Orlando (Florida)

Hubo dolor, impotencia y bronca. Pero también abrazos, sonrisas, y un ánimo de resistencia ante una de las peores tragedias a las que se ha tenido que enfrentar Estados Unidos. Miles de velas se han alzando en el aire en el centro de Orlando, donde una multitud se reunió para honrar a las 49 víctimas de la masacre de Pulse, la peor matanza perpetrada con un arma de fuego en la historia de Estados Unidos, y el peor ataque terrorista desde el 11-S. La misma imagen se ha repetido en Nueva York, alrededor del mítico Stone Wall Inn, donde ha despertado el movimiento que peleó por la igualdad de derechos de los homosexuales, en Washington y en otras ciudades del país y el mundo que unieron su voz al mensaje que nació de la matanza de Orlando: el amor triunfa sobre el odio.



Hubo familias, parejas de todo tipo, grupos de amigos, activistas, y hombres y mujeres solos, que simplemente sostuvieron una vela, un cartel con un mensaje, o ni siquiera eso.

Carol Halladay, 36 años, se ha acercado a la vigilia con su marido, Gayus, y su hijo Jackson, de cuatro años. Carol ha dicho que estaba “devastada” porque haya gente que odie tanto, pero como casi todos, sonreía igual. “Es fantástico que nos unamos después de una tragedia, pero deberíamos hacerlo todo el tiempo”, ha reflexionado. Miró a su hijo, en brazos de su marido, con cierta resignación, intentó encontrar la manera de enfrentar una nueva realidad de su vida: “Va a tener que crecer con esto, y no sé qué decirle”.

Abrazados, James Argabright, nacido y criado en Orlando y Antonio Macias, mexicano, escuchaban a los oradores y lamentaban que la mayoría de las personas que murieron en la masacre de Pulse hayan sido jóvenes. “Yo salí del ropero acá, y seguro que había algunos esa noche en la discoteca que estaban en el mismo proceso”, ha comentado.

Orlando vivió la secuela de la tragedia en una triste calma. Envuelta en un calor abrasador, la ciudad ha quedado sumida en el silencio, interrumpido por el ruido del tráfico y los helicópteros que sobrevolaban el centro. Apenas se han visto policías en las calles, mucho menos pobladas que de costumbre, al igual que Disney, la gran atracción de la ciudad.

Latinos de luto

El presidente Barack Obama llegará a la ciudad el jueves, para honrar a las víctimas, ofrecer su respaldo y cumplir su papel, otra vez, de “Sanador en Jefe”. La masacre ha golpeado a la comunidad gay, pero, también, a los hispanos. Zoé Colón, una líder comunitaria, ha dicho ayer que los latinos estaban de luto. “Nosotros somos Orlando, y las víctimas de esta tragedia somos nosotros”, dijo en una conferencia de prensa.

Simón Carrillo era el menor de cuatro hermanos, y el soporte de su familia. Había llegado a Orlando desde Venezuela hacía poco más de una década en busca del sueño americano, y lo había logrado: trabajaba de gerente en McDonald’s, feliz, viajaba y ya se había comprado su casa. “Era muy estudioso, responsable, trabajador, nunca metido en líos. Vino en busca del sueño americano, y lo logró. Lamentablemente, no le duró mucho”, recordó su hermano, Gustavo Cuevas. “De la noche a la mañana nos cambió la vida”, cerró.

Carrillo es una de las 49 personas que murió en la masacre de Pulse. Su novio, Óscar Aracena Montero, también. Carrillo tenía 31 años, y Aracena, sólo 26. Habían viajado hacía poco a las cataratas del Niágara. Gustavo se tomó dos cervezas con ellos a su regreso. “Fue la última vez que lo vi”, dijo.

Cuevas y su hermana, Aileen Carrillo –hermanos con distinto padre–, han pasado ayer casi todo el día en un “centro de reunificación familiar” que la ciudad de Orlando improvisó en un centro comunitario. La imagen se repitió: familiares, amigos y conocidos de las víctimas, la mayoría, latinos, o líderes religiosos, médicos y voluntarios entraban y salían del edificio. Algunos recibieron allí la peor noticia. Otros fueron a ayudar, o a dar un abrazo de consuelo.

José Morales, puertorriqueño, ha ido a buscar a la familia de otra víctima, Jean Carlos Méndez Peréz, también puertorriqueño, 35 años. Fue su novio hace muchos años, en Puerto Rico. Hace unas semanas le había enviado un mensaje en Facebook, pero nunca le llegó una respuesta. Vio su foto en Twitter, después de la tragedia, y temió lo peor “Era un tipo feliz, una excelente persona, siempre riéndose, era muy gracioso”, lo recordó. Como todos, Morales miraba ayer la vida de otra manera: “Lo más impactante es que tú hoy te levantas, pero no sabes si va a ser el último día. Ojalá Dios les dé fortaleza a todos estos familiares”.

Del odio a la solidaridad

El día ha dejado espacio también para la tensión, en medio del debate sobre el terrorismo, el fundamentalismo –que algunos unen al Islam–, el control a las armas y la seguridad nacional. En una estación de servicio de la ciudad, el cajero, Jamie Kaplus, 28 años, se ha trenzado en una discusión con un anciano, quien le dijo que esperaba que Donald Trump ganara la elección presidencial y echara a todos los musulmanes del país. Kaplus le dijo que los musulmanes no tenían nada que ver, y el anciano le preguntó: “¿Eres musulmán?”. Luego, se fue.

Pero, como en cada tragedia que ha azotado al país, la solidaridad no se ha hecho esperar: persistieron las colas para donar sangre, un centro comunitario gay no paró de recibir agua y comida, que varios voluntarios repartieron por la ciudad o llevaron hasta la vigilia. Judy Schoenherr y su marido, Steven, condujeron 10 horas desde Knoxville, en Kentucky, con Jewel, su labradora entrenada como “perro de confort”. Había decenas de ellos en la vigilia, como antes en Boston, después del atentado en la maratón, o en Newton, tras la masacre de Sandy Hook.

“El odio nunca nos definirá. El odio nunca nos derrotará, porque somos una Orlando”, arengó a la multitud el alcalde de la ciudad, Buddy Dyer. La gente le regaló un largo aplauso. Era el mensaje del día, que se vio en varias remeras negras con la leyenda “#OrlandoUnida”. Un emprendedor, Jeff Coe, ha tenido la idea y en un día ha logrado hacerse de 500 remeras que ha vendido en un rato en el parque.

El momento más duro ha llegado cuando se leyeron los nombres de las 49 víctimas de la masacre. Un silencio de sepulcro cruzó todo el parque, y varias personas no lograron contener el llanto. El dolor se mezcló con la impotencia: hubo un claro mensaje en contra de los rifles de asalto, como el AR-15 que utilizó Omar Madeem, que el gobierno de Barack Obama intentó prohibir, sin éxito.

“Todo cambió después de la mañana del domingo. Ya no somos la ciudad de Disney, y tendremos una cicatriz para siempre”, se lamentó Carlos Navarro, locutor de radio, 35 años, padre peruano, madre cubana. “Todos los que han orquestado este tipo de tragedias compraron un rifle AR-15 en un mostrador. Suficiente es suficiente, y acá es donde empieza. Los rifles de asalto no tienen lugar en nuestras sociedades”, bramó.

A su lado había un grupo de mujeres con remeras rosadas con la leyenda “Mamás demandan acción”. Es un grupo que fundó una madre en Facebook luego de la matanza de Sandy Hook, y que luego se esparció por todo el país.

“Tengo el corazón destrozado, y estoy enojada. Esto pasa una y otra vez, y nada cambia”, se quejó Andrea Halperin. No dejó de reconocer la complejidad del debate que la tragedia de Pulse terminó de arraigar en Estados Unidos, donde la conversación osciló entre la amenaza terrorista de Estado Islámico y la falta de controles a la venta de armas de fuego. “Es un tema complejo, pero esto fue un crimen de odio. No puedo pelear contra Estado Islámico, pero puedo usar mi voz, y exigirle a mis representantes que hagan algo”, afirmó.

Nina Fine, quien vestía la misma remera, asentía con la cabeza, y con una frase denostaba la libertad para adquirir rifles de asalto similares a los que utilizan las Fuerzas Armadas de la primera potencia militar del planeta: “Nadie va a cazar un ciervo con un rifle de asalto”. No se quedó ahí: “Mirá lo que pasó con el ébola. Una muerte, y todo el mundo se vuelve loco. Esto pasa todos los días”.

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