François Hollande no será candidato a las elecciones presidenciales de 2017. Así lo ha anunciado esta misma tarde el presidente de la República. Una decisión basada en “el interés superior del país”, asumiendo que su candidatura estaría lejos de recibir el apoyo de los ciudadanos franceses.
Y es que, según los últimos sondeos, Hollande sólo se beneficiaría del 7,5% del voto. Una cifra que se contrapone a aquella de 2012 cuando, antes de llegar al Palacio del Elíseo, el mandatario socialista alcanzó un nivel de popularidad del 62%. Cuatro años después de su elección como jefe de Estado, su imagen y credibilidad han caído en picado.
Las encuestas profetizan que ningún candidato de izquierdas llegará a la segunda vuelta en la carrera por la presidencia. Así el panorama, la responsabilidad de Hollande en la debacle de la izquierda y especialmente en el seno de su propio partido se torna evidente. Más aún, cuando su propio primer ministro, Manuel Valls, insinuaba el pasado domingo su propia candidatura, poniendo de manifiesto la evidente división del Partido Socialista (PS).
Abandonado por su número dos y traicionado por su ex ministro de Economía, Emmanuel Macron, que ya ha anunciado su candidatura, el futuro de Hollande a la cabeza de la República se volvía aún más complicado. El socialista se convierte así en el primer presidente que renuncia a tratar de renovar su mandato.
Son muchos los reproches que pesan sobre la figura de Hollande. "No es posible ser candidato si el paro aumenta, pero es posible no ser elegido aunque el paro haya disminuido", afirmaba el jefe del Estado en el ensayo L'Elysée selon Hollande (El Elíseo según Hollande), escrito por el periodista Hervé Asquin, que saldrá a la luz el próximo mes de mayo.
El aumento del desempleo es, sin duda, uno de los fracasos más importantes del líder socialista. Según las últimas cifras oficiales, 2,8 millones de franceses no tienen empleo, alcanzando al 10% de la población activa.
Ante estas cifras, son muchos los franceses que condenan las políticas económicas de François Hollande. Su polémica reforma laboral, contestada de forma multitudinaria tanto por los sindicatos como por los ciudadanos, no sólo no ha logrado calmar los ánimos, sino que ha puesto en peligro su popularidad entre los votantes de izquierdas.
Pero su declive, no se cierne únicamente sobre su calamitoso balance económico. Los diferentes atentados que han tenido lugar en territorio galo, han puesto en entredicho su política de seguridad. Mientras François Fillon, el candidato de la derecha y el centro, y la líder del xenófobo Frente Nacional, Marine Le Pen, ganan en popularidad prometiendo mano dura frente al terrorismo, el actual presidente de la República ha perdido credibilidad en esta batalla.
La retirada de Hollande no sólo responde a un naufragio político, se trata, en sus propias palabras, de “un llamamiento a un arranque progresista. Pues, lo que está en juego no es una persona, sino el futuro de un país. No quiero que Francia se exponga a aventuras peligrosas”.
Una declaración que hace eco a los dos candidatos de la derecha que se sitúan a la cabeza de los sondeos. Fillon, ultraconservador y ultraliberal, y Marine Le Pen, la líder de extrema derecha, se disputarían la jefatura de Estado en mayo de 2017. Según la investigación Kantar-Sofres-Onepoint realizada por los medios LCI-Le Figaro-RT, el candidato de Los Republicanos tiene un 28-31% de la intención de voto, frente al 23-25% de la presidenta del Frente Nacional.
Ante tales rivales, la candidatura de Hollande podría dividir aún más al electorado de izquierdas. “Como socialista, no puedo resolver la dispersión de la izquierda”, asumía el jefe del Estado durante el anuncio de su retirada.
El declive de Hollande no puede desvincularse del aumento de la popularidad de una derecha conservadora. Eligiendo a un liberal a la cabeza del ministerio de Economía; proponiendo la retirada de la ciudadanía a aquellos franceses con doble nacionalidad condenados por terrorismo, una medida defendida por la extrema derecha; o poniendo en marcha una reforma laboral en las antípodas de la izquierda, François Hollande ha terminado por desvirtuar sus propios valores políticos.
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