Un minuto después del desastre por Barcelona del lunes, se vio a Mariano Rajoy en provincias, gustándose en algo que es -tan importante y burocrático- la mera virtud que le otorga la Ley. Mientras, España malvive en una suerte de abismo sin pan, con la Corte itinerante y los del diálogo contemporizando el Golpe de Estado abierto por el Parlament.
La instantánea del presidente en funciones estampando en Béjar el trámite a seguir contra los sedicentes será la foto que acompañe en el salón a un maillot de Perico del Tour que perdió y el Marca encuadernado del iniestazo.
Un minuto después, repito, andaba Mariano Rajoy en Béjar, en el día lunes, con una sonrisa medio aprendida y las canas de la testa más oscurecida si cabe, quizá por identificarse con lo solemne o con el luto que se nos viene. Iba Rajoy con esa cosa suya de huir del follón el día de autos y de esperar que la cosa se arregle en la tranquila placidez de un pueblo grande que lo recibía con algarabía y vino de pitarra. Cierto que le vino Dios a ver con la gracia plena de García-Albiol en el Parlament en el pleno de investidura a Mas, y que el candidato de las tertulias sacó del propio tertulianismo’ algo así como salvas de Estado tras tantas horas de vuelo entre las zarzas. Se fue contra los elementos y quedó bien y lozano.
Pero la cosa es grave para andar, a estas alturas, con medias tintas. La CUP tiene la querencia freudiana y muy 1789 de ver ya la cabeza de Mas rodar, y entregársela, quizá, incorrupta a la juntera para que la veneren o la usen de pisapapeles del papel oficial de la nueva república. Y entre que la CUP aclara su odio contra todo sistema establecido, la defensa de la unidad de España queda como una diatriba de quemados donde la corrupción no es más que un epígrafe para traducir el problema de España a la magnitud de las contabilidades en B.
Pero estos días catalanes también nos dejan el "verso azul y la canción" diáfana de Arrimadas, como la contundencia amable a un monstruo que le sobrepasa por edad y tácticas mafiosillas.
Contó Mas que España les pone espías y gabardinas. El Consejo de Estado ve una "insumisión a las instituciones" en tanto que Carmena e Iglesias piden la autodeterminación del fregado catalán: una sin sacar las escobas, y el otro, fichando a rockeros seniles y ya incontinentes.