
Un vehículo transporta los ataúdes de Hasán Nasralá y Hasem Safiedine, en la ceremonia fúnebre pública de ayer en Beirut. Reuters
Un millón de personas da el último adiós al líder de Hezbolá bajo los cazas israelíes en Beirut: "La resistencia continúa"
En mitad de la ceremonia, cinco cazas israelíes sobrevolaron la ciudad deportiva a una distancia mínima del suelo.
Más información: Israel incumple el alto el fuego en Líbano: su Ejército seguirá en el país y mantendrá cinco puestos militares en el sur.
Amanece pronto en Beirut, pero aún era de noche la madrugada del domingo cuando el estadio de la ciudad deportiva se había llenado por completo. La cita era a la una del mediodía, y a las ocho de la mañana la multitud ya se hacía con la carretera contigua. Que las bufandas amarillas de las fotos no engañen: no eran hinchas de ningún equipo, ni aquel recinto un campo de juego. Eran todos “huérfanos” —en palabras de Ali, uno de los madrugadores— y venían a rendir homenaje a su padre.
El Líbano llevaba cinco meses preparándose para la ocasión. El funeral de Hasán Nasralá, líder de Hezbolá durante las últimas tres décadas, no pudo celebrarse cuando Israel lo asesinó en septiembre por una guerra que ha descabezado por completo a la milicia libanesa. Ahora, retiradas las tropas israelíes de casi todo el territorio libanés y de vuelta ya la vida a la periferia de Beirut y al sur y el este del país —las regiones con mayor presencia de musulmanes chiíes, rama de la que emana Hezbolá—, una conmemoración parecía apropiada.
Fawzi, de 17 años, llegó ya cansado al estadio la mañana del domingo. El sábado, él y cinco amigos peregrinaron durante 11 horas hasta Beirut desde la ciudad de Tiro, castigada por la guerra como otros tantos pueblos del sur. Cuando, de noche ya, entraron en la capital, lo primero que hicieron los adolescentes fue acudir al punto en el que Israel lanzó 80 bombas y convirtió al líder del partido en el mártir que ahora honran.
Junto a ellos han asistido al funeral un millón de personas, según ha afirmado a EL ESPAÑOL una fuente de seguridad del Estado libanés. A la ceremonia ha seguido una procesión al mausoleo donde ya descansan los restos. Una marabunta de negro y amarillo se ha hecho con las calles del Dahie, el distrito del sur de Beirut donde Israel bombardeó más incesantemente hasta hace tres meses, y donde los escombros aún levantan polvo cuando se pasa de cerca.
Todos —desde los que se habían quedado sin sitio en las gradas hasta el ministro de Exteriores iraní— levantaron la mirada al cielo cuando, en mitad de la ceremonia, cinco cazas israelíes sobrevolaron la ciudad deportiva a una distancia mínima del suelo. “¡Muerte a Israel!”, empezó a corear el estadio. “¡Muerte a América! ¡Muerte a Israel! ¡A tus órdenes, Huséin! ¡A tus órdenes, Nasralá!”, prosiguió el gentío con algunos de los eslóganes de la resistencia libanesa.
“Hasta ahora me negaba a creer que estuviera muerto. He venido para comprender que sí, que se ha ido y no hay vuelta atrás”, dice Kautar, vecina del Dahie. La adoración, los golpes en el pecho y los gritos al cielo son, en muchos casos, más que fanatismo. El señor Hasán —como lo llaman a menudo sus partidarios— ha sido el líder que ha puesto en el mapa los intereses de los chiíes, una comunidad desdeñada por las élites cristianas a lo largo de la historia libanesa. Desde 1982, Nasrala ha estado al frente de un movimiento que se autoproclamaba ‘de los desposeídos’, y que en 2006 demostró poder expulsar a las tropas israelíes del sur del país. “Nos estuvo levantando durante muchos años con una responsabilidad sobrehumana. Ahora que su misión ha acabado, merece descansar”, suspira Kautar.

La gente trata de tocar el ataúd de Hasán Nasralá, líder de Hezbolá, en Beirut.
Por el camino, Nasralá se ha promocionado como un abanderado de la causa palestina. “Nunca se repetirá alguien como el señor Hasán. El mundo se acabó el día que él murió. Desde entonces estoy enferma”, cuenta Mariam, una cristiana palestina, entre sollozos. Pero el liderazgo del exsecretario general de Hezbolá deja también recodos oscuros, como su sangrienta participación en la guerra en Siria del lado de Bashar al Ásad o su implicación en la explosión del puerto de Beirut de agosto de 2020.
Echarle un pulso al mundo
El funeral de Nasralá —y de su sucesor por una semana, su primo Hashem Safieddín— este domingo en Beirut ha sido una ocasión para el partido-milicia de mostrar al resto del Líbano que, pese a los destrozos de la guerra, sigue pudiendo reunir a uno de los casi seis millones de habitantes del país árabe.
Después de llegar a un alto el fuego con Israel el pasado 26 de noviembre, Hezbolá no ha podido imponer su voluntad en la formación de un nuevo gobierno. El nuevo presidente, Joseph Aoun, y el primer ministro Nawaf Salam, no han acudido al funeral pese a la invitación del partido. La semana pasada, Estados Unidos dijo que cualquier miembro del Gobierno que participara en las conmemoraciones era cómplice de Irán.
“Lo necesitamos de vuelta. Murió por el Líbano, no por ninguna religión”, dice Sara, una joven que, a diferencia de la mayoría de los asistentes, lleva al funeral una bandera nacional. Pero, para muchos no chiíes, el Partido de Dios de Nasralá es culpable de haber arrastrado a todo el país a una guerra innecesaria. Al mismo tiempo que medio Beirut decía adiós a Nasralá, Aoun, el nuevo mandatario pro-EEUU, reprochaba en el palacio presidencial: “El Líbano está cansado de tener que ser escenario de las guerras de otros”.
Las tensiones sectarias han resurgido las últimas semanas. A principios de febrero, las nuevas autoridades prohibieron aterrizar en el aeropuerto internacional de Beirut un avión procedente de Teherán. La razón: Israel acusaba a Irán de utilizar el vuelo comercial para introducir dinero en Beirut con el fin de armar a Hezbolá. Desde esta advertencia, las autoridades libanesas han suspendido indefinidamente los vuelos entre Teherán y Beirut, a lo que han seguido disturbios en el aeropuerto y en distintos puntos del país protagonizados por partidarios de Hezbolá.
Pero el mar de personas que han respondido a la llamada de Hezbolá este domingo es, más que un mensaje para otros partidos libaneses, un grito al resto del mundo de que la resistencia a Israel está viva. A la cita han acudido, además de delegaciones iraníes, iraquíes y yemeníes, miles de seguidores de países de la región, un grupo de irlandeses, fans brasileños y hasta Jackson Hinkle, un influencer estadounidense pro-Trump.
“He venido aquí para rendir homenaje a uno de los gigantes de la lucha anticolonial, de la lucha antiimperialista, que demostró que es posible derrotar al sionismo y vencer a las fuerzas del mal en esta generación. El señor Hasán Nasrala es una referencia para muchas personas en el mundo. Ojalá cada vez más personas se inspiren en él y luchen por la revolución”, cuenta Thiago Ávila, un activista de izquierdas brasileño que se ha cruzado medio mundo para la ocasión.
La calle abarrotada se sume en un silencio total cuando desde dentro del estadio se oye hablar al nuevo secretario general de Hezbolá, Naím Qasem. Los megáfonos en las autovías cortadas del Dahie permiten escuchar claramente al sucesor de Nasralá: “Vamos a ser pacientes, pero abriremos fuego cuando lo veamos apropiado”, dice. A los lados de la carretera, todas las lonas publicitarias imaginables recuerdan en negro y amarillo: “La resistencia continúa”.