Nunca un líder ha llevado a la destrucción a un partido y un programa de forma tan rápida y calamitosa como lo ha hecho Mas con Convergència. En apenas tres años ha acabado con el que ha sido el partido hegemónico en Cataluña durante más de tres décadas como heredero de un espacio político y de una tradición que se remonta a la Lliga de Cambó. Y todo a consecuencia de su apuesta por la independencia, una independencia que es imposible, por ilegal y por irrealizable, pues nunca Europa consentirá el desmembramiento de uno de los estados que la conforman.
Desde que el Gobierno dijo no a su pretensión de conseguir un sistema de financiación similar al cupo vasco, Mas puso sobre la mesa la hoja de ruta que ya tenía escrita e inició una deriva disparatada, agitando la calle y aliándose con quienes habían sido los antagonistas ideológicos de aquello que había representado CiU: la moderación, los valores conservadores, la centralidad política y la libertad de mercado.
La puntilla de la extrema izquierda
Tiene todo el sentido que quien le haya dado la puntilla sea un partido asambleario, anticapitalista y de extrema izquierda, porque involucrarle en su investidura hubiera sido, políticamente, como pretender mezclar el agua y el aceite. Lo sorprendente es que la CUP haya tardado meses en pronunciarse y que haya sido necesario desempatar para decirle no a Mas.
Es verdad que tras haber roto CiU, tras haberle estallado en la cara la corrupción de su padrino y de su propio partido, y tras haber admitido ir de número cuatro en una lista electoral encabezada por un ecocomunista, de Artur Mas ya quedaba muy poco: era una cáscara vacía. Que a continuación se rebajara y asumiera las condiciones que le fue imponiendo la CUP, sólo ha contribuido a redondear su ridículo.
De nada ha servido arrastrarse
El hombre que clamaba ante la opinión pública internacional, que pretendía hacer ver a todo el mundo que España era una calamidad y que su comunidad, sojuzgada, no tenía otra salida que la independencia, ha tenido durante semanas a una de las regiones más prósperas de Europa pendiente del capricho de 3.000 militantes de un partido antisistema.
De nada le ha servido al molt honorable prometerles una presidencia rotatoria, la paralización de determinados planes urbanísticos, la aprobación de una renta mínima de inserción o las subvenciones para la fecundación de lesbianas y mujeres sin pareja.
El legado lamentable de Mas
Convergència ha perdido hasta el nombre. En las generales se presentó como Democràcia i Llibertat, ha obtenido la mitad de diputados en el Congreso y ha pasado a ser el cuarto partido en Cataluña. Si no hay un acuerdo de ultimísima hora, que sólo podría llegar con la presentación de otro candidato por parte de Junts pel Sí, habrá nuevas elecciones en marzo y la deblace de Convergència puede ser ya apoteósica.
El único responsable de la desastrosa situación hoy del catalanismo político moderado es Mas. Ha agitado la tensión social, ha metido a Cataluña en un callejón sin salida, camino de cuatro elecciones en cinco años, y él mismo ha terminado calcinado. La CUP lo acaba de eliminar de la vida pública haciendo bueno el refrán castellano: quien mal anda, mal acaba.