Putin busca otro orden mundial con una coalición de "Estados amigos" que haga frente a Occidente
Sus visitas a Corea del Norte y Vietnam marcan una ruta nostálgica del antiamericanismo entre amenazas nucleares que esconden una marcada debilidad.
21 junio, 2024 02:49Los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Esa es la peligrosa consigna que pretende aplicar Vladímir Putin a las relaciones exteriores de Rusia. Peligrosa en dos sentidos: la consideración de “Occidente” como enemigo probablemente sea falsa, una simple narrativa. Un ruso de Moscú o de San Petersburgo tiene en 2024 -y desde luego tenía en 2022- mucho más en común con un madrileño, un parisino o un neoyorquino que con un ciudadano de Pekín, Teherán o Pionyang.
Lo que nos lleva a lo segundo: la elección de los nuevos amigos es confusa como confuso es el criterio. No forman tanto un combinado de parias -es difícil otorgarle a China o a los BRICS ese estatus- como un conjunto de Estados, en su mayoría autocráticos, que miran por lo suyo y con los que solo cabe contar cuando los intereses coincidan.
Aliados no ya en favor de un proyecto común, pues no cabe la unidad con el fanatismo o la teocracia, sino en contra del proyecto ajeno. Un proyecto, conviene insistir, que Rusia ha abrazado con matices durante tres décadas.
Las visitas consecutivas de Putin a Corea del Norte y a Vietnam, los fastos con los que el régimen psicópata de Kim Jong-un le ha honrado en su viaje, uno de los pocos que puede permitirse al extranjero tras la orden de arresto que emitió el Tribunal Penal Internacional en su contra, dejan clara la intención de Rusia de lanzarse contra el orden mundial.
Un orden mundial que le iba bien, que mantenía a Rusia como uno de los países con mayor desarrollo y que no amenazaba en ningún caso la estancia de Putin en el poder. Es más, le permitía excesos en Crimea, Georgia o Siria y le colmaba de mundiales de fútbol y Juegos Olímpicos mientras eliminaba metódicamente a sus opositores.
La nostalgia de lo soviético
La idea de crear un bloque alternativo a Occidente tiene sus orígenes en la Guerra Fría, en cuyo marco se formó el Vladímir Putin, espía y aspirante a político. El presidente ruso no tiene en su mente una nueva Unión Soviética, porque, si la tuviera, tendría que valorar el esfuerzo de georgianos, ucranianos y caucásicos en la defensa contra Hitler en vez de apropiarse el triunfo solo para la “madre patria”.
Putin tiene claro que quiere volver al imperio de los zares, pero también sabe que esa batalla le queda grande y que, estratégicamente, no es conveniente mandar ese mensaje.
Por eso, no le queda otra que recurrir a la URSS. Sabe que, pese a que la URSS perdió la Guerra Fría y lo pagó con un largo invierno de disoluciones, guerras y pobreza, en la mente de medio mundo, sigue siendo el referente “anti-imperialista”. En otras palabras, el referente antiamericano. Y como prorrusos hay pocos, pero antiamericanos hay muchos, Putin sigue esa narrativa al dedillo, colando en las democracias occidentales a sus agentes de distorsión que erosionan el estado del bienestar desde dentro.
Eso le obliga, a su vez, a retomar las viejas amistades. En Corea del Norte, no se cansó de recalcar el apoyo que la Unión Soviética había dado al padre y al abuelo del actual líder norcoreano.
Su intento era proyectar una imagen de continuidad y por eso no sorprende que la siguiente parada en su minigira asiática haya sido Vietnam, donde, de nuevo, ha querido subrayar los lazos que han unido a los dos estados desde mediados del siglo XX, presentando a Rusia como la única heredera de ese país de kazajos, armenios, azeríes, estonios, letonios, etc.
De potencia a dependiente
El problema de esa mentalidad es que, obviamente, el mundo no es el de hace 75 años. Ni siquiera el de hace 33, cuando la URSS se derrumbó casi de la noche a la mañana. Más de tres décadas de globalización lo han hecho más complejo y multilateral. Ni está claro que Estados Unidos sea ya el referente único de Occidente, tras la reunificación de Alemania y la consolidación del proyecto político de la Unión Europea, ni desde luego está claro que Rusia lidere el combinado “resto del mundo”.
Putin puede pensar que sí y los norcoreanos pueden ser muy buenos en hacerle creer que es un enviado de los dioses, pero no es verdad. Putin se abraza a Xi, pero lo hace de igual a igual. Putin se despide desde el avión de Kim como lo haría de una enamorada, pero no deja de negociar con una potencia nuclear que sabe que puede vender cara su ayuda militar.
Putin puede pedir más y más drones a Irán, pero Irán no necesita para nada a Rusia. Menos aún, cuando también desarrolle sus propias bombas atómicas para intentar cumplir el sueño nada disimulado de acabar con Israel.
Al revés, es Rusia la que, gracias a la guerra en Ucrania y al desafío a todos los organismos y leyes vigentes en la comunidad internacional, ha pasado a ser la que depende de sus aliados. Porque no hay alternativa. Depende militarmente de Corea del Norte y de Irán. Depende económicamente de China, Sudáfrica, Brasil y la India. Depende estratégicamente de Turquía, Bielorrusia y los países africanos que controla a través del Grupo Wagner o de extraños acuerdos de seguridad.
Aliado a los bárbaros
Aunque Putin consiguiera armar algo parecido a una coalición antioccidental, está por ver cuál sería su rol en la misma. Cuál sería el rol de Rusia, en definitiva. Todo parecía más fácil cuando desde el Kremlin se manipulaban los comicios estadounidenses y encima el presidente electo lo agradecía.
Más miedo daba Rusia cuando sus tropas vivían aún de la leyenda del ejército rojo y de Stalingrado que cuando ha tenido que luchar de verdad contra enemigos de cierto fuste. Más seguros vivían los moscovitas cuando su gobierno colaboraba con los mejores servicios de inteligencia que ahora que parecen de nuevo a merced del ISIS-K o de la amenaza islamista de turno.
Puede que, como buen exagente del KGB, Putin eche de menos los tiempos en los que Estados Unidos temblaba ante la amenaza soviética. Antes de que Gorbachov descubriera lo que se escondía tras el cartón piedra. La nostalgia es mala compañera de viaje. Sobre todo, la nostalgia vacía de un pasado reinventado a su gusto. Rusia era más poderosa cuando era una incógnita. Resuelta esa incógnita del modo más cruel, queda como uno más de los países bárbaros que han ido asolando regularmente a las distintas civilizaciones de la historia. Con la diferencia de que, esta vez, esa civilización también llegó a ser la suya.