El domingo pasado, en el debut en la 2 de RTVE del programa Libros con Uasabi, tuve la audacia, el coraje o cómo lo quieran ustedes llamar de recomendar a la audiencia un libro de Oriana Fallaci.
Recomendé una novela suya (Un hombre…) que es muy importante para mí -si han visto el programa ya saben por qué, y si no lo han visto, otro día se lo cuento…-, pero lo cierto es que la Fallaci tiene muchos más puntos para pasar a la historia como periodista y/o ensayista que como novelista.
Recapitulemos. En los años 60, 70 y así, Oriana Fallaci era el periodismo de izquierdas comprometido hecho sueño y hecho mujer. Allí estaba ella sulfurando con sus insolentes entrevistas a Kissinger, arrancándose el chador en presencia de Jomeini, pisando huevos y por poco alguna mina en Vietnam, etc. Hasta ese metrosexual notorio que es Arturo Pérez-Reverte escribió que aquella Oriana tenía un culo estupendo. Además había combatido de niña a los nazis, etc.
PERO LLEGÓ El 11-S… y la Fallaci, que ya vivía en Nueva York semi-retirada con su cáncer, y con ese mal carácter que suele ser el último refugio de las grandes inteligencias acorraladas, de repente resurgió para hacer lo mismo que había hecho siempre, desde pequeñita. Es decir: denunciar el fascismo allí donde ella lo veía o creía verlo.
Sólo que esta vez el fascismo que ella denunciaba no era el políticamente correcto. Como una hidra se le puso enfrente toda la progresía que antaño tenía detrás, y que de ella todo lo alabara y encumbrara, empezando por el hueso sacro. De repente los más piadosos decían que estaba vieja y loca y los más mezquinos y crueles, que era racista, islamófoba, posiblemente resentida con un amorío musulmán de infausto desenlace…
Yo que la seguía amando como a una madre de tinta (lloré su muerte en 2006 tanto o más que la de mi madre de leche en 2004), recuerdo que me emocioné al ver el único obituario digno de ella publicado en toda la prensa española en un periódico entonces dirigido por quien ahora dirige éste. Él no lo sabe, pero esta es otra de las razones por las que estoy aquí…
Porque a poca gente echo de menos tanto y tan a fondo en el mundo como a Oriana Fallaci. Porque el día que ella murió creí que se nos hundía y se nos perdía otro gran pedazo de honor y de Atlántida.
Sobre el detalle de que ella, como siempre, tenía razón en casi todo, a estas alturas ya no hace falta insistir, digo yo… ¿No?