aquí”, se apresuran a decir. Tampoco le conocía Khalil Merroun, presidente fundador y rector de la mezquita de Evry-Courcouronnes. Se enteró de la historia del chico por su guardaespaldas.
"Te voy a dar una mala noticia", le anunció. "Me dijo el apellido Mostefai. Me sonaba pero no conseguía visualizar ninguna cara", explicaba este domingo Merroun a un pequeño grupo de periodistas en su despacho de la mezquita. "Luego pregunté a algunos jóvenes. Y me han dicho que sí, que vivía aquí y que se le conocía como Omar y no como Ismael, que es como ha sido identificado. Se ha criado aquí y, por lo que he podido saber, era un chico más que normal".
"Estudió aquí, en el instituto Paul Fort", explica el rector de la mezquita. "Y parece que ha sido adoctrinado en Lucé, al sur de Chartres, por una persona que venía de otra ciudad. Pero yo no creo que sea sólo esto. Hay un imán muy poderoso que radicaliza a los jóvenes y se llama Google", dice Merroun. "Con el permiso de la Policía, he estado visionando material que se encuentra buscando en la red. Y son textos muy bien hechos", dice para subrayar la capacidad de persuasión de lo que difunden los islamistas radicales en Internet.
Merroun llegó aquí en 1971. Nació en Ceuta y allí estuvo hasta los 18 años antes de viajar a Marruecos para hacer sus estudios. "Luego me vine a Francia. Me gustaba el idioma de Voltaire. Y llegué a Evry porque entré en la Sociedad Nacional de Estudio y Construcción de Aviones. Soy técnico de aviación. He aprendido el árabe aquí. Mi primer idioma era el español", cuenta al retomar la conversación tras una pequeña pausa para unos minutos de rezo en la mezquita. "Aquí", asegura, "no hay más problemas de los que hay en otras partes".
Después de hablar con los periodistas coge una de las copias del Corán que tiene sobre la mesa y lee un versículo: "No mates al ser humano que Alá ha declarado sagrado".
La banalidad de las periferias
"Las banlieues son zonas donde hay mayores dificultades económicas, sociales, para la educación, el transporte, la salud. Pero no son fábricas de terroristas", dice Thomas Kirszbaum. Es sociólogo especializado en políticas urbanas e investigador en el Instituto de Ciencias Sociales. De vez en cuando asesora también al Gobierno de François Hollande.
Kirszbaum arremete contra la retórica de las banlieues y un discurso político que, en su opinión, revela un problema persistente en Francia: la falta de aceptación de una parte de la población, la que tiene orígenes magrebíes y africanas y que se concentra en las periferias.
"Asociar unos barrios a la idea de que son una cantera de terroristas es decir una falsedad y fomentar una idea peligrosa que puede contribuir, esto sí, a la radicalización". Algo que, según el sociólogo, no tiene que ver sólo con las marginalización que se vive en los distritos periféricos. "Una gran parte de los jóvenes franceses que han viajado a Siria no tenían origen extranjero y vivían en zonas rurales".
La arquitectura de Courcouronnes y de la cercana Evry es parecida, así como la de los alrededores. Bloques altos de viviendas, con pequeñas ventanas, sin balcones, sin adornos. Austero pero sin dar la sensación de un barrio marginal.
Una encuesta publicada por Le Parisien a finales de octubre indicaba que para el 61% de los entrevistados los jóvenes de las banlieues se comportan peor que los otros. Un 83% decía sentir un sentimiento de desconfianza hacia los vecinos de estas zonas.
Para el sociólogo, los anuncios de mejoras para "acabar con el apartheid" de las banlieues no hacen sino reforzar una idea y una separación entre "nosotros" y "ellos". Algo que, dice, Francia no ha conseguido superar porque sigue considerando a los ciudadanos de origen magrebí y africana como un "resultado de la inmigración", también cuando llevan aquí varias generaciones.