Protesta en Bagdad este viernes contra Israel y en apoyo de los palestinos y Líbano tras el asesinato del líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, en un ataque aéreo israelí en Beirut.

Protesta en Bagdad este viernes contra Israel y en apoyo de los palestinos y Líbano tras el asesinato del líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, en un ataque aéreo israelí en Beirut. Reuters

Oriente Próximo

EEUU y Francia quieren que la debilidad de Hezbolá lleve a Líbano a nombrar su primer presidente en dos años

5 octubre, 2024 02:13

La paz en Oriente Próximo solo se puede conseguir a través de estados fuertes con los que sea posible llegar a acuerdos fiables. Eso piensan en Israel y, en buena parte, las acciones tanto en Gaza como en Líbano o próximamente en Irán van en esa dirección. Mientras sean los terroristas o los que los patrocinan quienes controlen los territorios vecinos a Israel, será imposible llegar a compromisos dignos de ese nombre. Solo parches llamados a incumplirse.

Por ejemplo, nadie duda de que las acciones contra Hamás y Hezbolá esconden algo más que una venganza militar. Puede incluso que la propia brutalidad con la que se han desarrollado las operaciones tanto en Gaza como en Beirut sea parte de ese "escalar para desescalar" que tanto defiende Netanyahu. Una doctrina del shock tras la cual los grupos terroristas quedarían fuera del mapa político y fuerzas de cohesión tomarían el poder en ambos territorios y llegarían a acuerdos con Tel Aviv.

En principio, no es tan complicado. Se consiguió con Egipto, se consiguió con Jordania y se consiguió incluso con Yaser Arafat cuando lideraba la Autoridad Palestina y todo parecía encaminado a una solución real de dos estados. No se ha conseguido nunca, sin embargo, en Líbano, o al menos no desde el inicio de la guerra civil en 1975, cuando musulmanes, cristianos y judíos se enfrentaron durante quince años sin tregua.

Desde entonces, ha habido hasta tres acuerdos de paz que no han servido para nada: el de 1990 que ponía fin a la guerra como tal, el de 2000 que fijaba las fronteras de Israel en la llamada Línea Azul y el de 2006, que fijaba una zona de exclusión al sur del río Litani bajo control del ejército regular libanés y una fuerza multinacional de la ONU. Se ponía así a un mes de intensos conflictos entre Israel y Hezbolá, pero en realidad solo se daba una patada hacia adelante: dieciocho años después, estamos en las mismas.

Dos años sin presidente

¿Cuál fue el principal problema del acuerdo de 2006 refrendado en la resolución 1701 de la ONU? En primer lugar, la poca disposición de Hezbolá a retirarse efectivamente de la zona. En cuanto pudieron, se hicieron con el control de varios de los pueblos fronterizos y combinaron las incursiones puntuales en territorio israelí con el lanzamiento casi constante de proyectiles que provocaron varias evacuaciones de residentes, muchos de los cuales aún no han podido volver a sus hogares.

Ahora bien, si Hezbolá pudo adueñarse del sur fue por la falta de medios con la que contaron las fuerzas de la ONU y, sobre todo, por la ausencia palpable de un ejército libanés como tal. Hezbolá siempre ha sido superior en número y en armas a las tropas regulares de un estado fallido en el que no se celebraron elecciones desde 2009 a 2018 y en el que el reparto de escaños hace imposible desde 2022 poner de acuerdo a suficientes partes como para nombrar un presidente. El primer ministro, Najib Mikati, ejerce de jefe del estado cuando no es esa su atribución legal.

Poner de acuerdo a tantas fuerzas de tan distinto origen siempre va a ser un reto. En el parlamento libanés hay desde terroristas de Hezbolá hasta representantes del pueblo armenio. La distribución, además, es errática: el partido más votado, Hezbolá, es el cuarto en representación; los que más escaños lograron, Samir Geagea, miembro de la Alianza del 14 de marzo, y Gebran Bassil, delfín del expresidente Michel Aoun, no han conseguido apoyos suficientes y han acabado renunciando a seguir proponiendo nombres.

El recurso de Joseph Aoun

Uno de los inconvenientes a los que se enfrentaban era precisamente la voluntad de bloqueo no ya de Hezbolá, sino, personalmente, de Hasán Nasralá. El fallecido líder de Hezbolá tenía como única opción a Suleiman Frangieh, nieto del que fuera presidente libanés desde 1970 a 1976, mandato que se vio interrumpido precisamente por la guerra civil. Frangieh es de descendencia cristiana, pero fue ministro bajo distintos gobiernos de distinto tipo en los años noventa y en los dos mil. Su acercamiento a Hezbolá probablemente tenga que ver con su estrecha relación con el dictador sirio Bashar al-Assad.

El jefe del Ejército libanés, Joseph Aoun.

El jefe del Ejército libanés, Joseph Aoun. Reuters

Muerto Nasralá, Estados Unidos y Francia están moviendo sus piezas diplomáticas -recordemos que Líbano fue protectorado francés hasta que logró la independencia una vez terminada la II Guerra Mundial- para conseguir la elección de una figura de consenso que pueda dar estabilidad al país. Se entiende que, si Hezbolá deja de ser un actor militar y político en el país, este se podrá reconstruir hacia algo parecido a la concordia entre las distintas etnias que viven en su interior.

El elegido parece ser Joseph Aoun. A su favor cuenta su condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas libanesas, llamadas a jugar un papel muy importante en el futuro del país. Aoun, católico maronita, habla árabe, francés e inglés y se ha formado en contraterrorismo en Estados Unidos. El hecho de que el mismo parlamento que es incapaz de designar un presidente sí se pusiera de acuerdo en 2023 para prolongar su mandato al frente del ejército permite ser optimista de cara a una posible investidura.

El país que se encontraría Aoun -sin parentesco alguno con el expresidente Michel- estaría roto en mil pedazos, con una guerra abierta en el sur, una capital bombardeada día y noche y una situación económica penosa. Dicho esto, el apoyo internacional junto a la caída en desgracia de Hezbolá permite soñar al menos con la estabilidad. Y es esa estabilidad, como decíamos, la que puede llevar a la paz.

En los últimos años, los terroristas han controlado en la práctica el país y lo han llevado al desastre con un apoyo popular de solo el 20% de los votos. EEUU y Francia creen que este cambio, apoyado por Israel, puede destensar en un futuro la región. El presente, eso sí, sigue igual de negro.