Armamento nuclear táctico ruso.

Armamento nuclear táctico ruso. Reuters

Europa

Rusia estuvo a punto de usar armas nucleares en otoño de 2022 tras perder parte de Járkov y Jersón

El mundo vivió su versión moderna de la “crisis de los misiles” cuando el Kremlin se planteó usar armas nucleares y Occidente tuvo que reaccionar.

10 septiembre, 2024 02:27

El 21 de septiembre de 2022, Vladimir Putin aparecía ante las cámaras de la televisión estatal rusa por primera vez desde el anuncio de la “operación militar especial” llamada a eliminar el régimen político ucraniano en diez días. Siete meses después de empezar una invasión a gran escala, las tropas rusas habían tenido que retirarse de las regiones de Sumy y Járkov y acababan de ser expulsadas del norte de Jersón, perdiendo la única capital de provincia que quedaba en sus manos. 

En su discurso, el autócrata anunciaba una movilización de 300.000 hombres más y acusaba a la OTAN, sin base alguna, de proponer un “chantaje nuclear” a Rusia. “Tenemos mejores armas y más modernas… y no dudaremos en utilizar cualquiera de ellas. Esto no es un farol”, afirmó Putin con tono amenazador. Los referéndums para la anexión de Jersón y Zaporiyia estaban ya preparados, como lo estaba el nombramiento de Sergei Surovikin, apodado “General Armagedón”, como jefe del ejército ruso en Ucrania.

Por supuesto, no era la primera vez que Rusia sacaba el espantajo nuclear de paseo. Lo venía haciendo desde el principio de la guerra, para ahuyentar a las potencias occidentales y mantener a raya su colaboración con Ucrania. Ahora bien, esta vez, la amenaza sonó diferente: el presidente estadounidense, Joe Biden, advirtió de un “apocalipsis” si Rusia se decidía a utilizar armas nucleares; el jefe de la política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, anunció que, si Rusia daba el paso, Occidente respondería aniquilando con un ataque convencional todo el ejército ruso desplegado en Ucrania. Incluso el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se pronunció en términos parecidos.

Todo el mundo se tomó las palabras de Putin como un desafío diferente a los anteriores y ahora sabemos por qué. En una conferencia junto al jefe del servicio secreto británico, el mítico MI6, William Burns, director de la CIA, reconoció este lunes que tenían información de primera mano sobre un posible ataque con armas nucleares tácticas por parte de Rusia en el este de Ucrania. Incluso habría discutido el tema con Sergei Naryshkin, jefe del Servicio Ruso de Inteligencia Internacional.

La “crisis de los misiles” contemporánea

Aquellos días de septiembre y octubre, dado el testimonio de Burns, debieron de ser muy similares a los de la crisis de los misiles de Cuba de 1962. Probablemente, como en aquella ocasión, nunca fuimos realmente conscientes del peligro que corría la humanidad. Es cierto que Rusia no amenazó con el uso de armas nucleares estratégicas sino tácticas, de menor alcance y diseñadas para operaciones muy concretas en el frente, pero la respuesta hubiera implicado una escalada que es mejor no imaginar.

Lo que está claro, aunque la CIA no lo reconozca abiertamente, es que las declaraciones públicas y conjuntas de los principales líderes occidentales, junto a la disuasión directa en conversaciones privadas, sirvió para que Rusia se olvidara de esa opción. Las ganancias, en cualquier caso, iban a ser mínimas en comparación con el daño que podía sufrir su ejército y las repercusiones que podrían tener sobre el resto del planeta. 

Del mismo modo, es muy probable que la verosimilitud de esta amenaza cambiara en parte la posición de la administración Biden respecto a la ayuda a Ucrania. Zelenski llevaba tiempo pidiendo misiles ATACMS de media y larga distancia, aviones de combate F16 y baterías Patriot de defensa antiaérea. La posición del Consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, seguida por el propio presidente estadounidense, hizo que las baterías antiaéreas no llegaran hasta finales de abril de 2023; los misiles no se entregaran hasta octubre de ese mismo año y los cazas no hayan surcado los cielos ucranianos hasta este verano, tras un larguísimo período de autorizaciones y formación de pilotos.

Sin duda, la ausencia de todo este material, que bien podría haberse adelantado meses, condenó al fracaso a la llamada “contraofensiva de verano” de Ucrania en 2023. Un intento de repetir lo conseguido un año antes, pero sin medios, sin protección aérea y con la prensa estadounidense telegrafiando cada objetivo y cada estrategia gracias a las filtraciones del Pentágono. Las ganancias no fueron tan mínimas como se publicitó, pero sí estuvieron por debajo de las desmedidas expectativas del Departamento de Estado. 

Armas nucleares rusas.

Armas nucleares rusas. Reuters

La amenaza como propaganda

Dos años más tarde, Burns insiste en que las amenazas nucleares seguirán mientras siga Putin en el poder y mientras quiera seguir marcando la agenda militar occidental. No le ha ido mal. Estados Unidos sigue sin permitir a Ucrania defenderse en territorio ruso con las armas enviadas y desde Kiev no se siente que haya una verdadera voluntad de que Rusia pierda la guerra por miedo a su reacción. Creen que a Occidente le basta con que se prolongue indefinidamente y el ejército de Putin se desgaste.

El director de la CIA, consciente de esta circunstancia, advirtió contra la tentación de creerse cada amenaza a pies juntillas. Para él, es un método más de propaganda que no esconde una intención real detrás, posición que comparte su homólogo británico, Richard Moore. Con todo, especialmente desde EEUU, sigue la cautela: ni Biden se atreve a autorizar ataques sobre objetivos militares en Rusia, ni Harris quiere entrar en ello en campaña, ni mucho menos Trump está dispuesto a molestar en lo más mínimo a su admirado Vladimir Putin.

Dadas estas circunstancias, Ucrania parece obligada a fabricar su propio armamento y utilizarlo como crea preciso. Algo parecido a lo que hizo con la ofensiva sobre la región de Kursk, que no fue siquiera consultada con sus aliados. La escasez de municiones y de soldados es conocida desde hace tiempo y eso dificulta mucho la batalla en el frente oriental, donde los rusos siguen acechando la línea que va desde Pokrovsk hasta Vuhledar. De momento, todo hay que decirlo, con un éxito limitado. 

Ucrania ha bombardeado Crimea, ha enviado sus misiles más allá de la frontera con Rusia e incluso se ha internado en su territorio sin que haya estallado el Armagedón. Cada línea roja que ha marcado Moscú se ha visto superada en un momento o en otro. Parece claro que la amenaza de septiembre de 2022 era, efectivamente, un farol. El riesgo de descubrirlo, eso sí, es algo a lo que nadie se atreve del todo. Menos que nadie, el propio Biden.