El Papa Francisco convirtió en un trámite formal la primera recepción oficial en el Vaticano al nuevo presidente de Argentina, el liberal Mauricio Macri, en medio de gestos de distancia y frialdad. Mostró un rostro serio, no aparecieron las risas que solía echar junto a la peronista Cristina Fernández, viuda de Kirchner, durante las cinco veces que la invitó a la Santa Sede, y todo transcurrió en forma exprés, pues duró sólo 22 minutos.
Ambos se conocen desde 2007, cuando uno era cardenal primado de Argentina y el otro ocupaba la alcaldía de Buenos Aires. El jesuíta mantenía una tensa relación con el poder. Alertaba de lo que él considera la degradación de la sociedad argentina, hundiéndose en las corruptelas, el poder narco, y el relativismo. Y condenaba el auge del consumo y tráfico de drogas, la trata sexual de mujeres y el trabajo esclavo en talleres clandestinos.
Se daba la circunstancia, además, de que los padres de Juliana Awada, la esposa de Macri, dedicados a la industria textil, fueron denunciados hace años por la ONG “La Alameda”, que cuenta con el apoyo de Bergoglio, porque habrían encargado confecciones a talleres ilegales, donde obreros inmigrantes de países vecinos (Bolivia, sobre todo) cortan y cosen a destajo en los mismos cuartos cochambrosos en que viven.
Además, el religioso nunca le perdonó al exalcalde que haya convertido a la capital argentina en la primera de Latinoamérica que aprobó el matrimonio gay, en 2009. Y tampoco que reglamentara el aborto no punible (terapéutico) para hospitales públicos, en 2012. Por aquella denuncia pública y las sucesivas diferencias políticas, Macri y Bergoglio nunca se llevaron y siempre mantuvieron un trato protocolar.
La onda Francisco
Los Kirchner también ninguneaban al por entonces jefe de la Iglesia católica a tal punto que nunca pisaban la catedral porteña ni asistían a los tedeums. En marzo de 2013, cuando fue aupado al Vaticano, Cristina Fernández, sin nombrarlo, apenas comentó: "Han elegido a un latinoamericano como Papa". Sin embargo, en cuanto detectó que se perfilaba una corriente de simpatía hacia el Papa dio una voltereta y se enganchó a ‘la onda Francisco’.
Entonces en las fachadas de Buenos Aires empezaron a aparecer pegatinas masivas de carteles victoriosos. "Un Papa argentino y peronista", proclamó uno que reivindicaba la simpatía juvenil de Bergoglio con el partido político mayoritario en Argentina. Y en el primer aniversario de su papado otro cartel rezaba: "Un año compartiendo esperanzas". Lo firmó el equipo de difusión del Frente para la Victoria, que comanda Cristina Fernández.
Aquel ‘romance’ político parecía recíproco. El Papa invitó a la entonces presidenta argentina cinco veces a visitarlo en el Vaticano. Incluso llegó a fotografiarse en campaña electoral con ella y Martín Insaurralde, un candidato a diputado que medía mal en las encuestas y necesitaba un impulso en su popularidad. Y también se retrató con altos cargos kirchneristas mostrando las camisetas de “La Cámpora”, la agrupación fundada por el primogénito del matrimonio, Máximo Kirchner.
“Para un peronista no debe haber nada mejor que otro peronista”, reza una de las “20 verdades peronistas”, el catecismo doctrinario del partido que en 1946 fundó el militar y tres veces presidente argentino, Juan Domingo Perón. Y el kirchnerismo, el ala del peronismo que gobernó Argentina en los últimos 12 años, ha mostrado que sacó provecho a la premisa en el vínculo con el Papa Francisco.
Por ejemplo en la reciente campaña electoral el presidenciable kirchnerista, Daniel Scioli, no paraba de mentar a Francisco y sus invocaciones a la doctrina social de la Iglesia. El Papa llamó a los argentinos a “votar a conciencia”. Pero el asesor principal de Macri, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, cometió la ‘herejía’ de opinar que “Lo que diga un Papa no cambia el voto ni de diez personas sea argentino o sueco".
Recomponer relaciones
A juzgar por los resultados en las urnas el ‘gurú’ de Macri llevaba la razón. El ex presidente del club de fútbol Boca Juniors se impuso en el balotaje y el kirchnerismo debió marcharse a casa. Ahora Macri intenta recomponer las relaciones con el Vaticano y para ello nombró de embajador argentino allí a Rogelio Pfirter, un diplomático de carrera que fue alumno del Papa cuando éste no se había ordenado sacerdote y trabajaba de profesor de literatura y psicología.
La audiencia que el Papa concedió a Macri se llevó a cabo en la Biblioteca Privada y no en la Casa Santa Marta, donde el sumo pontífice vive y solía recibir a Cristina Kirchner. Parece haber sido otro de los gestos con que el jefe de la Iglesia católica ha mostrado que pretende encaminar la relación con su país hacia la vía institucional luego del trato personal y amigable que dispensó a la expresidenta peronista.
Al finalizar el encuentro, Macri reveló que el Papa le expresó su "preocupación por unir a los argentinos y dejar atrás los rencores" y le pidió que "no dude en enfrentar los problemas graves de fondo que tiene Argentina" como el narcotráfico y la corrupción. También confió que él invitó a Francisco a visitar Argentina este año, pero el anfitrión le respondió que "era imposible por cuestiones de agenda”.
Por su parte, el Vaticano emitió un comunicado y destacó "los cordiales coloquios" entre ambos y apuntó que eso expresa "el buen estado de las relaciones bilaterales entre la Santa Sede y la República Argentina". Tal vez el mensaje más significativo del Papa haya estado en la medalla que le obsequió al visitante. Allí puede leerse la inscripción "Busca lo que une, supera lo que divide".
Más allá de su pretensión de despejar el intrincado vínculo con el Papa, el presidente argentino procura ampliar el abanico de relaciones internacionales, que el kirchnerismo enfocó principalmente hacia China, Rusia, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Ya recibió en Buenos Aires al presidente de Francia, Francois Hollande, y al premier de Italia, Matteo Renzi. Y el 23 de marzo Barack Obama visitará por primera vez Argentina.