¿Hay algo que no huela a podrido en Cataluña? Qué lujo para un analista: va todo tan mal, hay tan poco o nada por dónde cogerlo, que lo puedes coger por donde te dé la gana. Por el tsunami de corrupción y de porquería, por el colapso político generalizado, por la fractura social que ya tira a descoyuntamiento... Hola, hola, alegre muchachada de la CUP, ¡bienvenidos al club de los malos catalanes! De los traidores a las esencias. De los hideputas y candidatos a que les desnuden y les unten en brea, les forren de plumas y les paseen a lomos de un burro catalán (soriano no, que dicen que muerden...) y les hagan saltar las filiformes antenillas y patitas, una a una, a zapatazos ortopédicos de Carme Forcadell o bajo la bota de estricta gobernanta de la Gestapo de Pilar Rahola.
La CUParacha, la CUParacha... ya no puede caminar... ¡ni gobernar na de na!
Tongos y empates trucados aparte, se comprende que les costara decidirse. Votar a Artur Mas equivalía a arrojarse de cabeza a un vertedero de residuos nucleares. No votarle, a desencadenar un nuevo salto mortal electoral donde si algo ha quedado patente es que cuanto más chillan y patalean a favor del prusés, menos gente les vota. Son siempre los mismos, más cabreados... o empiezan a ser incluso menos. Al tiempo.
En el caso de la CUP, es difícil que les venga Dios a ver por segunda vez tan seguida, colmándoles de un protagonismo posteelectoral tan inmerecido como el que vienen disfrutando del 27-S a esta parte. Llega un momento que el friquismo se nota. Y se paga. Y por ahí resoplan Ada Colau y las marcas blancas de Pablo Iglesias, que cuota de poder que pillan, ya no la sueltan...
Hay quien todavía cree que Maquiavelo era de Tarragona (al igual que Cristóbal Colón, Sigmund Freud y John Wayne) y que toda esta ¿comedia? encubre un ¿plan? para cargarse por fin a Artur Mas desde dentro y abrir paso a un nuevo candidato (o candidata...¿Neus Munté, no decían?) que siendo más de lo mismo, no lo parezca. Un nombre que se pueda vender en clave de purificación y de catarsis. Una especie de reset.
No es imposible porque cosas más peregrinas se han probado pero el caso es que ya huele. El tamaño importa. El calendario también. Si Josep Antoni Duran se hubiera plantado hace una década en vez de ahora es posible que ahora tuviera un escaño en el Congreso en lugar de tener que abrir una churrería. Quizás ya nadie está a tiempo de quitarse a Mas de encima a tiempo, valga la redundancia, que es sólo aparente.
Cataluña se hunde a plomo en el caos, la consternación, el autoodio y la ceñuda desconfianza hacia todo lo que en el resto del ancho mundo se mueve. Y cada vez parece más difícil lo que hasta el director de La Vanguardia (el nuevo) vino educadamente a pedir a Madrid: que alguien les eche un cable, un cabo o así sea un piolet de esos de matar a Trotsky (¿valdrán para perforar la piel de elefante de un president que nadie quiere ni en funcions? ) para rescatar a todo el establishment catalán periodístico, intelectual, empresarial, etc, del turismo independentista de borrachera en que un día se embarcaron. De la margalefización brutal de todo un modelo de sociedad y de país.
Y cuando llegue el día en que por diezmillonésima vez repitan las elecciones y ya todo el mundo les tome por el pito del sereno y no se presente a votar ni dios, ¿qué? ¿Qué haremos entonces?