No es fácil cumplir 80 años. Si se es lo bastante afortunado como para alcanzar esa edad, suele ser con numerosos y debilitantes achaques físicos, así como con implacables impedimentos intelectuales. Sin embargo, algunos, favorecidos por los dioses de la longevidad, logran vislumbrar lo mejor de la vida precisamente al filo de la octava década. Para la mayoría de ellos, como es lógico, acaba siendo la última. Pero cuánta sabiduría y cuánto valor hay que tener para afrontar el epílogo existencial con el ímpetu y la pasión intactos.
Eso le sucedió a Oliver Sacks, el gran neurólogo y escritor británico que inspiró “Despertares”: irrumpió en sus 80 nadando 1.5 kilómetros diarios, entusiasta de cada día y pleno de trabajo y satisfacciones.
Le está ocurriendo algo similar a Mario Vargas Llosa, que recibe en pocos meses la cifra redonda del 8 pletórico de facultades. De todas ellas.
El Nobel hispano-peruano con residencia en Nueva York presenta una nueva obra, Cinco esquinas, sólo unos meses después de haber presentado a una atractiva y sexagenaria novia que no requiere, objetivamente, presentación alguna.
En realidad, más que exponerla por voluntad, los que se mantienen atentos a las peripecias personales de los famosos la mostraron al mundo con él, detonando una embarazosa pero potentísima bomba informativa.
Es verdad que esta revolución en su vida no ha estado exenta ni de polémica –decir que la relación es mediática o viral sería desdeñar su impacto- ni de víctimas –como Patricia, su ya ex mujer de facto-.
Pero sólo los valientes que persiguen sus sueños, incluso los más improbables, incluso los más extraños, logran vivir con entusiasmo hasta el agotamiento; sólo ellos consiguen explorar esas tierras imposibles, vedadas a los mediocres. Ésas que a veces acarician, y a veces atormentan, en ambos casos con extrema contundencia. A Vargas Llosa ese fundamento, esos arrestos, no le faltan.
Dueño de una de las más brillantes biografías literarias del último medio siglo, el escritor continúa esculpiendo día a día su propia leyenda. Y eso que, como confesó a Juan Cruz para El País hace unos días, carece de talento natural. Sí: le cuesta mucho escribir, argumenta el novelista.
Pero el talento es, precisamente, poseer el talento de saber qué es eso, y se parece considerablemente al trabajo, la dedicación, el esfuerzo. Ah, y a la valentía. Y Mario tiene mucho de todo esto.