Para llegar a la casa de Alaa hay que subir unas empinadas escaleras y rodear un pequeño bloque de viviendas destartaladas donde vive una decena de familias. Estamos en el campo de refugiados de Al-Yalazón, a unos 7 kilómetros al norte de Ramala. La mayoría de sus habitantes son descendientes de los miles de palestinos que fueron expulsados de la aldea de Beit Nabala, destruida durante la guerra árabe-israelí de 1948 y habitada después mayoritariamente por judíos iraníes. "Adelante, bienvenidos a mi casa", dice Alaa al-Din Mohammed Ali esbozando una leve sonrisa.
Los enormes ojos verdes de este hombre de 33 años, casado y padre de tres hijos, destilan tristeza y, a intervalos, desconfianza. En los últimos diez años Alaa ha estado tres veces preso en cárceles israelíes. En ellas asegura haber sufrido abusos y torturas. "Cuando escucho la palabra 'celda' o 'sala de interrogatorio' aún siento fobia y me descompongo", explica este vendedor de perfumes sentado en el sofá junto a sus tres vástagos.
Su testimonio es uno de los 116 recogidos durante 7 meses por miembros de las ONG israelís de Derechos Humanos B'Tselem y HaMoked a partir de los cuales han elaborado el informe Con el apoyo del Sistema: Abuso y Tortura en el centro de detención de Shikma¨ (prisión situada cerca de la ciudad de Asquelón, en la costa del sur de Israel). “Hablamos de celdas sin ventanas, con luz eléctrica encendida las 24 horas del día sin ventilación o higiene, privación del sueño, comida escasa o en malas condiciones", explicaba Noga Kadman, de B’Tselem, durante la presentación del estudio hace unos días en Jerusalén.
Abusos a la orden del día
"Los abusos en las cárceles israelíes están a la orden del día", afirma Alaa. Aún hoy, y más de dos años después desde su última detención en noviembre de 2013 (en 2007 estuvo preso 80 días y en 2009, más de 100) aún no sabe cuáles son los cargos de los que se le acusa. "Me dijeron que yo era de Hamás, aunque no tenían ninguna evidencia de que fuera activista ni de éste ni de ningún otro partido”, explica el palestino. Según él, el testimonio de algún vecino colaboracionista con Israel o la información falsa obtenida de otro preso a partir de torturas podrían haber sido los detonantes de las tres detenciones de las que ha sido objeto en la última década.
No obstante, Alaa, si bien afirma no militar en partidos políticos palestinos o participar en acciones violentas, sí asegura comprender por qué el 60% de sus conciudadanos apoyan volver a la resistencia armada contra Israel en ausencia de conversaciones de paz, tal y como indica la última encuesta del Centro palestino de Opinión Pública, con base en Ramala. Según este sondeo, además un 65% de los encuestados quiere la renuncia del actual Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas.
Como dato relevante del informe elaborado por B'Tselem y HaMoked, un tercio de los detenidos (39) entrevistados para su estudio lo habrían estado previamente por el aparato de seguridad de la ANP, quien también habría empleado “los mismos métodos de abuso”. Sarit Michaeli, portavoz de B'Tselem, afirma que una docena de ellos han señalado que la información que les habrían proporcionado a las fuerzas de la ANP después era conocida igualmente por los guardas israelíes.
Sin cargos ni juicio
Las tres ocasiones que Alaa entró en prisión han sido en aplicación de lo que se conoce como detención administrativa, una modalidad de arresto preventivo por la que el detenido puede permanecer preso por un periodo prorrogable de seis meses sin que se tengan que presentar cargos o celebrarse un juicio. Además, en casos como el de este comerciante de perfumes, pueden pasar más de 60 días desde la fecha de detención hasta que el preso sea autorizado a recibir la visita de un abogado. Además, Alaa tampoco vio a ningún miembro de su familia en los más de 210 días en total que permaneció detenido en prisiones israelíes.
“No hablamos de un solo centro como el de Shikma o de que esto lo haga un individuo, de una manzana podrida como se dice. Es una rutina, algo sistemático en el sistema penitenciario israelí”, afirma Sarit Michaeli, portavoz de B'Tselem. Como letrado de la organización HaMoked, Daniel Shenhar corrobora su versión y añade: “A los palestinos de los territorios ocupados que detiene Israel se les aplica la ley militar –por lo que pueden permanecer hasta dos meses sin asistencia legal– lo que viola claramente el derecho internacional”. Este abogado afirma que las investigaciones abiertas por denuncias de tortura, que son siempre caso por caso, pueden además llevar entre uno o dos años hasta que se resuelven. "El proceso es lento e ineficiente. No hay voluntad por parte de las autoridades de investigar nada", denuncia Shenhar. "Aquí nadie quiere saber la verdad", se lamenta.
Comida en mal estado
Alaa continúa relatando por qué sigue sin poder dormir bien por la noche o por qué sigue en tratamiento psicológico. “La primera vez, en 2007, fue la peor. Uno de los interrogadores me golpeó en el estómago. Terminé por vomitar sangre y no comí en tres días. Al cuarto, y después de pedirlo muchas veces, me llevaron al médico”, explica. Los guardias le trasladaron entonces del centro de detención de Shikma al hospital Hadassah de Jerusalén, donde no le desposaron ni para ponerle una inyección, cuenta. "Cuando una enfermera me vio con la barba tan larga, oliendo mal, en tan malas condiciones, me preguntó: pero ¿usted dónde ha estado que tiene ese aspecto? Vengo de la prisión de Asquelón", le dije. "Ella me miró con los ojos muy abiertos, sorprendida, ¡no se creía que viniera de una cárcel israelí!", exclama Alaa.
Según su testimonio, y el del otro centenar de presos recogido por los investigadores de B'Tselem y HaMoked, hubo detenidos a los que no se les permitió ducharse hasta pasados varios días o incluso semanas. En el informe incluso se menciona el caso de uno de ellos que no supo lo que era el agua en los 25 días de su arresto. Una falta de higiene que parece diseñada para provocar todo tipo de incomodidades y enfermedades en la piel, denuncian las organizaciones responsables del estudio.
Para Alaa y para las decenas de miles de palestinos que han pasado alguna vez por centros de detención israelíes los primeros días de reclusión son los más duros. “Cuando te interrogan, a veces hasta 7 y 10 horas seguidas, te colocan sobre una silla muy dura a la que te atan de pies y manos en una posición insoportable”, relata. “Y así puedes estar varios días seguidos. Te gritan muy fuerte directamente en los oídos, pueden escupirte, te insultan o te amenazan con detener también a tu familia". comenta. En su caso lo cumplieron. Su hermano, que se acababa de casar, estuvo detenido más de un mes en la misma prisión que Alaa. "Le decían que si me delataba a él y a su mujer no les pasaría nada". Finalmente quedó libre.
Por otro lado, durante los interrogatorios, Alaa y otros presos cuentan que apenas disponían de unos pocos minutos para comer, alimentos, "casi siempre escasos o en malas condiciones". "Nos soltaban una mano y nos tiraban la comida. A los perros les tratan mejor", denuncia. Y la situación no mejoraba una vez les trasladaban por unas pocas horas de vuelta a las celdas. "Tenía tantos dolores que no podía ni dormir y cuando lo intentaba era imposible. Los guardias golpeaban fuerte las puertas para impedir que descansáramos, haciendo todo tipo de ruidos. No supe lo que era el sueño durante meses".
La celda del polígrafo
Este palestino igualmente relata la que es una de las prácticas más desconocidas dentro de los centros penintenciarios israelíes: colocar a los recién detenidos en celdas compartidas con presuntos colaboracionistas con Israel (conocidos como "los pájaros" para el común de los presos), encargados de sonsacar información a los recién llegados. El método es bien conocido: se hacen pasar por héroes de la causa palestina, contando sus actividades armadas o políticas para incitar al detenido a contar las suyas en una supuesta atmósfera de confianza. “Se conocen como Asfur (pájaro, en árabe), pues luego se dedican a cantar a los interrogadores todo lo que han escuchado…¡o se han inventado!”, espeta Alaa.
Un procedimiento de dudosa legalidad que luego conforma la evidencia secreta que el Shabak (servicio de seguridad interior) presenta ante los jueces para prorrogar la detención administrativa sin que el detenido pueda defenderse ante un tribunal ni disponga de asistencia letrada.
"A veces también utilizan un polígrafo como excusa para presionar en los interrogatorios", explica el palestino. En su caso los guardias de Shikma le decían que tenían información sobre este u otro ataque armado que había cometido y que el polígrafo confirmaba esa versión. "Me presionaban para que admitiese que había participado en acciones armadas y a continuación, cuando no podía más, me preguntaban si había lanzado piedras", cuenta. "Quieren que te relajes para que acabes confesando el 'mal menor' digamos y darles la excusa para poder mantenerte detenido", explica.
Tiempo después de su último paso por prisión Alaa sigue durmiendo mal por la noche y asegura sentirse mejor solo. Su única compañìa es la de su mujer y sus hijos que, a diferencia suya, no dejan de sonreír. "Quieren quebrar tu cuerpo y tu mente y yo aún tengo secuelas. Pero ya perdí el miedo. Sigo adelante solo por ellos".