¿Quién dijo que Aznar no apoyó el cine? EL ESPAÑOL nos ha brindado este domingo, en plena jornada de los Oscar, una obra maestra producida bajo su mandato, y por los suyos. La película es de una osadía y una frescura que ya quisiera nuestro menesteroso cine oficial, ese que cinco meses después iba a hacer el numerito del “No a la guerra” en la gala de los Goya. Ahora entendemos la causa primera del berrinche: León de Aranoa y los demás se sabían inferiores como cineastas.
Es una producción asombrosa. En apenas tres minutos se concentran Ciudadano Kane, La caída de los dioses, El lobo de Wall Street, Pepito Piscinas y Granujas a todo ritmo. Adelantándose a su tiempo, rinde homenaje a las series, cuando en aquel 2002 aún no estaban de moda: así, hay claros guiños a Corrupción en Miami, Vicky el vikingo y, como señaló este periódico, a Vacaciones en el mar. También se anticipa milagrosamente a Dexter: en el yate había cadáveres simbólicos que terminarían tirados por la borda.
Aunque la gran referencia sí pertenece al séptimo arte: Titanic. Aquí el tour de force es de aplauso de Garci (¡e incluso de Boyero!): la embarcación no es solo el equivalente a pequeña escala del desdichado trasatlántico, sino también del iceberg. El capitán Correa navega hacia su propio naufragio y simultáneamente hacia el naufragio del PP, estrellando contra este el torpedo que pilota. (Catorce años más tarde, la orquesta del partido, dirigida ya por Rajoy, sigue tocando mientras se hunde).
En un alarde formal prodigioso, el protagonista no aparece. Tener a una estrella magnética como El Bigotes y que no aparezca El Bigotes es un lujo que jamás se ha permitido Hollywood, y me parece que ni la Nouvelle Vague. Para eso habrían necesitado un director del calibre del de este filme: El Bigotes. Este, sacrificando su faceta actoral (¡y hurtándole al espectador su golosa presencia, como no queriéndoles dar margaritas a los cerdos!), se transustancia en puro cine: apenas una mirada y una voz, más un ruido de fondo de connotaciones rohmerianas.
El efecto es raro, como un documental de Rodríguez de la Fuente (otro indudable homenaje) sobre la extinción de las nutrias rodado por una nutria. Decía Umbral que el éxito es un sitio muy aburrido lleno de señoras gordas. En esta película vemos que el poder, la antesala del poder, es un yate no menos aburrido lleno de horteras en bañador. En cuanto al género, resulta inclasificable, pero quizá nos aproximemos si lo definimos como cine-ojo con jeta, cinéma vérité de mentirosos o underground de millonarios. Solo habría podido mejorarla un Panero saliendo de la escotilla.