Joe Rogan, el podcaster de los 100 millones de dólares que 'contagia' a Spotify con teorías antivacunas
La plataforma controlará los mensajes antivacunas y que borrará cualquier episodio en el que se considere que ha habido desinformación.
3 febrero, 2022 03:19Noticias relacionadas
El lunes 24 de enero, el mítico rockero Neil Young explotó en un comunicado público. "O Joe Rogan o yo, los dos no cabemos en la misma plataforma", dijo el autor de Harvest Moon o The needle and the damage done, dando cuarenta y ocho horas a Spotify para retirar el podcast o retirar su música, como ellos prefirieran.
Por difícil que fuera la decisión en términos de imagen, no tenía vuelta de hoja en el aspecto económico: no hace ni dos años que Spotify pagó cien millones de dólares por albergar el podcast The Joe Rogan Experience. Nadie iba a tirar ese dinero a la basura por una cuestión de contenido, siempre que ese contenido no fuera objetivamente escandaloso.
Si el podcast de Joe Rogan vale ese dinero es porque la gente lo escucha masivamente -en España, por ejemplo, era este miércoles el undécimo más escuchado del país, el primero en lengua inglesa- y, a su vez, si la gente lo escucha masivamente, es porque es polémico. Rogan se jacta de dar voz a todo tipo de expertos, tanto a los que coinciden con las políticas sanitarias en vigor como a los que las critican. En ese sentido, y salvando las distancias, The Joe Rogan Experience es una especie de Cuarto Milenio que no se limita a la información sobre el coronavirus o las vacunas, sino que trata cualquier tema donde se pueda vislumbrar la posibilidad de una conspiración en la sombra.
Neil Young, quien vendió hace un mes los derechos de sus canciones al fondo de inversión Hipgnosis por ciento cincuenta millones de dólares, no ha sido el primero en criticar el planteamiento de Rogan sobre la pandemia, pero sí el más famoso. Young es una auténtica leyenda en Estados Unidos, admirado tanto por los rockeros más clásicos como por los amantes del folk más puro y las raíces americanas.
Es la típica figura que cae lo suficientemente bien como para evitar a toda costa un enfrentamiento público. Sin embargo, como decíamos, a Spotify no le quedó más remedio: pasadas las cuarenta y ocho horas de plazo, la plataforma procedió, a petición de Warner Music, la discográfica de Young, a retirar casi todas las canciones de su catálogo. Horas más tarde, Amazon Music y Apple Music recordaban al público que ellos sí seguían ofreciendo las canciones del músico canadiense en streaming.
Irónicamente, aún es posible encontrar a Young en Spotify siempre que la canción en cuestión no aparezca en un disco de Warner Music. Entre la banda sonora de la película de Julia Roberts, Come, reza, ama y el recopilatorio de las cien canciones más tristes de la historia, básicamente están todos sus grandes éxitos, lo cual hace de su protesta, en la práctica, un gesto de cara a la galería. Sus canciones sumaron el año pasado la nada desdeñable cantidad de más de seis millones de oyentes mensuales. No son los cincuenta y tres millones de Drake, pero no están nada mal.
No es plataforma para viejos
La decisión de Young, a la que se unió inmediatamente la también canadiense Joni Mitchell, otra leyenda de la música folk americana, no ha afectado tanto a los servicios de Spotify -al igual que en el caso de Young, sus éxitos pueden seguir escuchándose en la plataforma, así como buena parte de sus discos grabados en los ochenta y los noventa con Geffen Records- como a su reputación. Incluso los duques de Sussex, el príncipe Enrique y su esposa, Meghan Markle, han mostrado esta misma semana su "incomodidad" ante determinados contenidos de la plataforma, sin mencionar expresamente a Joe Rogan. Enrique y Meghan tienen también un acuerdo con Spotify para colaborar de forma esporádica con contenido de audio.
Todo esto ha llevado a una caída en bolsa del 6% -en torno a los dos mil millones de dólares- para una empresa que lleva ya varios trimestres perdiendo dinero. No es el momento ideal para que los suscriptores y accionistas tengan dudas sobre la calidad de lo que están pagando, desde luego. Al menos parece que, en el frente musical, la sangría se ha detenido. Solo Graham Nash, compañero de Neil Young en la mítica banda de los setenta Crosby, Stills, Nash and Young se ha sumado al boicot, del que parecen no querer saber nada las nuevas generaciones, probablemente las que más tienen que perder si retiran su música de Spotify y las que tienen contratos más leoninos con sus respectivas discográficas, que no dejan de ser las que tienen la última palabra.
Aun así, visto lo visto, Joe Rogan ha tenido que pedir perdón. O algo parecido. También lo ha hecho Spotify, aunque con la boca pequeña. La plataforma de contenidos ha anunciado que controlará los mensajes antivacunas y que borrará cualquier episodio de cualquier podcast en el que se considere que ha habido mala información al respecto.
El podcaster, por su parte, se ha reconocido un enorme fan de Neil Young, y ha prometido que será más escrupuloso a la hora de elegir a sus invitados, intentando en todo momento contraponer las opiniones con datos que las confirmen o las refuten. Está por ver cuánto le dura esta concienciación repentina, azuzada sin duda por la presión de su principal pagador.
El factor político de la polémica
Todo esto nos deja, al menos en España, con una pregunta clara: ¿Quién es exactamente Joe Rogan y por qué ha tocado tanto la fibra de estos tres veteranos compositores? Aunque en su programa participen conocidos antivacunas como el virólogo Robert Malone o el cardiólogo Peter McCullough, que mantienen que las vacunas son un "experimento" que puede provocar más desgracias que beneficios, Rogan se proclama públicamente "un provacunas consciente de su enorme utilidad". "Solo quiero escuchar otras opiniones", dice, cándidamente, cuando se le pregunta por su empeño en contar con opiniones pseudocientíficas en su programa.
En realidad, Rogan no es más que un polemista. Es cierto que, con el coronavirus, ha encontrado un filón, pero sus millones de oyentes en todo el mundo lo que buscan es la conspiración constante: les da un poco igual si es que las grandes farmacéuticas nos quieren matar a todos con la colaboración de nuestros gobiernos, si el cambio climático es un invento de determinadas industrias o si los extraterrestres habitan entre nosotros, pero nos lo quieren ocultar. Siempre habrá un "experto" con un título universitario dispuesto a defender la teoría más improbable en su programa.
Científicos de todo tipo ya se han pronunciado en su contra e incluso Twitter ha expulsado al citado doctor Malone, lo que provocó en su momento que Rogan se abriera una cuenta en la plataforma rival, GETTR, creada el pasado verano por Jason Miller, exasistente y portavoz de Donald Trump durante parte de su presidencia. Joe Rogan no es Steve Bannon y The Joe Rogan Experience no es Breitbart News… pero obviar el componente político que hay detrás del éxito de su programa es mucho obviar.
En su afán de cuestionar todo y defender "la libertad de expresión”, Rogan es la voz de los antisistema más delirantes de Estados Unidos, que no son pocos. Al cuestionar la eficacia de las vacunas, el propio origen del virus o la realidad del cambio climático, Rogan pesca en un caladero inmenso. Al entrar en el debate sobre si hay fuerzas dentro de las distintas administraciones que nos ocultan la verdad -incluso nos ocultan el famoso Área 51 de los fanáticos del fenómeno OVNI-, Rogan acaba juntando todo tipo de opiniones estrafalarias y demenciales que, por supuesto, gustan a sus seguidores, siempre en busca de la última verdad contracorriente… pero que no pueden dejar de incomodar a quien intenta hacer un trabajo serio en el podcast de al lado.
En busca del olvido inmediato
Dicho todo esto, ahora mismo, la situación para Spotify y para Rogan parece bajo control. Han pecado y se han arrepentido y, cuando cese la atención de los medios, volverán a pecar. Toda esta polémica no le hace perder ni un solo seguidor a Rogan y probablemente no le haga perder ni un solo suscriptor a Spotify. De perderlo, probablemente vuelva cuando se le pase el enfado, cosa que no descartamos que les suceda a los propios Young, Nash y Mitchell. Otra historia sería si una de las grandes figuras de la música pusiera el grito en el cielo y anunciara su marcha.
Aunque no parece un escenario probable -tomarse tan en serio a un charlatán como Rogan es, en buena parte, darle una importancia que no se merece-, si de repente Beyoncé, Taylor Swift o Dua Lipa, o incluso el también canadiense Justin Bieber, tomaran una decisión similar y afiliaran sus canciones a otras plataformas como lo ha hecho Young, ahí sí que Spotify tendría un problema y correría el riesgo de un efecto llamada que ahora mismo no existe.
¿Por qué a los viejos rockeros les disgusta tanto Rogan y a las jóvenes (y a menudo reivindicativas) estrellas les da absolutamente igual? Es un misterio. No descartemos de entrada que algunos de ellos sean oyentes del programa. Si no lo son, lo mismo no saben que existe. Si les repugna tanto como le repugna a Young, es probable que no quieran meterse en líos. Ellos tienen un camino por hacer y nadie quiere llenar ese camino de potenciales enemigos.
Lo más probable, por lo tanto, es que no pase nada. La pandemia dejará de ser noticia y Rogan podrá volver a otras polémicas, quizá menos partidistas, aunque igual de acientíficas. Spotify seguirá ganando su dinero, millones de personas seguirán pensando en conspiraciones imposibles de demostrar y Rogan será una figura venerada entre sus seguidores y obviada por el resto del universo.
Si Spotify decide matar la gallina de los huevos de oro, YouTube o cualquier otra plataforma de contenido estará al acecho. Lo que no puede hacer Rogan es cambiar su discurso. Atenuarlo, controlarlo, hacerlo más riguroso, como prometió en un vídeo de nueve minutos que colgó en Instagram, sí. Convertirse en el telediario, nunca. Rogan es la voz de los que creen que no tiene voz y Spotify está encantada de ejercer de altavoz. Si alguien quiere quejarse por ello, bueno, que genere el mismo dinero o más.