Los últimos de Velyka Dimerka: "Deberíamos recibir medallas cuando termine la guerra"
Ocupada durante semanas, la liberación de esta población a 50 km al este Kiev aproxima la realidad de una guerra que cumple seis semanas.
8 abril, 2022 06:26Noticias relacionadas
Lo único que sale a borbotones de sus bocas son palabras silenciadas por cuatro semanas de invasión rusa. Ellos tuvieron suerte. A Valera, sin embargo, le vieron por última vez mientras tocaba el timbre de los pocos vecinos que decidieron quedarse en el pequeño pueblo de Velyka Dymerka. Maniatado y con un tiro en la cabeza, su cadáver y el de otro residente fueron hallados por soldados ucranianos en un sótano. Desde hace dos días descansan en paz bajo tierra.
Lo recuerdan Volodymyr y Kateryna en el jardín de su casa, acompañados de Grigoriy, Oleksandra y Mykola. Amigos y vecinos de la misma calle en esta población de 9.000 habitantes a 50 kilómetros de Kiev, comparten sus historias de dolor, miedo y alivio, con la enseña ucraniana ondeando de nuevo en la fachada del ayuntamiento.
Realidad opuesta a la de febrero, cuando las columnas rusas avanzaron sobre la capital de Ucrania desde diferentes frentes. La rapidez del ataque y los escasos recursos de los voluntarios de la Defensa Territorial provocaron la retirada ucraniana hasta Brovary, en las afueras de Kiev, convirtiendo esta ciudad dormitorio en la línea de batalla y dejando pueblos de alrededor, como Velyka Dymerka, bajo dominio ruso.
Su historia es la de unos pocos que permanecieron ocultos en el interior de viviendas y subterráneos para sobrevivir. Un mes sin luz ni agua. Cocinando cada mañana en el patio con fuego para llevarse algo a la boca sin llamar la atención. Y, a pesar de las precauciones, han estado cerca de no poder contarlo.
En una de las primeras jornadas, un proyectil impactó a 15 metros de su casa. "Eran tantos volando cada día en el cielo…", suspira Kateryna Kondratenko, de 72 años, rodeada de gallinas. Ella y su marido Volodymir se escondían en la fría bodega subterránea de su jardín, aunque la idea fue de Barsik, su perro. Poco antes de las primeras explosiones, el can bajó las escaleras y se refugió en una sala repleta de barcas con patatas y zanahorias. Por suerte, dicen sus dueños, le siguieron.
Frente a los soldados
Una mascota a la que Volodymyr, de 77 años y exsoldado de la URSS destinado en Alemania, está convencido de deberle la vida. "Llevábamos días sin luz y vi a un hombre alto al otro lado de la valla. Su figura me hizo pensar que era el electricista. Cuando salí, me di cuenta de que eran cuatro hombres con uniforme militar y cinta adhesiva roja (símbolo de las fuerzas del Kremlin). Entendí que venían desde Sumy (ciudad del norte de Ucrania fronteriza con Rusia). Llevaban fusiles", relata.
-¿Cuándo terminará la guerra?- cuenta Kondratenko que le preguntó en ucraniano al joven de mayor altura.
–Terminará cuando dejéis de pisar nuestra bandera- respondió en ruso un integrante de la patrulla.
Los ladridos y la aparición de Barsik frenaron a los cuatro soldados que se acercaban al anciano apoyado en su bastón. Antes de marcharse, lanzaron un ladrillo al animal para tratar de asustarlo, pero fallaron. Igual que erró el misil. Del mismo modo que le fallan las palabras a su esposa, cuando solloza, tapándose la cara, recordar la liberación del pueblo que la vio nacer.
Gloria a los héroes
"No sentimos odio hacia los rusos, ellos no eligieron estar aquí. Han sido enviados por Vladímir Putin. Su propaganda les hace creer que somos banderevtsi (insulto para llamar nazi a los habitantes del este de Ucrania, en referencia a la polémica figura del nacionalista Stepan Bandera). Mira a tu alrededor, nadie odia, nadie es nazi. Solo queremos vivir en paz", interrumpe Oleksandra Tkachenko, de 67.
Sus palabras reciben gestos de aprobación de unos amigos que ya vivieron suficiente en la Unión Soviética. Por eso, recuerda Volodymyr incorporándose para agitar los brazos y alzar el bastón, el día de la "libertad" entró al pueblo gritando: "Viva Ucrania y Gloria a sus héroes". "A pesar de la destrucción, mi corazón estaba lleno de alegría. Era tan feliz que quería darles un beso", confiesa.
Gestos y palabras que convierten las lágrimas en carcajadas y recuperan anécdotas de los cinco jubilados durante una ocupación que sigue sacando a la luz crímenes de guerra en toda la región de Kiev. Ellos son los afortunados de la desgracia. Lo saben y lo supieron. Nada más conocer la noticia de la huida del ejército invasor, celebraron con vino casero y pan. Ahora, la población se encuentra confinada para desminar las trampas que los rusos dejan en sus huidas. No obstante, existen entradas alternativas para acceder al pueblo.
Quizás porque no están solos, o por ser la primera vez que comparten un sufrimiento al que le dan sentido, Grigoriy, Oleksandra, Mykola, Volodymyr y Kateryna se atropellan al hablar. A ninguno le llega la pensión y a todos les faltan dientes. Los tanques, Rusia y los muertos… los motes, el fútbol y España. Una conversación imposible de víctimas y testigos de un conflicto que cumple ocho años, mientras se recrudece, de nuevo, la ofensiva en el este.
Ellos, dicen, han cumplido su parte. No huyeron, sobrevivieron, lloraron, sufrieron, rieron y, ahora, se dan abrazos. "Todo el mundo ayuda al país como puede. Nosotros somos pensionistas…", arranca Oleksandra con una sonrisa traviesa, "creo que deberíamos recibir medallas cuando termine la guerra".