“Se nos ha puesto a prueba con el hambre más extrema. Nos tiraban comida delante de nosotros, pero no podíamos coger ni siquiera un trozo de pan. No nos atrevíamos a tocarlo, pues el castigo dependería del humor que tuviese el guardia”. Así recuerda Hussam (nombre ficticio) el infierno diario que tuvo que soportar mientras estaba preso en Saydnaya, una de las cárceles más atroces de Siria.
El testimonio de Hassam, y el de otros 64 supervivientes del centro, ha sido recogido por Amnistía Internacional (AI). Esta organización calcula que 17.723 presos han muerto en las prisiones del Gobierno desde marzo de 2011, cuando comenzaron las primeras protestas contra el régimen. Según estos cálculos, cerca de 300 personas mueren al mes por las torturas en los centros controlados por Damasco.
Saydnaya está situada a 30 kilómetros al norte de la capital siria. Cuando los detenidos llegan a la prisión militar, sufren las primeras palizas. “Nos trataban como animales. Vi la sangre, era como un río. Nunca imaginé que pudiera caer tan bajo. No tenían ningún problema en matarnos allí mismo”, cuenta Samer Al Ahmed, un abogado detenido cerca de Hama.
Salam, abogado de Alepo, también estuvo dos años preso en Saydnaya. “Cuando me llevaron dentro de la prisión, pude oler la tortura. Es un olor especial a humedad, sangre y sudor; es el olor de la tortura", dice a la organización internacional.
Los supervivientes aseguran haber sido golpeados con barras de silicona o metal y con cables eléctricos. A algunas de las mujeres las violaron en los "chequeos de seguridad". Después les llevaban a las celdas que compartían con otros presos e incluso con cadáveres. Hasta ese momento, iban con los ojos vendados y esposados.
Los detenidos también han contado que el acceso a alimentos y agua era muy restringido. Además, no tenían acceso a médicos, a sus familias ni a sus abogados. Por este motivo, estas detenciones también son consideradas como desapariciones forzadas.
“Una vez, uno de los guardias vino a preguntarnos por qué teníamos sucia la celda. Le dijimos: estamos sucios, no tenemos agua ni otra manera de limpiar la celda”, narra Samer. El guardia le dijo que sacara su cabeza por una rendija que había en la puerta a 30 centímetros del suelo. Samer metió su cabeza de forma horizontal. El guardia se la enderezó y saltó con todo su peso sobre ella. “No podía respirar, no sé lo que sentía, todo el mundo daba vueltas. La sangre comenzó a caer en el suelo”, cuenta. “El dolor y la humillación eran insoportables”.
Puesto que no hay imágenes del centro, Amnistía se ha basado en los testimonios de supervivientes para recrear lo que pasa dentro y construir un modelo 3D. Entre los dos edificios que conforman la prisión militar, puede haber entre 10.000 y 20.000 presos.
“La comunidad internacional debe dar prioridad a la necesidad de poner fin a estos terribles y arraigados abusos”, ha señalado Philip Luther, director del programa de AI para Oriente Medio y el norte de África. “Rusia lleva años utilizando su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para proteger a su aliado, el Gobierno sirio, e impedir que responsables concretos del Gobierno y las fuerzas armadas sean llevados ante la justicia por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional”, ha concluido.