Al otro lado del teléfono, Jake Raak, de 35 años, duda antes de hablar sobre lo que ha sufrido el último año. “Soy muy reservada”, advierte. Como muchas otras personas la noche del 31 de diciembre, hace un año, Jake y sus amigos escogieron la discoteca Reina, en Estambul, para celebrar la Nochevieja. “Era el sitio de moda”, cuenta. Pero lo que debería haber sido un reencuentro alegre con algunos amigos internacionales, se convirtió en una pesadilla. “Éramos un grupo grande, de nueve personas. Siete de nosotros recibimos disparos”.
A Jake no le gusta la atención mediática, pero se acaba de enterar de que el juicio contra los sospechosos del atentado en la discoteca Reina empezó el 10 de diciembre. “No tenía ni idea hasta que me lo dijiste tú”, confiesa, a pesar de que ha contactado con el FBI y los consulados de Turquía y Estados Unidos en varias ocasiones para pedir información al respecto. “Creo que la gente debería saber las consecuencias a largo plazo de un suceso tan horrible como este”, añade.
Samia Maktouf es una abogada francesa que representa a las familias de una pareja joven que murió esa noche, dejando huérfana a una bebé de seis meses. Samia está de acuerdo con Jake. La abogada tiene una dilatada experiencia defendiendo a las víctimas de otros ataques terroristas en Francia, y se sorprende ante la inexistente “cultura de defender a las víctimas” en Turquía. “Las víctimas no estaban siquiera representadas en el juicio”, cuenta. “El abogado defensor no era capaz de comprender por qué se debería escuchar a las víctimas en el juicio, por qué hacíamos preguntas… pero afortunadamente el tribunal está haciendo un gran trabajo y lo ha permitido”, explica.
Samia cree que es importante que los sospechosos conozcan el sufrimiento que han causado. “No se trata de venganza, sino de dignidad”, dice. La abogada quiere enviar un mensaje alto y claro a las víctimas y sus familias: “Es importante que habléis. Habéis sido atacados por el mero hecho de pertenecer a una sociedad, y deberías luchar contra lo que os ha ocurrido”.
Pero la absoluta falta de apoyo por parte de las autoridades turcas e internacionales mantiene a las víctimas en la sombra.
"No podíamos defendernos"
Esa noche, Jake recibió un disparo en la pierna. Tenía dolor, pero dice que sobre todo estaba enfadado con el terrorista. “No podíamos defendernos. Yo soy un tío grande, pero él está a quince metros, disparándonos con un arma automática, y nosotros no estamos armados. Estábamos a su merced completamente”, recuerda.
Las cámaras que esperaban a la salida de la discoteca grabaron a Jake mientras era llevado a la ambulancia. “No gestiono este tipo de situaciones como se podría esperar”, dice, tratando de justificarse. “Creo que la gente interpretó mi reacción como ‘este tío es muy fuerte y puede arreglárselas’, pero las consecuencias a largo plazo son muy diferentes”, explica. Jake todavía se está recuperando de su herida en la pierna, y su negocio se ha resentido enormemente debido a su baja de seis meses.
En Estados Unidos no ha recibido ningún tipo de apoyo de la administración porque el ataque ocurrió en territorio extranjero. Si el ataque hubiese ocurrido en Estados Unidos, probablemente habría tenido acceso a un fondo estatal para las víctimas, y sus facturas médicas habrían estado cubiertas. “Creo que la percepción era que iba a estar bien”, insiste. “Pero es un tema muy serio. He estado en contacto con otros supervivientes de esa noche y alguna de las mujeres no han podido salir de casa en seis meses. Yo salgo, pero he desarrollado lo que llaman una hipervigilancia”, explica. Esto significa que, cuando está fuera de casa, Jake necesita tener controlado a todo el mundo a su alrededor, y valora todas las opciones en las que podría escapar, o esconderse, en caso de que algo sucediera.
Pero quizá lo más duro es encontrar a alguien con quien hablar del tema. “Incluso el terapeuta quiere llorar cuando le digo lo que ocurrió. No tienen formación ni experiencia para tratar con este tipo de traumas”, cuenta. “No tiene nada que ver con la guerra. En la guerra los soldados van armados, y van a luchar contra tíos armados. Saben lo que puede ocurrir. El ataque de inocentes desarmados en una discoteca… es muy diferente”, explica Jake.
La falta de apoyo de las autoridades ha sido una constante desde lo ocurrido hace un año. La familia de Kerim Akyil (23) era una de las tres familias representadas en el juicio. Sus padres, de origen turco, volaron a Estambul desde Bélgica para pedir justicia por su hijo, pero llegar hasta aquí no ha sido fácil.
Kerim ni debería haber estado en la discoteca aquella noche. Había planeado visitar a un amigo en Diyarbakir, en el sureste de Turquía, y paró en Estambul tan sólo dos noches para hacer escala y coger su próximo vuelo. “Hace dos años, nuestro padre nos regaló por Navidad celebrar Fin de Año en Estambul”, cuenta su hermano Kenan. “Lo pasamos tan bien, nos gustó tanto Estambul, que Kerim decidió aprovechar y celebrarlo allí de nuevo. Pero nadie sabía que había ido a Reina”.
Kenan sólo tiene buenas palabras para su hermano pequeño, que ahora habría cumplido 24 años. “Era una persona única”, dice. “Sé que vas a decirme que todos somos únicos, pero de verdad que lo era. Siempre estaba contento, sonriendo, y dispuesto a ayudar. Tenía un corazón de oro”, cuenta.
Kenan también había salido esa noche a otra ciudad para celebrar el nuevo año, cuando de pronto lo llamó un amigo. “Me contó lo del ataque, pero yo dije: ‘Mi hermano no estaba ahí’. Después me llamó otro amigo para contarme lo mismo, y ya me empecé a preocupar. Mi hermano había dicho que iría a otra discoteca… pero llamé a su hotel, a la embajada belga, a todas las comisarías de policía de Estambul y a todos los servicios turcos que se me ocurrieron”, cuenta. Pero no fue capaz de contactar con Kerim.
"No se le está prestando atención a las familias de las víctimas"
Por la mañana, su tío llamó. “Ven al aeropuerto. Nos vamos a Estambul”. Kenan condujo tan rápido ese día que le pusieron una multa de velocidad. “Ahora tengo que ir a juicio, pero me da igual”, asegura.
La peor parte, dice, es que la embajada belga en Turquía los llamó por teléfono para contarles lo ocurrido. “Nadie vino a nuestra casa, simplemente llamaron a mi padre por teléfono y le dijeron que su hijo estaba muerto”, cuenta.
Salvo de algún político local y del ministro del Interior en Bélgica, Kenan dice que no han recibido ningún tipo de apoyo por parte de las autoridades. Igual que le ocurrió a Jake, nadie informó a la familia sobe el juicio. Se enteraron por la prensa turca y el padre voló a Estambul a contratar un abogado. “Mis padres estuvieron en el juicio, y estaban muy disgustados. No se le está prestando atención a las familias de las víctimas”, dice Kenan. “¿Puedes imaginarte lo difícil que es?”
Por sus palabras es obvio que Kenan adoraba a su hermano. “Olvidé decirte lo fuerte que era Kerim”, cuenta. “No puedo creer que lo alcanzasen los disparos… Todavía hoy no puedo creer que esté muerto”.
Kenan también se siente orgulloso de la solidaridad mostrada por su comunidad. “Durante 40 días –el periodo de duelo según la cultura musulmana– nuestra casa nunca estuvo vacía. Sentimos el apoyo de la familia y los amigos, pero también de desconocidos. Recibimos cientos de cartas de gente que ni nos conocía”, recuerda.
El día 3 de enero, la familia organizará una ceremonia en honor de Kerim. “Enviaremos un mensaje a esos terroristas: ‘no venceréis’. Y mostraremos nuestro amor”, dice.
Mientras tanto, esperan que la nueva sesión del juicio, aplazada para marzo, vierta un poco de luz sobre lo que ocurrió esa noche. “Tenemos muchísimas preguntas sobre el juicio, como quién estaba realmente detrás del ataque”, explica Kerim.
Por su experiencia, Samia sabe que las respuestas a esas preguntas son cruciales para las familias. Sin embargo, rara vez las obtienen. Por ahora, Abdulkadir Masharipov, el principal sospechoso de asesinar a 39 personas aquella noche, ha decidido no testificar.
Para acabar con todo esto, dice Samia, es importante que las autoridades trabajen codo a codo. “Tenemos que cooperar, o nunca ganaremos”.