El papa Francisco dice que su cuadro favorito es La crucifixión blanca, que Marc Chagall pintó en 1938. Aquél fue el año de la noche de los cristales rotos, de los ataques de paramilitares y civiles nazis contra ciudadanos judíos en Alemania y en Austria. El cuadro representa a Cristo con un talit, el chal utilizado para los ritos judíos, y el INRI está traducido al hebreo. A su alrededor, se ve una sinagoga ardiendo, un pueblo asaltado en llamas y los perseguidos en plena huida.
La tela irradia luz. El blanco invade el cuadro de la desesperación que ahora está expuesto en el Palazzo Strozzi de Florencia, en una muestra bautizada Bellezza divina tra Van Gogh, Chagall e Fontana. Al Instituto de Arte de Chicago no le gusta prestar el Chagall y mucho menos dejar que cruce el océano, pero uno de los argumentos que convenció al museo americano fue que así el papa iría a verlo en su visita a Florencia.
Que el máximo representante del catolicismo elija como favorito un cuadro que habla de otra religión es un gesto más de la personalidad del papa argentino. El lienzo trasciende religiones y recuerda la persecución, una lacra universal de la que siempre hay cómplices pasivos.
Pese al valor espiritual y artístico de Chagall, la sensibilidad del papa sorprendió hasta en la comunidad judía. Cuesta encontrar representantes religiosos en el mundo que demuestren tolerancia y apertura más allá de sus dogmas.
La cultura europea ha producido horrores como el representado en el cuadro de Chagall, pero también una sociedad donde las personas y lo que les sucede importan más que cualquier creencia.
Hace un año de la masacre de Charlie Hebdo, la primera noticia que le tocó contar a EL ESPAÑOL. La revista satírica ha puesto esta semana en su portada a Dios en versión “cristiana”. “Se da la triste paradoja de un mundo siempre más atento a lo políticamente correcto hasta rozar el ridículo”, se queja L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano.
Lo políticamente incorrecto ahora tal vez sea admirar una sociedad como la europea que, con todos sus defectos, ha creado tanta belleza y ha aprendido de las tragedias de su historia. Una sociedad donde lo que puede pasar ante la última portada de Charlie Hebdo es que tal vez algún católico deje de comprar la revista. Ésa es la auténtica belleza.