Cuando César Alierta se hizo cargo de Telefónica en el año 2000, lo hizo, como sus antecesores, de la mano del presidente del Gobierno de turno: en aquel momento, José María Aznar. Telefónica acababa de ser privatizada, era una compañía estratégica y el poder político ejercía su tutelaje.
A ese pecado original, el de haber sido puesto a dedo por decisión política, le sobrevino otro en 2009, cuando la Justicia consideró probado que, en su etapa de presidente de Tabacalera, en 1997, había usado información privilegiada en la venta de acciones de la empresa, lo que le reportó un provecho económico a su sobrino. Aunque fue absuelto porque el delito había prescrito, ese estigma le ha acompañado todos estos años y explica algunas de las claves de su gestión.
Vínculos con el poder
Alierta usó los instrumentos que le ofrecía Telefónica, en su doble faceta de eje de grandes operaciones mediáticas y de anunciante, para premiar a la prensa sumisa y tratar de acallar a las pocas voces incómodas. Durante años, el presidente de Telefónica ha sido literalmente intocable. Eso ha hecho posible que superara aquel episodio de corrupción: en otras circunstancias, con una mayor presión social, habría tenido que dimitir.
Por otra parte, su dependencia del poder político ha llevado a Telefónica a desempeñar un papel clave en la configuración del actual panorama de medios de comunicación. Ahí están grandes operaciones como la fusión en su día de Vía Digital y Canal Satélite Digital, la venta de Antena 3 Televisión y Onda Cero a Planeta, o la reciente compra de Canal Plus y la entrada de la operadora como accionista de Prisa.
Esa estrecha relación de Telefónica con la política y el mundo del poder también ha generado el fenómeno de las puertas giratorias. En Telefónica han recalado desde un miembro de la Familia Real como Iñaki Urdangarin, a un ex vicepresidente del Gobierno como Rato -la Justicia investiga ahora ese vínculo- y políticos de toda índole y de muy distintos partidos.
Gestión con claroscuros
Aunque su comportamiento pueda ser cuestionado desde el punto de vista ético, Alierta ha demostrado una indudable habilidad, como también un gran olfato para los negocios. Siendo un hombre del siglo XX y pese a no tener preparación académica para las telecomunicaciones ha conseguido hacer la transición de Telefónica al siglo XXI, posicionándola entre las grandes a escala mundial y haciendo una apuesta inteligente por la innovación y la tecnología.
Con Alierta al frente, Telefónica se ha convertido en la primera compañía de telecomunicaciones de Europa y una de las más importantes del mundo. Esa internacionalización le ha permitido generar la mayor parte de su beneficio fuera de España. En el lado negativo habría que apuntar el creciente endeudamiento -que alcanza los 49.000 millones de euros- y su pérdida de valor bursátil, que le ha llevado estos años a dejar de liderar el ranking del Ibex: hoy la superan Inditex y Santander.
Referente internacional
De la misma forma, el precio de la acción de la compañía se ha depreciado casi un 55% desde la llegada de Alierta a la presidencia, pero es la consecuencia lógica de una expansión internacional que obligaba cada ejercicio a grandes desembolsos y al incremento de la deuda. Por otra parte, la crisis general de los últimos años ha obligado a la operadora a tener que abordar un gran recorte de plantilla en España.
Esa circunstancia hará aún más polémico el precio de la jubilación de Alierta. Hace dos años pactó con la compañía un pago de 35,5 millones de euros para su plan de pensiones. Es una cifra astronómica difícilmente justificable, que sólo se entiende por el control que las cúpulas de las grandes compañías ejercen sobre las juntas de accionistas.
De cualquier forma, en ese balance de claroscuros, lo que es cierto es que Telefónica se ha convertido en una compañía capaz de competir con las grandes de su sector y que es la imagen de España en multitud de países. El sucesor de Alierta, Álvarez Pallete, hereda un imperio. Ahora bien, ese relevo, tras casi dieciséis años de fuerte liderazgo, contribuye a fraguar la idea de que vivimos un final de ciclo, caracterizado por cambios profundos y por la desaparición de la primera escena de personajes que han contribuido a fraguar la España actual, como Juan Carlos I o Emilio Botín. Alierta era uno de ellos.